La villa de Tábara puso el broche de oro gastronómico del invierno con la celebración de la matanza tradicional, una iniciativa dirigida por el cocinero tabarés Agustín de Dios Pernía, que atrajo la atención de vecinos y foráneos, niños, jóvenes y mayores para disfrutar de las tradiciones y poner en valor los mejores productos de la tierra alistana, tabaresa y albarina.

La matanza contó como invitados de excepción con un nutrido grupo de andaluces, alrededor sesenta personas, que hicieron el largo camino desde Sevilla para conocer la villa: primero visitaron la iglesia de Santa María (Monumento Histórico Artístico) donde quedaron impresionados con el Centro de Interpretación de los Beatos y muy en especial a poder apreciar los facsímiles de códices medievales de Tábara, Gerona y Morgan, obras del maestro Magius y Emeterius, Monnius, Ende y Sennior. También aprovecharon para visitar el monumento al ilustre poeta tabarés León Felipe.

Frío y sol, helada y ventisca a la vera de la Sierra de la Culebra, un día propicio de matanza a la vera del Centro de Turismo Rural "El Roble". Las nuevas generaciones y los visitantes de capital descubrieron, bajo el característico olor a quemado, que el mejor chamuscado del cerdo se hace con pajas de "Encaño de Centeno" (con las que antaño en época de siega veraniega se hacían También las "Ataderas" para atar los manojos de trigo y cebada.

Luego le tocó el turno al lavado a mano y con agua, rascando con trozos de teja árabe hasta dejar los cueros relucientes. ¿Y el rabo?. Esta fue la pregunta de los niños durante siglos y es que los "rapaces" eran los primeros en probar el cerdo nada más muerto degustando el rabo asado.

La matanza fue durante generaciones un día de hermandad entre familias, mañanas de aguardiente para entrar en calor y tardes de brisca. Los jamones, tocinos, lomos y chorizos, junto a las morcillas y botillos llenaban la despensa para abastecer de alimentos a la familia durante todo el año: al pastor en las interminables jornadas de sedentarismo y trashumancia, al segador bajo la solana de la facera.

La degustación de las viandas del cerco convenció hasta a los estómagos y paladares más exigentes, bajo la música de flauta pastoril y el tamboril del folclorista carbajalino Alfredo Domínguez Prada. También algunas jóvenes aprovecharon para lucir la antigua indumentaria de manteos y gabachas. Fue un día grande, el día de la matanza.