A sus 83 años Severina Vasallo Vasallo ha visto con pena como cesaba involuntariamente en una de las ocupaciones que ha desempeñado en las tres últimas décadas: atender el teléfono público de Chanos, en la Alta Sanabria.

De la noche a la mañana el teléfono alojado a la entrada de la vivienda, situada en la calle Cachó, se quedó sin línea. El Ayuntamiento de Lubián dio de baja uno de los últimos teléfonos públicos del municipio para desasosiego de su cuidadora. Así, sin avisar de su corte a través de una llamada, sin comunicar la posibilidad de mantener el conocido número para uso privado del hogar de los Benéitez Vasallo. Sin agradecer los servicios prestados que durante más de 30 años no ha cobrado pese al tiempo y la dedicación. Esta mujer se emociona solo de recordar la pérdida.

Severina cuenta que hace más de 30 años Chanos estaba lleno y "en todas las casas del pueblo había gente". Cuando el Ayuntamiento de Lubián y la entonces empresa pública Telefónica plantearon dotar al pueblo de este servicio público "nadie quiso tener el teléfono en su casa", ni el único bar que había abierto en el pueblo. Su marido Manuel Benéitez Guerra dijo "¿cómo se va a quedar Chanos sin teléfono". Y el aparato entró en su domicilio para servicio de todo el pueblo, instalado en el corredor de la vivienda acondicionado como un pequeño locutorio. Severina tiene sobre su mesa el listado con todos los teléfonos, desde el centro de salud, la Guardia Civil, la farmacia, el Ayuntamiento, el panadero. Esta octogenaria se sabe muchos números de memoria, sobre todos los de urgencias, por los años que ha tenido que echar mano de ellos.

La duración de cada llamada, las que salían de casa, se cuantificaba en pasos que primero se pagaban en pesetas y luego en euros. Sobre la mesa de su casa reposa la tabla de equivalencias que uno de sus hijos le preparó. Fruto de esta actividad Severina tuvo que repasarse las tablas de multiplicar que aprendió de niña.

Nunca cobró

El teléfono público de Chanos recibía numerosas llamadas de Madrid, Zaragoza, Barcelona, Bilbao, hasta de Argentina. Los hijos que habían emigrado llamaban a los padres que se había quedado en el pueblo. "Con nieve en las calles" y a horas intempestivas esta mujer se acercaba a casa de cualquier vecino para dar cualquier aviso. Un trabajo que nunca cobró "aunque sí hubo quien cobraba por coger los recados". Siempre había alguien en casa para coger el teléfono, Severina o alguno de sus cuatro hijos, además de la abuela. El cabeza de familia, encargado de obras, pasaba largas temporadas fuera de casa en obras como los túneles, la carretera nacional, presas como la de Cernadilla, en Ciudad Real, Oviedo y Salamanca. Incluso emigró con otros vecinos del pueblo a Francia y Alemania entre 1962 y 1963.

El gasto del teléfono se cargaba en una cuenta de la propia familia, desde donde la compañía cobraba el consumo. La factura continuaba hasta ahora domiciliada en la cuenta de Manuel, ya fallecido.

El número público era todavía la referencia para los vecinos más mayores del pueblo para recibir las fechas de consultas médicas "era el número que todavía daban". El recado llegaba a su destinatario. En los años 90 el teléfono público no fue desbancado por los teléfonos fijos en las casas y buena parte de los residentes recibía novedades en el locutorio de Severina, fuera la hora que fuera. Los teléfonos móviles se han generalizado en esta última década entre los mayores del pueblo "pero no se aclaran" es más fácil seguir recibiendo los recados directamente del teléfono de Severina. A los cortes de luz frecuentes en la zona hay que sumar los cortes de las operadoras de móviles, falta de cobertura y zonas de sombra. Con la climatología adversa la línea telefónica terrestre que cuelga de la fachada de la vivienda ha demostrado ser más fiable.