Cuando cumplieron la etapa laboral en el País Vasco, Manuel (Manolo para todo el mundo) Ferrero y Lidia Fernández tuvieron muy claro que volverían al pueblo. Allí son felices. Cultivan un fecundo huerto, también una viña, frutales, crían gallinas y mantienen una activa colaboración con todo lo que se precie en el pueblo. El pequeño paraíso de este matrimonio alistano se encuentra en Figueruela de Arriba donde todo el año, pero muy especialmente en el verano, la actividad es frenética. "El huerto es bonito pero hay que trabajar también".

De otra manera no se entendería la magnífica cosecha con la que Manolo y Lidia, además de toda la familia y si se presta también algún amigo, pueden pasar el año prácticamente autoabasteciéndose. "Con el huerto y las cuatro cosas más que tenemos, si lo sabes llevar un poco tienes el 90% de la vida solucionada" cuenta él entusiasmado con las labores hortícolas.

A los cultivos tradicionales de hortalizas, verduras y legumbres, hace seis años incorporaron el kiwi, una planta que empieza a ser familiar en pueblos de Aliste. "Vimos unos cerca de Figueruela que llevaban bastante años y se daba bien y al ser tan novedoso me hizo ilusión. Primero intenté ponerlos en una finca pero no funcionaron; luego probé aquí al lado de casa y el sitio es perfecto porque van fenomenal" comenta Manolo orgulloso. "Dan una salvajada, los árboles están cargadísimos". Todo un lujo para una fruta que es una exclusividad en el mercado, con precios de hasta 4 y 5 euros el kilo. Por algo se llama Actinidia deliciosa.

¿No estaría bien para hacer negocio? "Lo que pasa es que aquí siempre hemos sido pobres y nunca hemos vendido nada" reflexiona este emigrante en el País Vasco. "Allí es otra cosa, por ejemplo sacan los higos de los caseríos y los venden en el mercado, como otras muchas cosas. El kiwi podría plantarse aquí porque salen de buena categoría y el sabor es exquisito".

Manolo Ferrero ya pudo comprobar la productividad de estos frutales hace años, cruzando el río Urola, cuando trabajaba en la fábrica de Aceros Bellota. "Cuando pasábamos con el autobús veíamos que se habían apoderado hasta de los árboles de ribera. Era increíble".

Esta planta trepadora de origen asiático es el nuevo habitante del vergel alistano donde crecen tomates "de más de un kilo", patatas, cebollas, lechugas, escarolas, pimientos, melones, sandías... Después es Lidia quien se encarga de aprovechar todo ese potencial con salsas, conservas o mermeladas, garantizando una despensa segura para todo el año. Y sana. En el caso de los kiwis, algunos frutos de la cosecha del año pasado se han conservado en el frigorífico hasta el mes de agosto.

Peor se han dado esta temporada los frutales, muy especialmente los manzanos, otros años estaban a rebosar de fruto. "No se entiende muy bien por qué, pues este año no ha habido heladas, quizás haya sido el exceso de agua" cuestiona este experimentado horticultor.

Es así funciona esta minifábrica familiar, donde todo es posible a base de trabajo. "Vivimos muy bien en el País Vasco y eso que estuvimos los años más revoltosos (en referencia al terrorismo). Pero no lo añoro, aquí estamos agustísimo todo el año".

Aunque ahora existen poderosas razones para que el matrimonio vaya de vez en cuando a la tierra en la que vivieron 34 años. "Tres nietitas" que viven en Bilbao y que a buen seguro desde pequeños se criarán con las saludables verduras y frutas de la huerta de los abuelos. "Van los coches a tope de cosas" confiesa el alistano.

"Aquí no nos aburrimos" certifica Manolo rebatiendo las posturas derrotistas de quien no encuentra aliciente en el pueblo. "Si tienes los medios y la casa bien preparada, aquí se vive muy bien. Hay más futuro del que se piensa pero en general somos poco currantes, preferimos que nos llegue la ayuda y a tomar vientos, no intento nada. Recursos existen, pero hay que trabajar".

Manolo y Lidia se tuvieron que marchar en busca de un futuro que encontraron en la factoría vasca, por aquellos años con 3.700 obreros al tajo. A la vuelta de casi cuatro décadas la situación ha cambiado por completo. "Antes esto estaba lleno de animales y ahora quedan 60 ovejas, hay pasto de sobra para explotar esto pero la gente joven, aunque ande a dos velas, no quiere ni oír hablar del pueblo. Es una pena".

Hay honrosas excepciones, como la de su sobrina que ha montado casa rural y restaurante. Funciona bien. "Antes tenías que ir a comer a San Vitero y a Portugal y ahora ya lo tienes aquí. Desde luego a la puerta no va a traerlo nadie, hay que tener ganas de trabajar y sacrificarse" receta este trabajador que, lejos de colgar la azada, ocupa también el tiempo en la construcción de una casa. Ya más relajado, talla la madera, una habilidad que aprendió en el País Vasco.

Es la vida de un matrimonio de emigrantes que ha retornado al pueblo para quedarse y aprovechar todos los recursos de Figueruela de Arriba. La tranquilidad, el aire puro, y una tierra fértil y generosa que abastece a toda la familia.