La casa de Dios se tornó por unas horas en templo del jondo. El milagro ocurrió en la noche del domingo en Sanzoles y desde entonces los aficionados al flamenco viven en tránsito celestial. ¿Antes de ahora había ocurrido alguna vez en la provincia que una iglesia se haya convertido en ágora del cante? Ya, ya, descontando las misas flamencas, que eso es otra cosa. Unos que sí y otros que no. Se buscan documentos y datos, pero, de momento, nadie los ha aportado.

Lo cierto es que el portento ocurrió y fue el acabose. El público agrandó el templo con sillas añadidas porque los bancos se achataron, los niños se callaron, vecinos y foráneos andan desde entonces con las manos en carne viva de tanto aplauso, los "oooles" rechinaron hasta hacer temblar las ventanas, no cabía un alfiler; la naturaleza no humana que, claro, no pudo entrar en el santuario, envidiosa, se puso como una fiera y escupió rayos y centellas, y como no pudo estropear el espectáculo se puso a llorar como loca, a borbotones que llenaron las calles de riadas.

El flamenco se hizo carne en Sanzoles, en sentido literal. Y la velada ya anda pintada en rojo en la memoria de aficionados y neófitos. ¿Pero la cosa fue para tanto? Pues sí. Se concitaron todos los elementos para convertir un evento festivo, programado por el Ayuntamiento en el marco de la semana cultural del pueblo de Tierra del Vino, en acontecimiento. Primero la tarde pintó bastos y anunciaba tronada, eso hizo que hubiera cambio de planes y que la velada, prevista en la Plaza Mayor, acabara en la iglesia, lo que a la larga se demostró un acierto. Segundo, los artistas llegaron con ganas de agradar al público, a María Mulas, la alcaldesa, y, sobre todo, a Luis González Puga, amigo de los actuantes. Y tercero, los aficionados, que se beneficiaron de un espectáculo único y gratuito, estaban predispuestos a darse la vuelta y a romperse la camisa y lo que hiciera falta para demostrar su conexión con un arte universal, que tiene una raíz rural y que bebe también en la tradición folclórica y musical de esta tierra.

Y ahora lo más importante: los artistas rompieron la baraja, afilaron gargantas y sacaron de la entraña rajo y quejío y se subieron a los altares (literalmente) para predicar el jondo que abre caminos, el que regurgita regatos en tierra árida que con el tiempo se convierten en vergeles feraces. Lo de Antonio Carrión, para el que el presentador del acto animó a quien sea para declararlo hijo adoptivo de Zamora, se sale de lo normal. Una sonanta que son mil guitarras concitando manantiales que brincan, azorados, guijarros de granito y entran en éxtasis para volver después a mares en calma que acarician veleros y se escurren por tierras de secano para dar vida a parvas dormidas de cereales que echan en falta a los segadores de antaño cuando acariciaban el bálago con la hoz, que ya tiene mérito.

Algunos que estuvieron allí, en la iglesia de Sanzoles, adornada para la ocasión, más feligresa que nunca, vieron como el Cristo gótico que hasta hace nada dormía su leyenda en la sacristía el sueño de los justos, y ha revivido gracias a Manuel Sanmiguel Salvador, que lo ha colgado en la cabecera del templo, lloraba al escuchar la toná y la soleá de Luis Perdiguero. El quejío con el que abrió el antequerano los tientos dejó helados a los aficionados, emocionados, rotos, dolidos? Y es que el flamenco licúa los malos pensamientos y activa la vena del sentimiento hasta hacer mejores a los escuchantes. Milagro es desde luego como canta Perdiguero, al que la voz le brota de dentro, de un surtidor donde nace la luz escarchada, acuífero que suda soledades y canta duermevelas.

Macarena de Jerez se desquitó del día anterior, donde no pudo dar en Toro todo lo que lleva dentro. La malagueñas de Enrique el Mellizo gatearon por la floresta dorada del retablo que enmarca el altar mayor y llegaron al cielo: "Se la llevó Dios a la mare de mi alma? Ayayay? se la llevó porque la quería?". La seguiriya estalló al mismo tiempo que un relámpago: "Dejadme llorar ...". Y lloró como un ángel expulsado del paraíso. Y el público, loco, se levantó de bancos y sillas y consoló a la jerezana, que siguió con fandangos y soñando con vidas renacidas en los sueños y truncadas con el despertar del día. En las bulerías se hizo la luz y el baile racial, "loleando" mil jeribeques que sonaron a canto celestial. Lo entonó al final: "Castigo de Dios, castigo de Dios? María de la O". Y Manuel la miraba. Y todos la miraban para comérsela y la jalearon hasta romper el aire, que se diluyó en la nada caliente más que nunca.

El fin de fiesta desnudó al mejor Luis Perdiguero, que rompió la esclavitud de la técnica y se abrió al sonido seco y gateante del templo. Sin apoyos, con la voz descarnada y ahormada para el cante más cabal, se salió del guion y se bebió de un trago el jondo más racial y gitano y lo hizo suyo. Dejadlo, no lo toquéis más, que eso es el cante, gritó alguien al fondo un amante de Juan Ramón Jiménez y del arte de Silverio Franconetti. Perdiguero se dejó ir para alumbrar un universo de sensaciones que llevó el sentir del estómago a la cabeza hasta convertirla en nube. Para acabar, el genio de Antonio Carrión cantando por bulerías. Y es que hay gente que todo lo hace bien.

La velada acabó, como no podía ser menos, en euforia. La iglesia de Sanzoles también recordará muchos años lo que allí se vio, se sintió, se cantó y se bailó. Fuera, también el cielo quiso agradar y dejó caer lo que había acumulado durante más de mes y medio. Llovió sin sentido, sin medida, como el cante, el toque y el baile que dejaron caer como una pluma sobre el altar mayor Antonio Carrión, Luis Perdiguero y Macarena de Jerez. Sanzoles es flamenco, siempre lo ha sido.