Día de fiesta en la explotación ganadera del Valle de la Guareña, Santa María de los Caballeros, en la localidad de Fuentelapeña porque había "bautizo" de fuego a los becerros de saca de este ciclo 2016. Pero un día marcado por la memoria emocionada de su ganadero Luis Manuel García Fernández, fallecido el pasado mes de enero cuando alboreaba el año cuyo recuerdo presidió en esta ocasión ese momento siempre de alegría.

Una mañana fría y desapacible pero cálida y amigable en lo humano reunió en las corraletas de la ganadería a 36 becerros, 21 machos y 15 hembras, para marcarlos a fuego como es la tradición ganadera con la señal indeleble de la ganadería, el guarismo 6, y el número de res perteneciente a la explotación. Además un número amplio de gazpacheros, curiosos, amigos todos, acudieron para ver la labor, apreciarla, entenderla y gustarla y, sobre todo olerla en esa chamusquina de humareda con el olor acre característico a pelos fritos.

En la parte técnica, los veterinarios oficiales del herradero y catalogación Javier Flomiewicz y Sergio Yébenes. Ana Belén Sánchez, la ganadera viuda de Luisma, con su carpeta de anotaciones actuando de madrina de los toretes. Luis Miguel Ballesteros, Raúl Nieto, Juan Carlos Verdugo, Juan Carlos Encinas y su hijo Carlos afanándose con las vacunas, los aerosoles cicatrizantes y el "virbamec" de las vacunas, además de amigos y colaboradores espontáneos que avivan los hierros al fuego. Todo listo, dispuesto para marcar al primero de los de la saca de este año: Un torete de nombre "decano", marcado con el número 7/436, de pelo negro mulato salpicado es el primero en pasar por el cajón metálico, mueco, al que se le quita el crotal amarillo de nacimiento y se le coloca el naranja definitivo, una vez herrado, como si recibiera bautismo y confirmación a la vez, y tras marcarlo, sale suelto y con brío, con la cabeza alta, buscando la querencia de las vacas que esperan en una parte del prado.

La prueba genética que se aplica ahora mismo, sustituta de la extracción de sangre que se hacía hasta el año pasado, es la de cortarle un mechón de pelos, cuyos folículos pilosos analizados servirán para conocer la carga genética, el genotipo del animal. Operación mucho más sencilla, limpia y de menor dificultad aunque de idéntica precisión genética.

El último animal bravo en marcar corresponde a una hembra, llamada "forajida", de capa colorada.

Hecha la faena campera y completada la actividad ganadera, todos se reúnen alrededor de la mesa bajo los sotechados de la ganadería. Allí se sirven garbanzos de Fuentesaúco con callos y chichas, colesterol del bueno para entendernos, guisados y aderezados por María Nieto, una extraordinaria garbancera de la tierra por lo que recibe las enhorabuenas y felicitaciones. Después, panceta asada, costillas a la parrilla y dulces de Fuentelapeña y pan de trigo y vino zamorano y ponen los cuerpos a tono, alivian del cansancio, sirven para participar en una mesa y alegran una jornada de risas , buen humor y recuerdos.

Como me gusta decir a mis amigos de Fuentelapeña que Santa María de los Caballeros y el Santísimo Cristo de México inunden de luz y esperanza a este pueblo y sus toros salgan con bravura, acometividad, fiereza, raza y nobleza en esa amalgama genética que significa un toro bravo.

Y en el recuerdo, el homenaje a Luis Manuel Fernández que siguió desde el cielo el herradero de su ilusionante actividad ganadera que empezó en el Valle de la Guareña.