Les gustan los retos y cumplir metas. Después de coronar las cumbres más altas de todas las provincias de España en abril del pasado año, Sergio Nogueras, Fernando Camacho y Rubén Fernández, tres jóvenes de Granja de Moreruela, acaban de consumar otro sueño: escalar parte del Everest, la montaña en la que poner un pie es sinónimo de jugarse la vida. No en vano, es la cima más alta de la Tierra con 8.848 metros.

El viaje con destino Nepal comenzó el pasado 10 de octubre. El terremoto que asoló Katmandú unos meses antes, en abril de 2015, si les preocupó pero en ningún momento pensaron en deshacer las maletas. «Consultamos a algunas personas que habían estado en Nepal previamente y nos dieron luz verde», comentan. Con las mochilas a cuestas, bien guardado el embutido de la tierra, y mucha ilusión, los tres zamoranos iniciaron una aventura de 11.000 kilómetros, los que separan Madrid de Nepal. Una aventura que resultó casi una hazaña tras 17 etapas, en las que tuvieron que coger un avión en el aeropuerto de Lukla, considerado uno de los más peligrosos del mundo; viajar en la parte superior de un rudimentario autobús durante 16 horas para llegar a Katmandú, «con espasmos por el frío», confiesan los jóvenes, y superar el «mal de altura» tras rebasar escalando los 5.000 metros.

En su regreso, el pasado 2 de noviembre, los jóvenes granjeños acarrearon con ellos experiencias inolvidables pero también testimonios de algunos de los afectados por el seísmo que destruyó la zona y provocó la muerte de más de 8.000 personas, entre ellas, varios españoles. Ejemplo de esa labor testimonial es la entrevista que realizaron en inglés al guía Kamir Shepa en Gokyo,  (traducida por el joven zamorano Pablo Rodríguez Mangas), en la que califica de «devastador» el terremoto, cuenta como se ha tenido que «reconstruir todo» y agradece la ayuda de «los españoles». «Estuvimos en la plaza Durbar, que hoy llaman “DurbarArea”, el epicentro de la sacudida en Katmandú, y aún se ve la destrucción que dejó el seísmo», cuentan los escaladores.

Tras el temblor, la plaza solamente se puede visitar pagando, «como un gesto de colaboración con la tragedia», y a cada paso hay que esquivar los carteles de «Restricted Zone, please do no enter» y «Safezone», lo que da idea de la magnitud de la catástrofe que supuso el temblor de tierra para un país cuyos mayores ingresos dependen del turismo. De hecho, Sergio, Fernando y Rubén fueron testigos de las quejas de los lugareños por el descenso de esa fuente de riqueza, principalmente en los alrededores del Valle del Lantgtang, la zona cero de un terremoto que sepultó pueblos enteros.

Reconocen que la experiencia les ha marcado más que cualquier otra aventura vivida hasta ahora. «El cambio es radical», afirman, «allí te das cuenta de lo poco que valoramos lo que tenemos y de que anteponemos el tener al ser». Pero allí, en Nepal, a casi 5.000 metros de altitud, los tres jóvenes coinciden en que « encuentras la esencia porque eres tú y la montaña, sin ruidos, sin nadie que haga de intermediario». Y añaden que a más de 11.000 kilómetros de tu tierra «todo impresiona, desde las panorámicas de la cordillera del Himalaya, el pico GokioRi, las vistas más próximas al Everest o a Nuptse hasta la cumbre del KalaPatharno». Aunque si tuvieran que elegir lo más extraordinario, lo tienen claro: el pueblo nepalí en su conjunto «por su nobleza, su disposición y su sonrisa».

Aunque admiten que durante su viaje, en el que recorrieron 250 kilómetros por el Himalaya con un desnivel acumulado de 14.000 metros con la colaboración de la marca deportiva +8000, no se enfrentaron a un peligro puntual, los tres jóvenes montañeros aseguran que el riesgo más constante que tuvieron que superar fue el «mal de altura» porque «nunca habíamos superado los 5.000 metros» y porque además «nunca habíamos estado tantos días seguidos a esa altitud». Tampoco contaban con otros peligros que se fueron encontrando por el camino, como el aeropuerto de Lukla, situado a 2.860 metros, con solo 450 metros de pista que termina en una caída al vacío o viajar en el techo de un autobús durante 16 horas para llegar a Katmandú ateridos de frío. «Se nos pusieron de corbata», confiesan.

Y es que aventurarse en un periplo a Nepal equivale a mucho trabajo y asumir riesgos: vacunas, sacar un visado para una estancia de 30 días o disponer de un seguro de rescate en montaña. «Allí», cuentan los tres jóvenes, «los helicópteros vuelan de un lado a otro de manera constante y el coste de un rescate puede superar los 5.000 euros. La preparación física es otro factor muy importante a tener en cuenta».

En su retina todavía retienen las imágenes de los más bellos monumentos, en un recorrido en el que budismo es el eje sobre el que gira el paisaje de todo un país, desde los gompas (monasterios fortificados) hasta las stupas (monumentos funerarios) y los chortens (monumentos rústicos), «que se tienen que pasar siempre por el lado izquierdo», explican Sergio Nogueras y Fernando Camacho.

Los tres jóvenes de Granja de Moreruela cuentan que tuvieron la suerte de encontrarse en la subida a Namche Bazar, la «capital» del Himalaya, con Kilian Jornet, un reconocido corredor de montaña que con apenas tres años escaló su primer «tres mil» al Tuc de Molières, en el Valle de Arán, y que suma varias medallas del mundo. «Fue muy amable, accedió a hacerse varias fotos peculiares para nuestra web www.elsoplo.es», señalan.

Entre tantas curiosidades, los montañeros zamoranos destacan los bakerys (panaderías). «Cuando pasábamos por una comprábamos donuts de chocolate, el mejor manjar», confiesan. Y aunque a ras de suelo se tenga una idea equivocada, «allí arriba, a 5.000 metros, la vida no tiene nada que envidiar a la de abajo. Están preparados y te encuentras desde ron hasta pizzas caseras y, como no, cerveza. Curiosamente la más conocida se llama Everest». Eso sí, el agua es un problema. «No se puede beber sin más», añaden, «por eso nosotros llevábamos pastillas potabilizadoras y purificadoras».

Y aunque octubre es una de las mejores épocas para viajar a Nepal, los tres escaladores afirman que las temperaturas rondan los -15/20 grados a las seis de la mañana. «Dentro del lodge (habitáculo) donde dormíamos había -2 grados. Si querías lavarte la cara, solo tenías un chorro congelado que intentaba salir del grifo», rememoran. Aún así no dudan en reconocer que recorrerían de nuevo esos 11.000 kilómetros que separan ambos mundos para satisfacer algún otro sueño que seguro tienen ya en mente.