- Su afición son los toros, pero ¿qué profesión ejerció en su vida?

-Fui pielero (peletero). A mi padre le nombraron recolector oficial de Sayago. Me he dedicado al trato de ganado y he alternado las pieles con el trato. La piel hoy día está muerta. He quemado 600 pieles porque no valen ni un duro. Antes la piel era imprescindible para todo. Antes la piel valió dinero porque en sus tiempos había mercado. La piel de equino no tenía aprecio. En el año 1949 pagué 50 pesetas por una piel, en Villar del Buey, y hoy paga el matadero porque se las quiten. El mundo de la piel ha cambiado muchísimo. Había peleteros por toda la provincia. Para las fiestas patronales casi todas las casas mataban un cordero y había que estar al loro. Yo en tres minutos desuello un lechazo. La clave es tener buenas manos, agilidad y mucho temperamento. Son las manos las que trabajan, no la navaja, que solo sirve para abrir un poco el cuello y cortar las patas. Yo meto el puño nada más que abro por detrás, y llego al cuello, doy unas vueltas y ya está. Lo cuelgo, le doy otros dos puñetazos y ya está la piel fuera.

- ¿Siempre calza botos?

-Siempre. Compro unos todos los años