El riesgo de rotura de la presa del Lago Oroville, en California, que ha obligado a la rápida evacuación de miles de personas residentes en los núcleos afectados por la posible inundación, y a los ingenieros a tomar soluciones sin tiempo alguno que perder, ha traído a la memoria del sector el episodio de Ricobayo, de enormes parecidos en alguno de sus aspectos.

Hidráulicos, ingenieros, titulares de las empresas hidroeléctricas, geólogos y también responsables del sector de las confederaciones hidrográficas y Gobiernos -dueños de grandes presas y embalses- siguen de cerca el desenlace estadounidense y se reafirman en la necesidad de mantener una permanente vigilancia sobre unas estructuras que son potenciales bombas cargadas con millones de metros cúbicos de agua.

Oroville resucita estos días el peligro que encierran las roturas de presas, y evidencia que el agua excedente que no pueden absorber las turbinas exige una correcta gestión en su furiosa evacuación, que los elementos desembalse del complejo deben estar en perfectas condiciones y ni mucho menos olvidados y expuestos al desastre.

El sector hidroeléctrico, tan amigo de difundir los proyectos y las innovaciones, no quiere ni oír hablar de los desastres y ayer prefirió el silencio sobre el particular y no entrar "en comparaciones". Pero Ricobayo y su Cazuela están ahí, y constituye un ejemplo visitado anualmente por cientos de personas que quieren ver de cerca el poder destructor del agua. Y también está ahí el desastre de Vega de Tera y la tragedia de Ribadelago, porque entonces no hubo evacuación de persona alguna. Ambos en la provincia de Zamora.

Tal es la capacidad de demolición del agua que la conservación y la seguridad de las presas es un tema recurrente en los máster organizados por el Comité Nacional Español de Grandes Presas, y tal es la preocupación que todas estas construcciones están sometida al correspondiente Plan de Emergencia, en el caso de Zamora establecido a lo largo de los últimos años tanto por Iberdrola como por Endesa en sus respectivos saltos repartidos por el Duero, el Esla, el Tera y la sierra sanabresa.

¿Negligencia? ¿Desatención? ¿Imprudencia? Son preguntas que ayer flotaban en el ambiente al conocer un desastre que trae en vilo a los responsables de la gestión del agua almacenada de forma acelerada en el lago Oroville, pero que tiene sus precedentes y, además, se da en un sector que tiene siempre presente la realidad que dibujan las tormentas y, sobre todo, las grandes avenidas. "La necesidad de conocer la morfología y comportamiento hidrológico de la cuenca vertiente, y el Ebtdel cauce aguas abajo de la presa para profundizar en el conocimiento de la mejor forma de gestionar las posibles avenidas afluentes al embalse en condiciones de seguridad para las personas y bienes situados aguas abajo de ellas" es uno de los aspectos tratados en el "VII Máster internacional de explotación y seguridad de presas y balsas" organizado por el citado Comité.

Ricobayo como en Oroville coinciden en que el agua desembalsada en su máxima carga por el aliviadero devora en su fuga y a pasos agigantados el macizo sobre el que se asienta o desemboca la canalización, comprometiendo el mantenimiento en pie de la presa y la sujeción de millones de metros cúbicos de agua.

La profesora Loreto Antón López, que ayer seguía con especial desvelo y de un modo científico la pesadilla de California, ya destacó, tras estudiar el proceso erosivo dado en Ricobayo en la década de 1930, que el agua embravecida puede erosionar el terreno y formar un cañón fluvial en muy poco tiempo. Basta que el agua actúe sobre un macizo rocoso fracturado y penetre por las fisuras de sus entrañas para desencajarlo con el consiguiente aluvión de material aguas abajo.

El episodio de Ricobayo es un ejemplo impresionante porque en menos de seis años se formó un cañón de 270 metros de longitud y cien metros de profundidad. Es un proceso estudiado con minucioso detalle y profundidad por el ingeniero José Luis Blanco Seoane, que llevó las riendas del Laboratorio de Hidráulica de Iberdrola durante más de tres décadas. Este centro se construyó en Muelas en la década de 1940 precisamente por el susto y el problemón experimentado por los ases de la energía, y para estudiar, en modelos reducidos, los órganos de desagüe (aliviaderos) y la disipación de la fuerza del agua soltada o escapada a la fuerza de los embalses.

Blanco Seoane explicó a miles de personas, ingenieros, técnicos y especialistas del mundo de la hidráulica, un fenómeno erosivo que durante año no pudo atajarse "con las acciones tomadas sobre la marcha". Saltos del Duero operó con hormigonado en paredes, frentes, fondos y laterales, y construyó "deflectores" para apaciguar la agresiva potencia del régimen de agua salido por las compuertas. No fue hasta el año 1962, con la colocación de media docena de "dientes" al final de la lengua de vertido cuando la compañía dio con la solución satisfactoria. Hoy la Cazuela permanece como un referente de la lucha entre el hombre y el agua. El poder del agua sigue explicándolo Fermín Faúndez en el Laboratorio de Hidráulica, reconvertido en centro de enseñanza de un episodio que recuerda la situación que viven hoy en Oroville, donde se depositan cientos de sacos de piedra para frenar la vorágine y se lucha por rebajar el almacenamiento del Lago.

Los ingenieros y responsables de las presas zamoranas han insistido en la seguridad de los diques y de las evacuaciones: los espectaculares desembalses. Pero cada mañana miran a Oroville porque, como Fukushima en lo nuclear, el desenlace repercute en todo el sector.