El lobo ha protagonizado más de una polémica en los últimos meses. Si el pasado verano el revuelo surgía por la negativa del Registro de Fuenlabrada (Madrid) de permitir a unos padres poner a su hijo «Lobo» como nombre propio, extremo que al final sí han conseguido, a comienzos del año pasado, durante la pasada legislatura, el enfrentamiento lo protagonizaban ganaderos y ecologistas a vueltas con la necesidad de incrementar o rebajar la protección de esta especie en España.

A principios del siglo XX, el lobo estaba presente en la mayor parte de la Península Ibérica, pero actualmente sólo habita en el cuadrante noroccidental, concretamente en Galicia, Castilla y León, Asturias, Cantabria, Rioja y País Vasco. En menor medida se encuentra también en Andalucía y Castilla-La Mancha, habiendo llegado recientemente a Madrid.

Sin embargo, el lobo se extinguió hace poco tiempo en Extremadura (aunque es posible que pudieran llegar nuevos lobos desde Castilla y León), y en Andalucía las manadas existentes en Sierra Morena a principios del nuevo siglo parecen haber desaparecido hoy, quedando en el mejor de los casos individuos aislados.

279 MANADAS, 179 EN CASTILLA Y LEÓN

Según el último censo del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (Magrama), que data de 2014, en España hay 279 manadas de lobos, de las que 179 se distribuyen por la comunidad de Castilla y León, al sur y al norte del río Duero. La peculiaridad es que al sur del río, el lobo ibérico es una especie protegida por directiva europea Hábitat, mientras que al norte sigue siendo cazable.

Según este censo, desde 2012 las manadas han crecido un 18 por ciento, con una presencia de lobos en 91.620 kilómetros cuadrados, el 18,32 por ciento de la superficie del país.

Precisamente, en 2012, el entonces ministro de Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete, pidió a la UE que levantara la protección de la especie al sur del Duero, pero Bruselas le pidió que elaborara un censo científico de la especie. En 2016, la ministra en funciones Isabel García Tejerina aseguró en Zamora que cuando se revise la normativa comunitaria sobre el lobo se contemplará la posibilidad de solicitar a la Comisión Europea que se haga «el mismo tratamiento para el lobo al norte y al sur del río Duero».PROPUESTA DE PODEMOS-EQUO

Tras estas afirmaciones, en el mes de abril, representantes de organizaciones ecologistas exigieron en el Congreso de los Diputados preservar al lobo ibérico incrementando su protección. Lo hacían junto a la formación Podemos-Equo, que registraba en el Congreso una iniciativa en este sentido.

Entre los que apoyaban la protección, se encontraba la asociación Lobo Marley, que cifraba en un 0,7% de ataques de lobos a cabezas de ganado. También recordaba que en Portugal la especie está protegida en todo el territorio y los ganaderos reciben, por ello, ayudas de Bruselas. Desde WWF, denunciaban que en España se matan una media de 800 lobos al año y, junto con ello, advertían de que las comunidades autónomas no cumplen con los planes de recuperación de la especie.

Según los defensores de su protección total, el lobo es una especie «clave en los ecosistemas», cuya presencia y actividad «regulan la competencia y predación, entre otras especies, de la comunidad y, por tanto, la composición y estructura de la misma».UN MALO DE CUENTO

La imagen del lobo como un ser pérfido, taimado, feroz, asesino, forma parte de la cultura popular occidental, de su mitología y de sus fábulas. El Antiguo Testamento ya definía al lobo como una «criatura abominable y sanguinaria». Un perfil que tiene su origen en la enconada rivalidad del gran depredador con el hombre a partir del Neolítico, cuando nace la ganadería y las reses domésticas pasan a formar parte de su dieta (representan una fuente de carne tan abundante como fácil de obtener). Solo mentar el nombre del cánido sigue desatando las iras de los pastores, que en otro tiempo (y aún hoy, furtivamente) persiguieron al lobo con saña, a fuego y veneno, y con la ayuda de alimañeros profesionales; en ciertas épocas, incluso bajo recompensa.

Tal es el enconamiento de la sociedad rural con respecto al lobo que hasta le culpan de la crisis del campo en las áreas de montaña (en las que tiende a refugiarse en las regiones cantábricas), también del abandono de las majadas más altas y de los pueblos, de la reducción de la cabaña ganadera, de la casi desaparición de las queserías de puerto... Además, se trata de un animal temido, si bien los casos reales de ataques a personas en nuestro ámbito geográfico se cuentan con los dedos de una mano (hay mucha mitología y mucha fantasía en torno a esa confrontación); el más conocido en España es el de Chantada, en Lugo, donde un lobo rabioso -esta circunstancia explica su conducta- se cobró la vida de 14 personas en 1881. Tan interiorizada y antropizada está la imagen maligna del lobo que incluso hemos ideado una criatura fantástica, el hombre-lobo, el licántropo, que saca lo peor de las personas sobre las que cae la maldición cuando se transfiguran en la bestia.

ATRACTIVO SALVAJE

Incluso el lobo tiene un reverso positivo, aunque cuesta hacerlo ver. No obstante, su imagen como símbolo de la naturaleza salvaje cada vez cobra más fuerza y crece el «turismo lobero» orientado a seguir su rastro, oír sus aullidos y, con suerte, contemplar su estampa e, incluso, presenciar su rica conducta social o algún lance de caza. En ciertos lugares, como la zamorana sierra de La Culebra, hace tiempo que se ve al lobo como un recurso, y las salidas al campo detrás de las manadas, como una actividad positiva (rentable) para la zona. También se ha abierto el Centro Temático del Lobo en Robledo de Sanabria. Ese camino se ha abierto en Asturias, pero aún muy tímidamente (también se ha inaugurado, en paralelo, una Casa del Lobo en Belmonte de Miranda, con un cercado en el que pueden verse ejemplares cautivos con la misma pretensión de hacerle un lavado de imagen al carnívoro). Más cuesta dar realce al papel ecológico del lobo como pieza esencial en la salud de los ecosistemas, como actor principal en el equilibrio de las poblaciones de grandes ungulados.

La presión depredatoria que ejerce sobre jabalíes, corzos, ciervos y rebecos se traduce en un efecto moderador del impacto que éstos tienen sobre la vegetación al pastarla y ramonearla, y al mismo tiempo produce una selección positiva de los ejemplares más sanos y mejor dotados, lo cual beneficia a las respectivas especies. La influencia favorable del lobo en los ecosistemas de los que forma parte se ha constatado de forma inequívoca en Estados Unidos, en el Parque Nacional de Yellowstone, donde, tras 75 años de ausencia, la especie fue reintroducida en 1995. A partir del regreso del lobo, la excesiva población de wapitíes se redujo, se regeneró la vegetación, que en algunas zonas había desaparecido dando lugar a procesos erosivos, y se diversificaron los hábitats y, con ellos, la fauna. Además, los lobos están regulando la población de coyotes y, a través de las carroñas que dejan, están beneficiando a varias especies de pequeños y medianos carnívoros.