Una lejana tarde del mes de septiembre de 1967, cálida y seca como las demás, un niño de once años camina lentamente desde su casa en la Plaza Mayor, hasta las inmediaciones de la iglesia que alza su mole pétrea de recios y robustos sillares en sus proximidades. Mientras camina un extraño silencio lo envuelve todo. Ni siquiera se oyen los habituales cantos de los pájaros ni los característicos sonidos del ganado. Algunas personas pasan silenciosas de vez en cuando. Al llegar al templo, ya sin puertas, penetra lentamente en el sagrado recinto y un profundo desasosiego invade su mente infantil al ser testigo de la desolación de aquel noble edificio. No hay cubierta y desde el interior se aprecia la aguda espadaña que se elevaba a poniente, con los huecos vacíos ya sin campanas. Todo el interior está sembrado de escombros y no hay rastro de bancos, reclinatorios, ? Por supuesto tampoco el dorado retablo que albergaba la talla del Santísimo Cristo de las Batallas, ubicado sobre el muro norte.

El niño observa que solo queda la silueta del hueco donde se encontraba, que, sorprendentemente, aparecía cubierto de coloridas pinturas con escenas de la pasión, las cuales contrastaban vivamente con el enfoscado grisáceo que cubría el resto de los muros interiores. En el suelo repleto de despojos de todo tipo destaca algo inconfundible, un exvoto en forma de pie de cera que sujeto mediante una cinta rosada el niño siempre conoció sujeto a la columna salomónica situada a la izquierda del citado retablo. Algo más allá y cerca de la puerta de la sacristía otro objeto de madera perfectamente reconocible también: una matraca usada en los oficios de tinieblas de Semana Santa. Desolado por la contemplación de aquella para él incomprensible devastación, se sobresaltó al ver salir de la sacristía a un paisano desconocido, seguramente de alguno de los pueblos vecinos, que llevaba unas varas largas (tal vez las del palio) y que iba comentando que le iban a ir muy bien para azuzar a las vacas. Asustado, regresó a su casa, apresuradamente.

La escuela de niños, también aparecía vacía y despojada de puertas y ventanas, sin muebles ni armarios, aunque eran numerosos los cuadernos y trabajos escolares desperdigados por el suelo.

Resultaba especialmente duro caminar por aquellas calles otrora bulliciosas al caer las tardes veraniegas cuando las gentes descansaban de las duras labores del campo, y verlas entonces tristes y silenciosas, salpicadas de escombros y rodeadas de casas, muchas vacías ya, sin tejas, sin cubiertas, puertas, ventanas? Despojadas de cuanto de valor pudiera haber en ellas, malvendido por cuatro perras a gentes de otros lugares, algunos bastante alejados, haciendo cobrar sentido al refrán que dice que del árbol caído, todos hacen leña.

Era el triste epílogo de Argusino de Sayago. Allí, entonces, a mediados de los años sesenta del siglo pasado, en un remoto lugar de una comarca olvidada y marginada, no hubo lugar para la discrepancia. Ante lo que vendían como "progreso", no se pudo negociar, sino aceptar irremediablemente las limosnas que la empresa hidroeléctrica Iberduero, con el apoyo tácito de la administración de aquel entonces dio a los perjudicados, como pago por arrebatarles el pasado, el presente y, como se ha visto después a lo largo de los cincuenta años que han pasado, condicionando también su futuro. Personas desarraigadas, familias separadas, amigos de la infancia distanciados, ?

A lo largo de aquellos aciagos años, los argusinejos vieron entrar numerosas veces a los representantes del juzgado comarcal porque hubo muchas personas, sobre todo ancianas, que ante la incertidumbre del futuro no pudieron soportar el dolor y el miedo al desarraigo y decidieron quitarse la vida. Asi no se separaron de sus mayores, allí enterrados.

Desapareció con la expropiación el templo parroquial cuyos bienes se llevaron a no se sabe dónde, con algunas excepciones, como la Cruz parroquial, hoy en el Obispado de Zamora. Pero, ? ¿Dónde fueron a parar las campanas?, ¿Dónde el retablo del Santo Cristo?, ¿Dónde el resto de las imágenes de cierto valor que habían quedado en el templo tras el expolio de comienzos de los sesenta?. Por aquel entonces se vendieron varias y sobre todo, el retablo, al parecer renacentista, del que solo se conoce hasta el momento una foto muy parcial y tal vez, aparezca en una película rodada con ocasión de la boda del poeta Elisardo González Crespo, rodada por Fernando López Hepténer, su amigo personal, en 1955. Existe una referencia a dicho retablo en la obra de D. Faustino Gómez Carabias (siglo XIX) donde dice que La iglesia del lugar? "Tiene un hermoso retablo de regular mérito, formado de varios cuadros pintados".

