El mercado de la castaña, después de un 2016 que trajo la campaña más rentable para los cultivadores alistanos en lo que va de siglo XXI, con precios que alcanzaron hasta dos euros el kilogramo, vive este otoño unos momentos auténticamente críticos, con graves repercusiones para las familias que tienen en la castañicultura una fuente de ingresos muy importante: "Al precio que se pagan no compensa ni el trabajo de recogerlas, y si llevas el coche para traerlas gastas tiempo y gasolina, pierdes dinero", manifiesta un castañicultor de la comarca.

En el año 2016 la recolección, que habitualmente comienza por el día del Pilar, se retraso catorce días. En 2017 se adelantó casi tres semanas y los precios, a pesar de haber muy pocas castañas, se comenzaron a pagar bien. Compradores de Ponferrada llegaron a pagar hasta 1,60 euros el kilo en septiembre, pero no han vuelto a aparecer por tierras alistanas.

El fin de semana solamente tres intermediarios alistanos seguían recogiendo castañas pagandose las injertas -variedades longal y villarina- más grandes a solo un euro el kilo.

Peor situación se vive con la brava, más sabrosa y pequeña, la preferida para asar, que no levanta cabeza. Si en 2017 alcanzaron los 1,20 euros por kilo, ayer un comprador luso, habitual en ferias y romerías fronterizas, recorría pueblos como Alcorcillo y Tola y las pagó al precio más bajo de los últimos años: solo a 70 céntimos. Es más, pagaba lo mismos bravas que injertas, pequeñas o grandes. Y a pesar de todo llenó el camión: "Hay que venderlas, porque igual la cosa se pone aún peor", asevera un vecino de Tola. El luso adelantaba que "las fábricas portuguesas no han comenzado a recoger injertas y no hay precio orientativo".

Este año las primeras castañas alistanas no eran de muy buen porte, "se avellanaban pronto", pero ahora, reconocen los productores, la castaña que está cayendo "es más frondosa y nos queda la esperanza de que las lluvias de la pasada semana, aunque escasas, contribuyan a mejorar su calidad".