El sacerdote leonés José Manuel Ramos Gordón, retirado de las labores parroquiales por una acusación (admitida) de abusos sexuales a menores durante la época en que era profesor en el Seminario Menor de La Bañeza, tuvo como primer destino el ya desaparecido Colegio Diocesano Juan XXIII de Puebla de Sanabria, donde impartió formación después de ser ordenado sacerdote en el año 1978. La exclusiva de LA OPINIÓN-EL CORREO conmocionó también ayer a Puebla y a los exalumnos del centro, los cuales no descartan que puedan salir a la luz casos similares tras la denuncia de F. L.

Al salir de la comarca zamorana, Ramos Gordón continuó como docente en La Bañeza, donde está admitido por él mismo que cometió los abusos sexuales contra "varios alumnos", entre ellos dos hermanos gemelos. La denuncia de uno de ellos ha llevado al obispo de Astorga, con el acuerdo de la Santa Sede a decretar la privación del oficio de párroco durante "un periodo no inferior a un año".

Pese a que las víctimas contaron a sus superiores lo que les estaba pasando, Ramos Gordón continuó en La Bañeza un curso más hasta que en septiembre de 1990 se hizo cargo de la parroquia de Tábara y después de otros pueblos de la comarca, donde permaneció hasta julio de 2016, cuando fue apartado.

Aunque Ramos Gordón ha sido el único encausado en estos hechos, la denuncia de F. L. ante el papa Francisco se extiende también a los "encubridores", a "quienes supieron y no actuaron" en aquellos años, cuando estaba al frente del obispado de Astorga Antonio Briva Mirabent.

Tal y como relata en la primera carta al pontífice, aproximadamente a los tres meses de comenzar los abusos, dos de los chicos decidieron contárselo al rector del Seminario de La Bañeza, el alistano Gregorio Rodríguez Fernández (natural de Riofrío y fallecido en 2014). En aquel curso 1988-1989 estaban como tutores, y así aparece en la misiva, Juan Herminio Rodríguez, Francisco Javier Redondo y el "castigado" José Manuel Ramos Gordón.

"Pensábamos que (la revelación al rector) sería el fin de aquel calvario, nada más lejos de la realidad. Como si de una simple chiquillada se tratara, nadie hizo nada. El silencio por respuesta. Lo único que conseguimos fue entrar en un círculo de castigos. Nos castigaban con ir a dormir a la sala de peluquería y él venía a despertarnos a cada hora, el trato tampoco mejoró en misa. Se acercaba y cogiéndonos del brazo, nos susurraba con ira al oído "¡cantad!, ¡quiero ver cómo se mueven vuestros labios!, ¡vais a dejar aquí la piel!"".

Cuenta la víctima que "pasaron los meses sin que nadie frenara los abusos, las noches se habían convertido en miedo". "Más de una vez encontré a mi hermano, bien entrada la noche, escondido en los baños, con el rostro desencajado, los ojos llorosos y temblando. La impotencia de no poder hacer nada. Recuerdo decirle: "vamos a la cama" y él, con los labios tiritando responde "no, sé que él va a venir"".

Una situación tan insoportable que llevó de nuevo a los menores atacados a "pedir auxilio", en esa ocasión al tutor de 6º, Francisco Javier Redondo, nombrado el pasado mes de enero vicario episcopal de Ponferrada y del sector de Pastoral Social. "Dejadlo en mis manos" les contestó. Redondo es uno de los sacerdotes que ha declarado ante Julio Alonso, vicario judicial e instructor en el proceso canónico. "Parecería que por fin alguien haría algo por nosotros, pero no hizo nada. Por segunda vez nos ignoraron, dejándonos a merced de los caprichos sexuales de D. José Manuel".

Así lo ratificó el denunciante en su declaración ante el instructor cuando éste le pregunta: "¿Qué medidas tomaron los superiores cuando tuvieron conocimiento de los sucedido?".

"No sé qué medidas tomaron o si hablaron entre ellos, o lo comunicaron a los superiores, pero el hecho es que los abusos continuaron hasta el final de curso y nadie hizo nada para evitarlo".

