¿Morirá con las botas puestas?, "No; moriré con los cacharros puestos" responde con una media sonrisa. A sus 82 años Paula Fernández, Pauli o Paulita para todo el mundo, mantiene abierto el comercio más antiguo de Fuentesaúco y no será exagerado decir que de la provincia de Zamora. "La Surtidora" forma parte de la historia del pueblo y también de la memoria de varias generaciones de saucanos que no conciben la Plaza Mayor sin la permanente actividad de esta vieja tienda, a la que contempla casi un siglo de historia.

"Empezaron mis padres, Emiliano y Paula; él estaba más con la estación de servicio y mi madre en la tienda". Fue el negocio familiar del surtidor de combustible el que dio nombre al que durante muchos años sería el quiosco y la librería de Fuentesaúco: "La Surtidora". La vida de Pauli no estaba destinada a la tienda, pero la temprana muerte del padre la llevó a abandonar las oposiciones de magisterio que preparaba en Salamanca y volver al pueblo junto a la madre.

Fue así como aquella jovencita que iba para maestra selló su destino con "La Surtidora", hasta hoy. ¿Se arrepintió de la decisión?, "no, porque tenía que estar con mi madre. Mi hermano se ocupaba del surtidor y nosotras en la tienda", cuenta la octogenaria empresaria mientras se desenvuelve con admirable soltura entre un mar de artículos de lo más inverosímil, muchos de los cuales no están a la venta.

Porque "La Surtidora", más que un comercio -que también- es un museo, un viaje nostálgico y de añoranzas hacia el pasado, "un símbolo de resistencia frente las nuevas formas comerciales" define con acierto el profesor saucano Ángel Rodríguez. Ante tan inigualable reliquia no es extraño que entren personas solo a fisgar o en busca de alguna rareza o antigüedad.

Otra cosa es que Pauli esté dispuesta a venderla. Ocurrió mientras se cocinaba este reportaje. La tendera enseñaba unos cabases (antiguos maletines escolares) para tomar las fotografías. Fue sacarlos y tener ya una compradora. "No se vende" zanjó. Y como ése, otros llamativos artículos que pueblan paredes y estanterías dibujando una composición única. Muchos fueron adquiridos por Juanito, el hermano de Pauli ya fallecido, que fue un coleccionista nato.

Cuentan que se hizo con una colección de juguetes envidiable, también de fotografías, muñecas, radios, enciclopedias... "Mi hermano lo compraba todo y mi madre se enfadaba con él" evoca la vendedora, siempre generosa para ceder todo el material que se le ha pedido, como cuando el Instituto de Fuentesaúco montó una exposición sobre la escuela de antes o la que organizó la Biblioteca Torrente Ballester de Salamanca. ¿Tiene indios?, pregunta una madre. Y Pauli se mete en un cuarto para aparecer al momento con las figurillas.

Solo ella es capaz de aclararse entre el universo de cacharros, cachivaches y artículos que se distribuyen anárquicamente por todo el bazar. "Lo mismo encuentras un parche para la bici que una cámara, un juguete... Una vez fui a buscar un barquillero y ¡lo tenía!" cuenta todavía asombrado Ángel Rodríguez. La prensa del día, que también se vende, revistas o libros se entremezclan con una Santa Teresa preparada para su restauración, cuadernos, bolsas de agua caliente, embudos, jarrones, latas, bastidores, regaderas, nacimientos, pizarrines, panderetas...

Entrar en la "La Surtidora" es transportar la mente a un escenario tan familiar para los mayores como sorprendente y hasta exótico para generaciones más jóvenes que no dejan de asombrarse cuando contemplan esa especie de museíllo costumbrista que bien merecería un reconocimiento como bien patrimonial del pueblo. "Las instituciones no tienen para sostener estas cosas" justifica ella.

Porque este antiquísimo bazar es entrañable como su moradora, quien ha hecho de la tienda también su casa. Una mesa camilla y la televisión acompañan el día a día de Pauli. Hasta hace muy poco allí no había horarios, la luz permanecía encendida hasta bien entrada la noche; allí estaba ella dispuesta a venderte el periódico del día, la recarga del móvil o lo que fuera menester. Pero las circunstancias de la vida le han impuesto otra disciplina y ahora cierra a una hora prudencial y se recoge como el resto de comerciantes al uso.

Por las mañanas, bien temprano, "La Surtidora" recobra la vida, como si Fuentesaúco despertara al son de esta vetusta tienda por donde cada día pasan vecinos, unos a comprar, hay quien a dar los buenos días o improvisar una pequeña tertulia con la siempre afable vendedora.

Allí encuentran a Pauli, trajinando de un lado para otro, colocando los periódicos. Cuenta que mientras las fuerzas se lo permitan quiere seguir manteniendo el bastión de "La Surtidora" los 365 días del año como hiciera su madre, que vivió hasta los 98. "Nunca he estado mala, igual que ella, así que aquí seguiremos" sostiene sin perder nunca su media sonrisa.