Las armas tronaron y relampaguearon el sábado en las masas forestales de Peñausende y Soguino como los rayos en una tormenta de gran aparato eléctrico. Solo así se entiende que la montería escampara con una tendalera de 76 jabalíes expuestos en la junta de carnes y entre una docena y una quincena de marranos salieran del serio aprieto en el que se encontraron esa jornada heridos y sin ser cobrados. Cinco de los ejemplares capturados impresionaban por la magnitud de sus jetas y la talla y el fuste de sus navajas. Los resultados superaron en esta ocasión los ya de por sí asombrosos del pasado año, donde se recogieron sesenta y tres piezas.

Fueron disparados "más de cuatrocientos tiros", que dan fe de la atmósfera que reinó el sábado en una actuación montera que también estuvo marcada por la presencia del agua. Las precipitaciones que presidieron el día no impidieron, sin embargo, el desarrollo de una montería que destaca sobre el resto de las organizadas, en campo abierto, en el conjunto de la comunidad castellano-leonesa y del país.

La organización de la montería corrió a cargo del grupo Hunters Duero, que preside Alfredo García Hunters, que destaca la importancia de esta montería sayaguesa, que lleva años ofreciendo unos resultados envidiables y no equiparables con los logros de otras cacerías al jabalí desarrolladas por el suelo patrio, en escenarios libres. "Es un monterión muy difícil de conseguir en espacios libres y solo posible en cercados" expresó.

Fueron batidas un total de 1.500 hectáreas de terreno y las armadas instaladas para dar corte a la fuga de los verracos y dar gusto al gatillo estuvieron compuestas por casi un centenar de cazadores procedentes de muy diferentes puntos de la geografía española. A la cita acudieron armados para la ocasión, preparados con todos los detalles y cargados de pasión cinegética monteros de las comunidades de Castilla y León, Extremadura, Galicia, Asturias, Cantabria y La Mancha. Se colocaron un total de 98 puestos, en las distintas armadas de traviesas y cierres, cada uno en su correspondiente emplazamiento tras el pertinente sorteo y las debidas recomendaciones inherentes a estas avezadas actuaciones que requieren un gran sentido común y un comportamiento profesional para evitar las desgracias y los riesgos que envuelven los eventos donde saltan y silban las balas.

Los afincados en los puestos contaron con el arropamiento y la colaboración de unas jaurías formadas por nada menos que veinticinco rehalas, que desparramaron por el escenario a batir a unos quinientos perros de espante y amarre que sembraron con sus ladras la convulsión por los ámbitos de la foresta y de las praderas. Pero no fue una suelta de canes enloquecida, fue una dispersión estudiada para que las pearas de jabalíes saltaran de sus encames y aposentos de una forma más ordenada y los asentados en los apostaderos tuvieran mejor oportunidad de aprovechar las ocasiones y los lances. Los perros también pagaron su tributo y varios fueron "rajados" por los navajeros, así como "otros cuatro o cinco todavía siguen en paradero desconocido".

La ajetreada jornada montera culminó "con una fuerte comida", servida en el restaurante La Becera, de Peñausende, y consistente en garbanzos con boletus, carne guisada y tarta de queso. Es un momento especial para repasar los pormenores de la montería, intercambiar impresiones y narrar, con lenguaje montero, las escenas vividas u observadas.