La pequeña localidad de Prado, de apenas medio centenar de habitantes, convirtió este año la celebración del Corpus Christi en una reivindicación del papel que puede jugar la mujer en el seno de la Iglesia. Como en cualquier otro pueblo la Sagrada Forma procesionó bajo palio por calles alfombradas con pétalos, pero en lugar de hacerlo en brazos del cura fueron las propias feligresas las que, turnándose, cargaron con la custodia del Cuerpo de Cristo, solo las féminas, mientras el sacerdote adoptó un discreto papel cerrando la comitiva.

"La mujeres también pueden llevar a Jesús", esta revolucionaria idea que ha inspirado la procesión de Prado nace en las ciudades de Bélgica del siglo XIII de la mano de las "beguinas", una congregación de mujeres cristianas, laicas, dedicadas a la oración y al cuidado de los pobres, los leprosos y los huérfanos. Estas místicas fueron las primeras cristianas en celebrar pequeños desfiles con la hostia como protagonista para adorar el Cuerpo de Cristo. Aquellas procesiones en los que mujeres del vulgo podían acercarse a la Sagrada Forma suponían una revolución en una sociedad en la que la Iglesia acababa de negar el cáliz a los laicos y hacía la comunión cada vez más infrecuente, pero también fueron precursoras de la actual fiesta del Corpus Christi, otro motivo por el que las mujeres de Prado quisieron rendir homenaje a las "beguinas".

A pesar de haber sido perseguidas por varios papas a partir del siglo XV, este movimiento religioso sobrevivió hasta 2013, cuando la última beguina, Marcella Pattyn, fallecía a sus 92 años en la ciudad flamenca de Cortrique. Durante sus épocas de mayor esplendor las beguinas gozaron de gran popularidad en las ciudades belgas debido a su intensa labor social, también fueron de las primeras comunidades católicas que oraban en su lengua materna en lugar de en latín.

A lo largo del recorrido de esta original procesión del Corpus Christi en Prado se habían levantado dos altares profusamente decorados por las vecinas, en uno de ellos recibió la bendición Martín, el único niño nacido en el último año, hijo de Verónica. Aunque la madre y el crío no residen en la localidad terracampina, el nacimiento de un descendiente de un pueblo tan pequeño siempre es motivo de orgullo y celebración para todos.

La misa fue oficiada por un sacerdote natural de esta localidad, aunque residente en Madrid, don Secundino Movilla, "Nino" para sus paisanos.