La población de Puebla de Sanabria cerró ayer los carnavales del presente año con el entierro de la Sardina. Fue un funeral tan multitudinario y vivido con un espíritu tan compungido por los condolidos asistentes a la incineración del pez que daba la impresión de haberse dado el último adiós a un ser ilustre e irrepetible de la villa.

La marcha funeraria partió de los ámbitos de la Plaza Mayor para descender luego por las calles San Bernardo, la Rua, Costanilla, de la Cárcel, el tramo bajo de Costanilla hasta alcanzar la Plaza del Arrabal.

El traslado del cuerpo de la finada fue seguido por hombres, mujeres, jóvenes y niños que quisieron estar presentes en un momento tan especial de la etapa de un ser. En varios momentos del trayecto pudieron oírse los gemidos lastimeros de los más allegados.

Frente al pilón de la fuente se procedió a la quema pública de la sardina más grande y asombrosa del Tera, portada en este viaje al más allá por cuatro niños.

Fue un funeral de riguroso velo y luto, oficiado, como corresponde a tan llorada pérdida, por un obispo que predicó la palabra con un verbo de eminencia. "Enterramos a la sardina, se acaba el carnaval" se dijo en una atmósfera de abundantes lágrimas derramadas por quienes no pudieron contenerlas.

Puebla lleva medio siglo de entierro de miembros de la misma familia y, además, el mismo día del año, al decir del concejal del Ayuntamiento Pedro Castronuño, que asistió al acto al igual que el Equipo de Gobierno y parte de la Corporación municipal.

Aún no se había disipado del todo el humo del cuerpo de la muerta, metida en llamas para que no quedara ni rastro de su estampa, cuando amigos y familiares de la difunta decidieron dar un vuelco a los pesares y entraron en una apoteosis de alegría, jolgorio y farra que dejó tras de sí 135 kilos de sardinas consumidas en poco más que una sentada. ¡Qué transformación! Las lágrimas desaparecieron de pronto de la cara de los presentes y los rostros dieron paso a una felicidad desconocida.