Conocí personalmente a Miguel de la Quadra-Salcedo, en agosto de 1992, cuando estaba preparando el paso por la provincia de Zamora, de la Ruta Quetzal, en aquel año del Quinto Centenario del Descubrimiento de América. Quería hacer una parada en Rionegro del Puente, como homenaje a Diego de Losada, el fundador de Caracas, y coincidía por aquellas fechas el final de las obras de restauración del Palacio de Losada, la casa natal de Diego de Losada, y los preparativos para el acto de inauguración.

Recuerdo el interés de Miguel de la Quadra, por los detalles de ese acto en el Palacio de Losada. Era una obra en la que habían participado el Gobierno de España a través de la Comisión del Quinto Centenario, la Junta de Castilla y León, la Diputación de Zamora, el Ayuntamiento de Rionegro del Puente y también el Gobierno de Venezuela, además de la Asociación Diego de Losada. Sabíamos que el embajador de Venezuela no podía estar el 18 de septiembre de 1992, y la representación de Venezuela la ostentaba el Dr. Adolfo Romero Luengo, secretario de la Sociedad Bolivariana de Venezuela. Miguel se ofreció para que estuvieran en ese acto varios jóvenes venezolanos que participaban en la Ruta Quetzal y llegado ese día, aquí estuvieron esos jóvenes que abandonaron durante dos días la expedición, creo que desde Extremadura, donde se encontraban los demás.

Llegó el día del paso de la Ruta Quetzal, por Rionegro del Puente, y aquello fue una fiesta nunca vista. Varios autocares llenaron las calles de la villa y los cientos de jóvenes de decenas de países y culturas, recorrían los lugares más destacados de Rionegro del Puente. Miguel callejeó por el pueblo, habló con la gente, se dejó fotografiar con todos los que se lo pidieron y dio un ejemplo de persona sencilla.

La mañana anterior, Miguel me había pedido un lugar tranquilo y con teléfono (entonces no había móvil) y le ofrecí mi casa. Más de dos horas estuvo realizando gestiones y cerrando acuerdos por teléfono. Luego me comentó el gran trabajo que llevaba organizar una Ruta Quetzal. Había comenzado la edición de ese año y aún no tenía todo el presupuesto. Durante esa mañana habló con ministerios, con grandes empresas y con otros sectores y logró cerrar varias operaciones de apoyo económico. Cuando me dijo que tenía 60 años, no me lo creía, porque no los aparentaba. Luego supe de sus grandes hazañas deportivas y de su constante vida al aire libre recorriendo el mundo.

Después de una mañana ajetreada lo invité a comer en la casa familiar, y pidió que no hubiera mantel y que no hiciéramos nada extraordinario. Comimos en la cocina del bar Central, que es un espacio grande y estábamos diez o doce de la familia, acompañándolo. Había preparado mi suegra Laurentina, un cocido en el que había tocino, chorizo y todo lo demás de la matanza propia. Durante la comida, Miguel nos hizo un repaso de todo lo que había probado por el mundo, de lo enriquecedor que era participar con otras culturas y otros pueblos de sus gustos gastronómicos. Comió la sopa de cocido y un buen plato de garbanzos con mucho caldo. Y no quiso más. Nos pareció que era poca comida y entonces explicó que para él el cocido en un pueblo y el caldo de los garbanzos, donde se había cocido algo de la matanza, era algo supremo y que le había gustado mucho. Nos dijo que había quedado perfectamente y que no necesitaba nada más.

Tuve tiempo de tener una amplia charla con Miguel, debatiendo la situación en Hispanoamérica, me habló de la corrupción en muchos países y de las grandes posibilidades del mundo iberoamericano, de la cultura, de la familia, etc. Él me agradeció las facilidades que le habíamos dado y me dejó su dirección de Aravaca, su teléfono y el ofrecimiento a estar a nuestra disposición. Durante varios años mantuve algún contacto con él y nunca rehuyó una contestación. Era de esas personas que lo llenan todo de humanidad. Era impresionante el trato con los jóvenes, que él llevaba personalmente cuando había algún problema. Demostraba una gran autoridad y a la vez una gran comprensión y cercanía. Pero había unas normas que nadie podía saltarse y alguna vez, según me contó se dio el caso de algunos jóvenes que tuvieron que regresar a sus lugares de origen por no estar a la altura de la situación.

Llegó el 18 de septiembre de 1992, fecha de la inauguración del Palacio de Losada, y aquí estaban todas las autoridades provinciales y locales. La representación venezolana la ostentó D. Adolfo Romero y se le otorgó un lugar destacado a los jóvenes de Venezuela que habían llegado ese día, procedentes de la Ruta Quetzal. En ese solemne acto en el que intervinieron las autoridades también se les ofreció la palabra a dos de esos jóvenes venezolanos, que no tendrían más de 16 años y sin embargo dieron un ejemplo de soltura en sus palabras con unos mensajes improvisados y llenos de contenido. Aquella inauguración era un acto importante como recalcaba Miguel de la Quadra y por eso apoyó la presencia de jóvenes venezolanos en el Palacio de Losada.

Siempre que alguien se va, tendemos a hacer muchos reconocimientos que quizás en vida nunca se hacían. En el caso de Miguel de la Quadra, su dedicación a los jóvenes, al intercambio de culturas y su gran trabajo en la Ruta Quetzal, servirán para definir una personalidad irrepetible.