La lavandera no tiene nombre, pero es conocida desde hace muchos meses por un comportamiento que no pasa desapercibido. Lleva tres años batiéndose enérgicamente contra su propia imagen reflejada en el espejo del barco turístico emplazado en el embalse de Bemposta, y en cuyo embarcadero permanecen los pescadores, de caña o red, prácticamente todo el día por ser una manga prolífica en carpas, luciopercas y otras especies propias de los pantanales del Duero.

Cuando el barco está ausente, también hace lo propio en los cristales de los vehículos aparcados al borde de las aguas. Cientos de turistas que gustan de conocer las angosturas del cañón del Parque de Arribes del Duero desde la superficie de las aguas reparan en la bisbita casi antes que en ninguna otra de las emblemáticas especies que dignifican el espacio protegido, como son el águila real, el alimoche, la cigüeña negra, el buitre y el halcón peregrino, todos dedicados en esta época a lo suyo: a la crianza de la progenie y a sobrevivir.

Conocida en algunos lugares con el nombre de "revolinguina", por estar siempre en vilo y moviendo el tipo, la inquietud que azora a este ejemplar lo mantiene más activo todavía si cabe que a ningún otro ser de todo el espacio protegido y Reserva de la Biosfera.

Es la primera en posarse sobre el barco, y cuando éste abandona el lugar con sus pasajeros para realizar el recorrido escalando hacia la presa de Picote, permanece a la espera en las peñas del lugar, y a la vista de los bañistas y pescadores, o enzarzada con su otra cara en los cristales de los coches aparcados al filo de las aguas.

Nada más regresar de su periplo la embarcación, y descender los aireados ocupantes, vuelve la lavandera a ocupar posiciones para seguir su particular combate con su reflejo. "Ahí está esperando" dice Manuel Moredo cuando se acerca pilotando el barco. Y ahí está visible e impaciente la bisbita gris, colocada sobre el colchón que hace de pasarela, aguardando con ansiedad su turno para reincorporarse a la motora y proseguir un desvelo que tiene clavado en la mollera de un modo harto celoso.

El turista que ve a la pequeña ave lanzarse una y otra vez sobre el cristal piensa, en un primer momento, que lo hace porque ha encontrado en este punto una fuente de alimento de insectos inigualable. Pero los pescadores, que ven su trajín una y mil veces, despejan las dudas de quienes reparan en semejante actuación. Y es que su lucha es contra su propio reflejo y porque no quiere competencia de sus iguales.

Su empeño es colocarse una y otra vez sobre un asiento de la nave, próximo al cristal, distante solo unos centímetros, y lanzarse a volar hacia el espejo donde aparece su figura, con sus mismos aleteos y su rostro. Todo contacto con su rival, pareja ideal o conexión con la gemela es una quimera o un imposible, pero la lavandera no cesa de intentarlo reiteradamente, y ya son tres años de persistir en esta particular obsesión o calentura.

El fermosellano Francisco Robles, que pilota el barco cientos de veces, sostiene que "es la defensa del territorio" lo que lleva a la lavandera a dedicar gran parte de sus energías a impedir que ninguna otra "revolinguina" invada su patria chica. Solamente ceja en su revoloteo sobre el cristal cuando los pasajeros se acercan a la embarcación para tomar el barco. Entonces abandona el lugar para emplazarse en las peñas y todo es otear el horizonte para persistir en el reto.

La lavandera gris está entre las aves que siempre han mantenido una proximidad al hombre y sus ganados. No hay rebaño de vacuno extendido por los prados que no esté acompañado por alguna de estas aves. Es una figura grácil y expectante, atenta a cuanto sucede. La lavandera del barco de Arribes mantiene su cercanía a las personas, que respetan su ocupación y siguen día tras día su enérgica defensa del enclave con cierta admiración.