Terminado aquel curso de terror, el último en el Seminario Menor, los gemelos continuaron el Bachillerato en el Seminario Mayor "La Inmaculada" de Astorga "con la esperanza de que sería diferente. Pero si en La Bañeza sufrimos acoso sexual, en Astorga fue maltrato psicológico" cuenta el denunciante.

Fueron dos años, 1º y 2º de BUP de 1989 a 1991, con Julián Barrio, actual arzobispo de Santiago de Compostela, como rector y tutores "D. Máximo, D. Paco, D. Jerónimo, D. Blas y D. Aquilino". Cuando los hermanos llegaron a Astorga, "de alguna manera la historia de los gemelos había trascendido, se sabía, era un secreto a voces", relata F. L. "Lo destacable en este seminario fueron los gritos, los castigos inconmensurables, las terribles bofetadas que nos daban. ¡Fue muy duro! Como duras eran las palabras de Máximo, nuestro tutor, que no escatimaba en vejaciones a la hora de hablar con nuestros padres? Estaba cegado con nosotros, querían deshacerse de los gemelos".

La "persecución" llegó al extremo de que al finalizar 1º de BUP los gemelos no recibieron en casa las matrículas para el siguiente curso, como era lo habitual para el alumnado. "Mis padres, extrañados, bajaron a Astorga para pedir explicaciones al rector, D. Julián Barrio Barrio". Éste fue receptor también de las quejas del padre sobre los castigos que recibían los gemelos; le llegó a reprochar que a uno de ellos le hicieran correr solo por la carretera, "¡Qué pasa si le llega a pillar un coche!, pero él callaba claro" expresó el padre del ex seminarista durante el proceso.

El relato de F. L. evoca episodios muy concretos de un trato que relaciona con la osadía de denunciar los abusos sexuales en La Bañeza. "En una ocasión, por la mañana en laudes, estábamos sentados en silencio con la mirada en las páginas del libro que todos teníamos abierto por la misma página. Yo levantaba la mirada buscando a ambos lados a mi hermano, pero aún no había llegado. Pasaban los minutos y de repente el sonido de la aldaba de la puerta de la iglesia irrumpió. Allí apareció mi hermano, se había quedado dormido. Rápidamente ocupó su lugar y en aquel momento Máximo bajó del altar y le propinó una bofetada con todas sus fuerzas. Lleno de coraje y llorando por la impotencia, rompí mi libro de laudes. Si algo no les gustaba, el castigo era devastador. A mi hermano más de una vez le mandaba Máximo a correr 7 u 8 kilómetros fuera del seminario por una carretera, de madrugada. Él decía que le estaba vigilando desde su despacho con unos prismáticos. Supongo que lo decía para cerciorarse de que se cumplía su castigo".

Cuando, años después, los gemelos contaron todo a sus padres, éstos "comprendieron la magnitud de lo acontecido"; el progenitor "se puso en contacto con ciertos sacerdotes que para su asombro reconocieron los hechos? Pero ahí quedó todo, nadie hizo nada, solo echar tierra encima".

En su declaración ante el vicario judicial y el notario el 5 de octubre de 2015, el denunciante cita a los curas con los que habló el padre; "don Bernardo y don Hortensio" ya fallecidos, "don Prudencio, que le dijo que tuviese mucho cuidado con lo que decía, y con don Santiago Cadierno, que le dijo que ya estaba enterado".

F. L. y su hermano respiraron aliviados cuando terminó ese curso. "Solo Dios me ayudó en aquellos momentos de más debilidad, tan solo Jesús al que tantas noches supliqué "haz que todo esto acabe"".

Padre de un niño a punto de cumplir la edad que él tenía cuando sufrió los abusos y vejaciones, el exseminarista castellanoleonés confiesa que "la idea de que a él (su hijo) le pudieran hacer tan solo una milésima parte del daño que me hicieron a mí, me revuelve por dentro".

Con el pensamiento en tantos niños "que ayer fueron sodomizados, vejados y humillados como lo fuimos nosotros", el acusador reclama al papa Francisco "tolerancia cero". "Espero que los que hemos estado callados, escondidos tras la vergüenza, con miedo, nos unamos y salgamos a decirlo bien alto".

Lee íntegra la carta que F. L. envía al papa Francisco