Santa Eulalia de Tábara recuperaba ayer la custodia del Santísimo Sacramento de la iglesia de Santo Tomás pocas horas después de que el párroco, Diego Miñambres Temprano, informara a los feligreses del misterioso robo del ostensorio, que había desaparecido sin dejar rastro del cajón de la sacristía donde durante siglos permaneció a buen recaudo.

Las palabras del cura, pronunciadas en la misa dominical, cayeron como un jarro de agua fría entre los parroquianos, pues el robo, además de una pérdida económica supone una profanación de lo más sagrado para un cristiano. Al terminar la ceremonia los devotos formaban corros en la plaza donde se sucedían las especulaciones y las hipótesis sobre lo sucedido: dado que en los últimos meses no se había encontrado ninguna puerta ni ventana de la iglesia forzada, cabía la posibilidad de que se hubiera llevado la custodia alguien relacionado con el pueblo que pudo acceder al templo con facilidad.

Pocos minutos después de la misa LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA contaba en su edición digital la noticia de la desaparición de la custodia bañada en oro, de un valor económico de 1.200 euros. El revuelo formado en el pueblo tras la misa, y quizás también la publicación del robo, debieron causar temor o arrepentimiento en alguien que a primera hora de la tarde hacía "reaparecer" la custodia.

El párroco informó al Consejo Parroquial de que el preciado objeto había aparecido en un cajón diferente de la iglesia, pero según ha podido saber este diario a través de fuentes vecinales fidedignas alguien se lo entregó en mano al propio cura.

La custodia pudo estar desaparecida durante meses, pues nadie la veía desde el Corpus del 2016, cuando la volvieron a guardar en un cajón de la sacristía. El robo se descubría después de esta Semana Santa, cuando la encargada del mantenimiento del templo, Ilda Pérez Carro, ex-alcaldesa y madre del conocido escritor Jesús Ferrero, acudía a la cajonera para preparar la custodia para la Octava de Pascua. Al abrir el cajón vertical la sorpresa fue mayúscula: la custodia no estaba, lo mismo que su funda de terciopelo, bordada por la propia cuidadora.

Surgieron temor y dudas, miró en todos los cajones de la sacristía por si alguien la hubiera cambiado de sitio. Ni rastro. Inmediatamente se puso en contacto con el párroco, residente en Faramontanos, y con el Consejo Parroquial de Santa Eulalia, que volvieron a registrar la iglesia sin éxito. Al final, decidieron que fuera el propio sacerdote el encargado de dar a los feligreses la mala noticia.