La Confederación Hidrográfica del Duero iniciará estos días una ambiciosa y necesaria actuación cuyo objetivo será la limpieza de los cauces de los ríos Aliste, Frío y Cabrón, así como del arroyo Manzanal, para evitar desbordamientos e inundaciones en nuestros pueblos.

Mal que nos pese, quienes nacimos y crecimos en los pueblos alistanos, somos conscientes, que atrás, perdidos para siempre en la memoria -que nunca en el olvido- quedaron aquellos nuestros ríos, paraísos cristalinos, donde nos bañábamos en agosto, fuentes donde saciábamos la sed con sus puras aguas y en zudas y gargalleras pescábamos cangrejos autóctonos, barbos y bogas. Grandezas estas de nuestro añorado pasado que, por desgracia, seguramente, nunca volveremos a conocer.

Había que construir fosas sépticas y se hizo, eso sí, la mayoría de las veces a lo loco, sin ton ni son, un error que ahora, en la medida de los posible se intenta subsanar con depuradoras. Los ríos y arroyos se convirtieron en el principal vertedero de residuos sólidos urbanos, hasta que llegaron las mancomunidades y pusieron fin al desatino.

En la memoria quedan tiempos pasados -mejores-, donde había población joven, agricultura y ganadería, que contribuían a mantener limpios cauces y riberas.

Mientras se vende la "grandiosa" Reserva de la Biosfera, quienes más hablan, no se han dado cuenta que molinos y puentes se derrumban y en la biodiversidad lo que más abundan son las zarzas y los caminos que fueron y ya no lo son, mientras flora y fauna agonizan, como los pueblos y sus vecinos.

Una de las asignaturas pendientes de esta sociedad es la preservación del ecosistema y dentro de este los cursos fluviales. La CHD va a limpiar los cauces y hay que alabar la iniciativa. Pero un lavado por década no es suficiente. La solución pasa por permitir a los ayuntamientos y vecinos limpiar a menudo de maleza esos peligrosos 300 metros aguas arriba de los cascos urbanos y 200 por abajo.

La dignidad de ser alcalde o concejal puede y debe significar algo más que llevar la farola y presumir de bastón de mando en las fiestas del pueblo. Lo cortés no quita lo valiente. A nadie obligan a ser alcalde o alcaldesa y quien se presenta al cargo ha de ser consciente que debe dar la cara por sus pueblos y sus vecinos. Quizás a veces haya que hacer la pelota, vale, pero otras veces hay que dar la cara, aún a riesgo de que te la rompan. Los ayuntamientos y alcaldes, para eso están, deben asumir que han de liderar esas labores con la ayuda de los propios ciudadanos de a pie. Para los pueblos, más para los que los tienen, los ríos deben ser un valor, un emblema y un orgullo, no sólo portada de telediarios cada vez que llueve o lugares condenados a la triste muerte del olvido. Salvarlos de la desidia es cuestión de todos, de la CHD y de las instituciones, también de los vecinos. Juntos, que no revueltos, hemos de predicar con el ejemplo: no dejemos morir nuestros ríos.