El oficio más cercano a Dios y la profesión más pegada a la tierra. Esa dualidad encaja el pastoreo en el universo y lo pega al plano de la realidad. Es una obligación de bien nacidos homenajear a quien hace manar leche y carne en tiempos de hambrientos. Y también huellan el campo con sus reses, estercándolo para que haga vibrar la vida. Los pastores se merecen no uno, sino muchos homenajes. En Puebla, el lunes, el Ayuntamiento va a reconocer públicamente la labor de los trashumantes con un amplio programa de actividades. En el centro, una exposición de fotografías de Félix Navarro, que llega avalada por su éxito en Madrid y en Benavente. La trashumancia acaba de estrenar la declaración de patrimonio cultural inmaterial, un motivo más para la celebración.

Los Churreros (nombre que viene de la raza de la oveja que crían y no del alimento aceitoso) llegan el lunes a Puebla con más de 6.000 ovejas. Van camino de los prados blindados con rocío matinal que adornan las vegas de Porto y Barjacoba. Este movimiento de ganado desde las tierras de Aliste hasta las sierras sanabresas se repite desde siempre, seguramente desde el Neolítico. Eso es la trashumancia: mover las reses en busca de comida. En verano hacia el norte, en otoño hacia el sur. Esa necesidad se ha convertido en patrimonio cultural, por lo que significa, por sus asideros, porque ha creado una forma de vida, una filosofía natural que choca en tiempos -actuales- de artificio.

Los pastores (casi una decena) llegarán a Puebla a las diez y media de la mañana. La parada será junto al puente que brinca el Tera. Allí esperarán los concejales de la villa sanabresa, con su alcalde, José Fernández Blanco, a la cabeza. Está previsto que se descubra una placa amartillada a una roca que se colocará en estos días. La leyenda reconocerá la cañada que pasa por el lugar y a sus visitantes más significados: los pastores. Un acto sencillo, pero que hace justicia a quien se dedica a hacer manar alimento blanco y encarnado.

Después, lo más importante, las ovejas y varios pastores caminarán hacia Castellanos, donde repondrán fuerzas, y esperarán. Otros ganaderos, con los representantes públicos, el fotógrafo Félix Navarro y todos los que quieran apuntarse inaugurarán la muestra de fotografías en El Castillo de Puebla. La exposición recoge la vida trashumante y pastoril en la provincia de Zamora. Las imágenes recogen la dura existencia de unas gentes que han logrado sobrevivir y son un ejemplo vivo de lo que puede conseguir el esfuerzo y la voluntad, maestros de un tiempo que hoy languidece pero que es ejemplo de valores y guía de comportamiento.

En el Castillo, nuevo reconocimiento a los trashumantes y a su oficio, que se ha convertido en emblema de la provincia de Zamora. Motivo de orgullo para los zamoranos que aquí sí, en producción de leche con más de cien millones de litros al año, a la cabeza de España.

Resulta contradictorio que quien acaba de reconocer la trashumancia como patrimonio cultural inmaterial, o sea el Gobierno, cuide tan poco las cañadas y veredas por donde tienen que pasar las reses. Apenas quedan señales indicativas en pie, lo que supone una dificultad añadida para los ganaderos y un obstáculo insalvable para curiosos y turistas que quieren visitar las "autopistas" del ganado.

Ovejas y vacas trashumantes, las reinas de antaño, son hoy casi un espectáculo turístico que concita a gentes pintadas de colores de grandes almacenes junto a lo que queda de cordeles, veredas y coladas. Los animales siguen subiendo al cielo del norte huyendo de la calorina del infierno del sur, vaivén eterno que siempre han cumplido, como un rito ineludible, todos los seres vivos y que en el caso de bóvidos y, sobre todo, ovinos, incluso ha estado regulado por ley, que los intereses comerciales hay que guardarlos en reglamentos jurídicos para que críen.

El Honrado Concejo de la Mesta nació en el siglo XIII, pegado a los intereses del rey Alfonso X, quien obtuvo beneficios a través de impuestos especiales y a cambio concedió importantes privilegios y prerrogativas a los criadores de merinas, la base principal de la riqueza del país. La Mesta se mantiene como organización oficial hasta 1836, aunque la decadencia del comercio lanar, que fue el sostén del reino durante la gestación de la Nueva Europa, ya empieza a notarse en el periodo de Felipe II.

La trashumancia, ordenada por La Mesta, sirvió para alimentar reinos, mantener prietas las carnes de los animales y dejar fluir su leche entre pastos verdes. Se convirtió también en forma de vida para mucha gente durante varios siglos y tuvo su paraíso en la Meseta Norte, donde todavía hoy hay reconocidos 28.000 kilómetros (más de 86.000 hectáreas) como vías pecuarias, el 20% de todas las que existen en España.

Pegada a esta primera intención económica, la de explotar la lana de las ovejas merinas, la trashumancia alumbró todo un acervo cultural que pasó al común de las gentes. Ahí queda todavía el recuerdo de las majadas, auténticas posadas para los animales; los puertos reales o fielatos, los eremitorios, las casas de esquileo que se convirtieron en lugar de intercambio y centros sociales, instalaciones y espacios capados por la desamortización de Mendizábal, pero que aún colean en el cofre donde se guarda el legado de esta tierra y seguramente por eso ahí donde antes hubo centros pastoriles, hoy afloran hospederías y casas rurales donde se practica el agroturismo y se reviven costumbres y formas de vida en declive.

Pero no, la trashumancia no ha muerto. En la región 700.000 cabezas de ovino y 40.000 de vacuno tienen reconocida su condición de trashumantes. En la actualidad, practican este sistema en la región alrededor de 350 ganaderos con unos 20.000 animales. Los expertos creen que este sistema de explotación sigue teniendo futuro porque tiene una repercusión positiva sobre los ecosistemas y ayuda a la prevención de incendios y conservación del patrimonio.