Está visto, por si alguien aun lo dudaba, que Aliste ha labrado su historia, durante siglos, convirtiendo su ecosistema, incluidas las personas, en un paraíso natural donde ganadería y campo ofrecen manjares que hacen las delicias de los paladares más exigentes y pueden y deben ser una solución para las familias que, aparte de nacer, crecer y amar a su tierra, han decidido quedarse a vivir en ella.

Nuestros frutos del bosque brillan con luz propia en fruterías y restaurantes, pasando de ser necesarios a imprescindibles para los cocineros que gustan de elaborar platos con calidad y comensales que saben que esa calidad se paga y se agradece.

La castaña ha pasado de la decadencia, había que aprovecharla para engordar los cerdos de la matanza, a ser parte de un mercado agroalimentario exigente, al alza: lo mismo agradan crudas que asadas o cocidas, en repostería o como exquisita guarnición de corderos de Castellana y ternera de Aliste, en marrón glacé o harina para mil y un usos.

Me decía el jueves un cocinero de alto standing, madrileño, televisivo y enamorado de Aliste, que "hay cosas que no se entienden: Nosotros nos pegamos por tener vuestra Ternera de Aliste, cordero, setas, moras y castañas y tus paisanos alistanos parece que se conforman con saber que tenéis buena calidad. Están equivocados, lo vuestro es una calidad suprema". Tiene razón. De buenos nos pasamos. Frutos del bosque, ganaderos y hortícolas, -Madrid lleva todo el verano consumiendo tomates de Aliste gracias a Manolo Casas-, son gloria pura. Si producimos calidad hay que venderla a precio de calidad. Que nuestros paisanos vivan de ello a su precio justo.