Este retablo fue vendido por el párroco Victoriano Martín, con el beneplácito del obispo. Para justificarse dijo que no tenía valor alguno (por lo que se ve era experto en arte) y que lo que diesen serviría para arreglar la cubierta del templo. Hay un documento donde se relata que quienes lo desmontaron decían satisfechos que con los cuadros superiores ya se habían resarcido de la compra. ¿La reparación de la cubierta?. En las fotografías existentes puede verse que la cabecera estaba cerrada con uralita. ¿Las imágenes que se instalaron en el lugar del retablo?, de escayola, de Olot. Desde luego hubo algunas voces discordantes con la decisión de vender ese retablo, como la del maestro del pueblo, D. Elisardo, y la de su hijo, del mismo nombre, que escribió en sayagués un largo poema publicado el 26 de septiembre de 1958, en el diario "Imperio" donde él colaboraba asiduamente. A ese poema pertenece este fragmento?

Dicen que genti de lejus/ Que ni es siquiá desta tierra/ Anda en tratus pa llevarse/ El retablu de la iglesia?/ A pesar de todo, el retablo salió de Argusino, siguiendo un camino hoy por hoy, desconocido.

¿Y nuestros muertos?, los más antiguos y los más modernos. Los primeros, cuyos restos yacen bajo las losas del suelo de la iglesia son irrecuperables dada la acumulación de escombros que los cubren. Pero ¿Y los otros?, ¿Los que yacen en el cementerio a la entrada del casco urbano sepultados por segunda vez bajo una losa de hormigón y el agua del embalse?. Por dignidad, por respeto, incluso por sensibilidad, deberían haberse sacado de allí en 1967 y al no haberlo hecho entonces, en mi opinión, deberían ser sacados mientras el nivel del agua lo permita y depositados en un sencillo mausoleo junto a la Ermita. Sería una forma de honrar su memoria cada año y poder visitarlos no solo cuando baje el nivel del embalse. ¿Qué tienen que decir a esto las autoridades?.

Y por último, ¿Qué piden los que aún viven? Es necesario repetir las lamentables condiciones en que se expulsaron a los habitantes de Argusino, arrancándoles sin contemplaciones su pasado y por supuesto su futuro. Resultan, en este sentido, patéticas las declaraciones del por entonces gobernador franquista de Zamora, Pelayo Ros, amenazando a quien se atrevía a cuestionar las decisiones que se tomaban e incluso menospreciando gravemente la calidad de las viviendas del lugar, para justificar con ello las miserias que estaban dispuestos a pagar con la expropiación. Esto sucedía a mediados de los sesenta, No está de más recordar aquí la diferencia en el trato a los habitantes de varios pueblos afectados por la construcción del embalse del Esla en los años treinta, a quienes, viviendo en unas casas de humilde factura se les proporciono un pueblo nuevo, la Pueblica, con casas similares a las que se construían por entonces para los obreros en núcleos urbanos como Zamora.

También se les despojó de su pasado y de sus tierras, pero su iglesia visigótica se salvó y fue trasladada piedra a piedra fuera del alcance de las aguas. Además, cuando baja el agua, ocho décadas más tarde, los descendientes pueden recorrer las calles y todavía reconocer los muros enhiestos de las que fueron sus casas. En este caso ser tuvo una actitud completamente diferente a la que tuvieron las autoridades zamoranas de los años sesenta, cuya conducta a base de menospreciar los bienes de los argusinejos y fomentar la división entre ellos, usando las amenazas y el miedo para que se viesen obligados a aceptar sus draconianas condiciones.

Iberduero abonó por todo el pueblo menos de sesenta millones de pesetas de entonces. Y desde luego otros se beneficiaron indirectamente de la desgracia de Argusino. Solo en 2010, Iberdrola aporto 600.000 euros (100 millones de pesetas) al presupuesto de Villar del Buey.

