Ch. S.

Se trataba de una hermandad mixta a la que podían pertenecer lo mismo hombres que mujeres, dando de entrada una limosna, "a parecer suyo". Para la salida había que aportar un "Falifo o alhaja" que cada hermano destinaba previamente en su testamento: "Mando al Santísimo Cristo del Campo el manto de pardo nuevo que tengo por falifo" testamentó María Mezquita en los inicios del siglo XVIII ante el notario de Alcañices Alonso Aguado Saludes.

La devoción venía incluso de mucho antes y así lo delata el testamento en 1682 de la vecina de San Vitero María González que dejó sus casas a su hijo y a su criada testamentando que a la muerte de estos pasarían al Cristo del Campo, para que se vendieran a público pregón y emplear lo obtenido en mejora la ermita. Y pasaron: En 1701, con tres posturas, se remataron en 2.500 reales, siendo cura Alonso Poyo Rivas, y con dichos fondos se agrandó el santuario.

Los herederos estaban obligados a cumplir las últimas voluntades del fallecido y pagar los falifos, aunque no estuvieran reflejadas en su testamento, dándoselos a los cabilderos cuando estos los pidieran.

"La ermita se vio favorecida por la gran devoción hacia la imagen, pasando de una sencilla capilla a uno de los santuarios más históricos de la Vicaria de Aliste"