Todas las miradas están puestas en el cielo porque la sequía que golpea a la provincia salta a la vista y su impacto repercute tanto en la falta de agua, como de pasto, como de sembrado, como de crianza de la fauna silvestre y cinegética, e incluso en la presencia del fabuloso mundo de aves migratorias que llenan con su plumaje y griterío la Reserva Regional de las Lagunas de Villafáfila. Tal es su calado que, en el caso de la apicultura, las pérdidas de la producción de este año se cifran "en un 80%".

"Los animales están como demonios porque llevan mucho tiempo comiendo seco y queriendo verde" afirma el ganadero fermosellano Ángel Manuel Díez, que viene abasteciendo con una cuba al rebaño y ve "como en cuatro días consumen una cuba de 5.000 litros de agua". Alonso de Pedro, de Fariza, afirma que "ahora se mantiene el ganado a base del forraje recogido y de alguna bellota que está empezando a caer".

Los ganaderos aprovecharon las cuatro gotas que cayeron en septiembre para sembrar, pero el trabajo está más que por ver debido a la falta de precipitaciones.

Los cazadores que aguardan disfrutar de la perdiz, el conejo y otras especies también están al corriente de los efectos de la sequía en la caza. Roberto Sánchez, de Fuentelapeña, considera que, de no llover, "Medio Ambiente debería retrasar la apertura de la caza de la perdiz porque está blanda y no se defenderá ni del poder de las armas ni siquiera de los perros".

También los agricultores miran para el cielo cada mañana y son pocos los que se atreven a mover sus tractores por terrenos que al recorrerlos con sus vehículos edan en envueltos en unas polvaredas que les ahoga. Y qué decir del sector eléctrico, que aguarda impaciente que las nubes descarguen agua para elevar los niveles de sus embalses, los cabeceros preparados para acoger todo el agua que pueda correr por los cursos fluviales.

Reina en ciertos puntos de la provincia un paisaje desértico y en el resto una plataforma de barceos incomestibles, así como en las sierras unas carqueixas y unos brezos hirientes. Los campos aparecen amarillentos y polvorientos, los pastos resecos o consumidos, las turberas de la sierra sanabresa agotadas o al mínimo, las riberas de Sayago y Aliste sin caudal y salpicadas por cadozos, los ríos mermados y los pantanos en descenso permanente de sus cotas y con las mangas transformadas en escenarios que, en algunos casos, parecen retoñar debido a la humedad y al productivo limo que deja el abandono del agua.

La vida ganadera sufre de lleno esta situación y las cabañas de ovino y vacuno rondan las pozas y los chabancos como si fueran oasis en un desierto, o aguardan pacientes junto a las naves a la espera de la paja o la hierba que no hallan en el campo. Los ciervos y los jabalíes deambulan de uno a otro lugar llevados por la sed y el hambre que no consiguen aplacar en sus resguardos habituales, las ranas que habitan las lagunas y regueros de la sierra sanabresa pasan tanto tiempo en la orilla como en el curso de agua, que apenas da para encubrirse en caso de apuro. Las víboras se muestran expectantes y peligrosas a la vera de cualquier resguilitón que circule por su medio y los insectos revolotean con ansiedad en todo manantial que todavía ofrece un sorbo a los presentes.

Gracias a las lluvias de mayo las charcas preparadas por los agricultores en sus fincas mantienen todavía algunos litros o metros cúbicos de agua a los que se enfilan los ganados para abrevar en medio de unas campiñas de escaso herbario y con grandes e intratables cardos tiesos sobre la tierra.

El nivel freático de algunos acuíferos que dan vida a los pozos de sondeo, como los de Campos y La Guareña, ofrecen un descenso de varios metros. Algunas fuentes hablan de un descenso "de cuatro metros".

El tabarés Pedro Vega habla de un año desastroso para los apicultores, con unas pérdidas de producción que estima "en un 80%" porque el exceso de humedad primaveral, con las lluvias de abril y mayo, hizo perderse la melaza de la primavera". Añade que "luego empezó a calentar y no llover, y la flora de otoño se ha perdido" con el consiguiente perjuicio. Afirma que "donde hay apicultores responsables los colmenares se salvan porque meten para el consumo de las abejas bolsas especiales de azúcares con proteínas".

Respecto a la fauna de la Sierra de la Culebra, además de destacar que "hay demasiado ciervo y jabalí", asegura que, con la sequía, "bajan a las zonas verdes de regadío a pastar, y luego suben a ocultarse durante el día con el consiguiente trasiego de animales a bebederos, comederos y descansaderos". Está apercibido de que "hasta los animales silvestres aprenden a moverse en las carreteras" y, según afirma, "los hay con tanta experiencia de las idas y venidas que hasta ceden el paso". Sin embargo "los jóvenes son asustadizos e impredecibles".

El ganadero de Fermoselle Ángel Manuel Sánchez dice "estar deseando que llueva porque estamos parados, sin poder sembrar y los cuatro centenos que están sembrados pueden secarse". Los ganaderos recurren "a los paquetes de paja de hierba o paja para que aguanten las reses, que ahora salen al campo para entretenerse y que enganchen algo". Entre ese algo están las bellotas, a las que se tiran los animales como posesos, de modo que "nos traen por el camino de la amargura porque corren como tontas a ellas y, sin perro, no hay quien los domine".

Roberto Sánchez Polo, de Fuentelapeña, sostiene que "la sequía siempre afecta a la caza porque si los animales no tienen agua crían menos y se nota en que las polladas son más pequeñas". Manifiesta que "ahora las perdices se defienden agrupándose para sobrevivir en las zonas de regadío". Confía en que la lluvia que se anuncia entone la extrema situación porque, de lo contrario, "Medio Ambiente debería obligar a los cotos a retrasar la caza de la perdiz hasta diciembre". Está convencido de que el cambio climático "es una realidad y, de seguir así, será difícil hasta la agricultura".

La fauna vive con cierta desesperación la fuerte sequía, que mantiene los campos abrasados. La presencia de los cérvidos invadiendo los jardines urbanos, y de los jabalíes jabateando en la sierra suelos duros como piedras en busca de raíces o surcando los prados de los pueblos, da fe de que el monte es un reino de gatuñas. La sequía del campo fuerza al atrevimiento del la fauna y, en consecuencia, existe un incremento los daños y abundan los recechos legales y también el furtivismo.

La situación para las aves migratorias que dan vida y realce a la reserva de las Lagunas de Villafáfila, y que están comenzando a dejarse ver, no es de momento preocupante. "Lo será si en los próximos días no llueve porque entonces tendrán que buscarse otro humedal" según precisan responsables del Espacio Protegido. "Todavía no es problemático porque las aves están adaptadas" expresan. Es el caso de las avutardas, que son lo más emblemático del territorio, que "tuvieron una primavera excepcional" y se mantienen firmes por su acomodo al secano. Estas aves conocen otros años "muchísimo peores, con sequías iniciadas en el mes de febrero" al decir de las mismas fuentes.

Los embalses, que están más que aceptables, están listos para recibir lluvias y aguaceros. Almendra estaba ayer al 81, 6%, Ricobayo al 55, 2%, Cernadilla al 19, 6% y Puente Porto al 4,3%.

El cielo encapotado de ayer tarde anunciaba una solución a la sed, al hambre y a la pervivencia.