Año tras año, este pueblo ha estado recibiendo pagos millonarios originados por el vecino embalse que han repercutido en un gran número de obras públicas. Además, toda la comarca se ha beneficiado del embalse para resolver una carencia histórica de agua y 18 ayuntamientos de todo Sayago la reciben desde el embalse mal llamado, dicho sea de paso, de Almendra (en justicia tendría que llamarse, de Argusino), bien es cierto que de una precaria calidad, a pesar de su elevado precio.

Todo ello, sin valorar suficientemente los daños sufridos por los habitantes de Argusino, sometidos a una situación tremendamente injusta con la aplicación de las normas y las leyes franquistas, sin derecho a réplica. ¿no es justo que se revisen las indemnizaciones con criterios de justicia y equidad proporcional a los daños recibidos y teniendo en cuenta los beneficios que otros han obtenido en claro contraste? Es una vergüenza haber dejado pasar cincuenta años sin que nadie se haya dignado revisar esa situación.

Por último, resulta vergonzoso el expolio a que se han venido sometiendo las ruinas de Argusino, año tras año, aprovechando la bajada de las aguas del embalse, expolio que no ha respetado ni siquiera los muros del cementerio sumergido. Ahí están las fotos para probarlo. Expolio que fue denunciado por el que suscribe en el año 2012 y recogido ampliamente en las páginas de "La Opinión". Con esta falta de respeto y robo descarado se esta privando a los argusinejos y a sus descendientes, quienes fueron en su día sus legítimos propietarios, de la posibilidad de recorrer los lugares de su infancia o de su juventud, se les está despojando miserablemente de sus raíces y no es necesario alejarse demasiado para descubrir en casas y fincas piedras, pilas, jambas y dinteles procedentes de Argusino. ¿Qué tienen que decir a esto las autoridades?, ¿No merece la pena proteger esta parte de nuestra historia?, ¿Ningún organismo se ha planteado proteger los restos de Argusino y de otros pueblos por respeto a los que sufrieron las consecuencias del desalojo?

En otros lugares, en otros embalses -no en todos, desde luego-, cuando bajan las aguas los pobladores regresan y reconocen las casas, las calles y, a veces, aún se yergue el campanario, junto a la iglesia aneja. Julio Llamazares, nacido en Vegamián, provincia de León, pueblo desaparecido con la construcción del embalse del Porma, cierra con su relato la película "El Filandón", dirigida por Chema Sarmiento en 1984, expresando un emotivo canto al pueblo que le vio nacer (el, hijo del maestro de Vegamián, yo nieto del maestro de Argusino). Discurren las imágenes finales por las calles con las casas todavía en pie y la iglesia. Dice Llamazares en su relato: "Es muy extraña la sensación de volver al lugar donde nací y verlo lleno de lodo; entrar en tu casa, en las habitaciones que todavía están allí, llenas de barro y truchas muertas? Es una sensación muy difícil de describir". Un duro contraste, en este aspecto, con la brutalidad descargada sobre Argusino que nos impide a sus antiguos habitantes volver a nuestras casas y mucho menos, a nuestras habitaciones?

Verano de 1981. Las aguas del embalse han bajado tanto que casi todo el casco urbano del pueblo en su totalidad emerge de las aguas. Es un paisaje dantesco, pero aún reconocible. En aquel entonces pude acercarme con mi propio coche hasta la que fue mi casa en Argusino. Me acompañaban mi abuelo, el que fue maestro de la localidad durante veinte años y allí se jubiló, en 1966, Elisardo González Corral; sus dos hijos, Elisardo, gran poeta y tempranamente desaparecido y Araceli, mi madre. Al llegar hasta las ruinas de la que fue su casa, el comentario de mi abuelo nos desconcertó y deprimió aun más si cabe. "No decíais que íbamos a Argusino?, ¿Y esto que es?" No pudimos responderle.

El viaje finalizó acercándonos a Escuadro, pueblo natal de mi abuelo y en el camino Elisardo hijo escribió este poema: La tierra blanca con la hierba roja/ Dibujándome van una bandera/ Mientras la línea de la carretera/ Recuerdos de mi niñez deshoja. /Sayago era un portal de peña y hoja/ Abierto a la verdad y a la quimera/ Entre Escuadro y Almeida el alma era./ La tierra blanca con la hierba roja./ Y allá queda la ermita más sencilla/ Entre rama de encina, seria rama/ Donde el corcel ya la justicia ensilla./ Y por si fuera más amor que rama/ Está el pendón morado de Castilla/ En el tomillo en flor y en la retama.