En la torre de vigilancia de Ermita de Gracia se hacen jornadas de diez horas continuadas durante los cuatro meses que está operativa. 110 escalones separan el suelo de la plataforma de observación donde el vigilante tiene su oficina. Un habitáculo interior de apenas dos metros cuadrados, con una dotación básica. Prismáticos, planos, la alidada de pínulas y la emisora desde la que el "escucha" mantiene contacto permanente. La cabina está rodeada de una pasarela exterior donde en días muy calurosos la estancia es más llevadera porque corre el aire. "Lo peor son los días de vientos racheados y tormentas" precisa la trabajadora, aunque la torre dispone de un pararrayos. "Tiene sus medidas de seguridad" certifica el jefe de Medio Ambiente.

En esta atalaya trabaja Marta Fernández. La pregunta es inevitable, ¿cómo se llevan esas diez horas en la soledad del otero?, "Simplemente hay que tener actitud para este puesto, es mi tercera campaña en esta torre y la verdad es que cada vez lo llevo mejor, no se hace tan larga la jornada; el final de campaña va pesando pero me imagino que como en cualquier trabajo".

El puesto de Ermita de Gracia tiene la dificultad de que "no hay demasiados puntos de referencia. Hay torres con muchos pueblos, más cordilleras; aquí se ve todo muy plano y es más difícil la ubicación precisa del foco" explica Marta. Pero el tiempo va enseñando y ahora ya sabe, por ejemplo, que en determinado punto el polvo viene de la cantera. "Es un trabajo de dar vueltas e ir fijándote" simplifica. Y hay días más complicados, como en tiempo de cosecha, con la actividad agrícola a tope. La experiencia también le ha enseñado a dejar la comida a buen resguardo, en la sombra. "Con el tiempo vas aprendiendo trucos para que se haga más llevadero".