Llueva o haga calor la cita más importante para los moralinos es la procesión por la que marcha la Virgen del Rosario atravesando la calle Zamora al encuentro de su hijo en la ermita del Cristo. Un viaje en el que es llevada a hombros por los cargadores habituales, una veterana cuadrilla que se va turnando bajo las andas unidos por la devoción a la imagen mariana.

Según cuenta la tradición fue en el año 1678 cuando se fue en procesión por primera vez al Santo Cristo el día de San Gregorio 9 de mayo. Es en esa fecha cuando aparecen en el libro de cuentas de la ermita las limosnas recibidas si bien la fiesta principal siguió siendo durante muchos años el día de la Santa Cruz, el 3 de mayo.

Una procesión que a día de hoy es sin duda el momento estelar y de devoción para los moralinos que acuden puntuales a las diez de la mañana a las puertas de Nuestra Señora de la Asunción para ver salir a la Virgen del Rosario, una imagen finamente ataviada y con flores de temporada siempre frescas adornando el paso que portan los cargadores que se turnan a lo largo del recorrido desde el punto de partida hasta la ermita del Santísimo Cristo, donde les esperan cientos de personas llegadas desde la capital y pueblos de alrededor, entre las que se hallan autoridades civiles y eclesiásticas que salen al encuentro para, todos juntos, acompañar la llegada de Nuestra Señora hasta la morada del Cristo.

Al cargo de la ermita existía desde tiempos inmemoriales el ermitaño que vivía en la casa aneja . Ya en 1656 tal y como recoge el trabajo sobre la ermita del Santo Cristo de Morales que escribiera el malogrado y recordado sacerdote Zacarías García, había un ermitaño muy anciano llamado Andrés Esteban. "Por ser tan mayor los mayordomos le sustituyeron por otro, pero era tal el cariño a aquel lugar y la devoción que aprovechó la visita del obispo y postrándose ante él le suplicó que le permitiera residir allí los días que le quedaban de vida, a lo que se opuso Miguel de Trigo, que se hallaba ya entonces de ermitaño". Sin embargo, la máxima autoridad eclesiástica no resolvió el caso y se lo encomendó a los mayordomos, quienes se reunieron en cabildo y sometiéndolo a votación resultó elegido Miguel de Trigo con la condición de que tenía que pagar 42 ducados por año a la ermita. De esa manera Andrés Esteban no pudo satisfacer su devoción y sus anhelos.

Pero la persona a la que seguramente recuerden la mayor parte de los moralinos es el último ermitaño, Juan Bautista Moro, a día de hoy en una residencia de ancianos y quien hasta hace unos años se encargaba de acondicionar la ermita y el entorno, ya que siempre se ha tenido interés en plantar árboles en las praderas que rodean al santuario con el fin de embellecer el lugar y proporcionar sombra a los romeros.

De aquellas pequeñas especies arbóreas, como los negrillos no queda nada y a día de hoy buena parte de la pradera presenta un aspecto de transición debido a la gran cantidad de chopos que se han eliminado recientemente, que han sido sustituidos por especies autóctonas aún por desarrollarse. Todavía quedan, no obstante, otra zona arbolada que permite resguardarse del sol en caso de que venga un buen día del Cristo.

No se puede precisar la fecha en que la fiesta de San Gregorio pasó a ser la principal, si bien se sitúa entre los años 1720 a 1730. Unos días antes del 9 de mayo el párroco y el alcalde de Morales solían ir a Zamora para invitar al obispo y al gobernador y así durante muchos años el Cristo de Morales fue fiesta también en la capital.

Lo que se sigue manteniendo son las misas que se celebran ese día desde las seis de la mañana y la adoración de la reliquia de la Vera Cruz