El baile del Niño es una coreografía de venias, que tradicionalmente viene realizándose en las vecinas localidades zamoranas de Sanzoles y Venialbo en el calendario festivo inmediatamente posterior a Navidad. Por venias se entiende la acción de rendir homenaje, teniendo como fórmula ritual la de hacer un saludo respetuoso (inclinación o venia) tras un acercamiento al personaje, y regresar a la posición de partida sin volver la espalda al homenajeado. Las venias se agrupan bajo dos variantes principales. Una es de pasos solemnes y espíritu coreográfico. En su desarrollo reúne a los participantes tras un cabeza de grupo que, bajo distintas variantes, los va recogiendo, los lleva a la cabecera, realizan la venia, y los acompaña hasta su posición inicial. La otra variante se decanta por un avance en carrera, solitario o en pareja, que termina de forma tan brusca como extrema, pues la venia o inclinación llega al final de la carrera y se remata con un esforzado salto.

De una y otra fórmula hay testimonio en las fiestas zamoranas invernales, porque a la venia coreográfica del Baile del Niño se le ha de sumar la venia de carrera y salto en Pozuelo de Tábara. Obviamente, también hay testimonios en otras zonas culturales de la Península. Un caso paradigmático es la Fiesta del Corpus Christi de Camuñas (Toledo) con ricas versiones del primer modelo (los "Danzantes") y del segundo (los "Pecados"). Ahora bien, en el caso toledano el marco cultural originario ha sucumbido, a favor de la gran fiesta medieval (instituida por el papa Urbano IV en 1264) y extraordinariamente desarrollada en el Renacimiento y Barroco hispano-lusos.

Entre otros testimonios peninsulares también es de interés el que atañe a la Rioja Alta. La venia se engarza como primer elemento de la secuencia que constituye, bajo su sencillo nombre, "La Danza" riojana. Sobre las diferencias de versión coreográfica nada se ha de decir, pues es lo esperado. La música si que presenta diferencias a tener en consideración. La sonoridad riojana es tonal, la zamorana modal. Y esta segunda expresa mayor antigüedad. Hay, en cambio, un rasgo común que resulta ser de la mayor trascendencia porque testimonia un arcaísmo indiscutible: el ritmo quinario. Y sólo resta considerar el dato definitivo: en la tradición zamorana se conserva el inequívoco entorno cultural originario, el de las fiestas invernales.

Las fiestas invernales deben ponerse en relación con la Iglesia Martirial, cuyo protagonismo se inicia en la segunda mitad del siglo IV y va declinando conforme avanza el tránsito (visigodo) a la Edad Media. Esta Iglesia Martirial es, precisamente, la responsable del trasvase de elementos culturales del antiguo al nuevo periodo histórico. Es la Iglesia Martirial la que inicia un calendario festivo sustitutivo del imperial, en el que se han de incluir las fiestas martiriales (San Esteban, Santos Inocentes, San Sebastián? Santa Águeda), las de santos anacoretas, obispos y fundadores (San Antón, San Blas?) y las del eje litúrgico (de la Pascua de Navidad a la de Resurrección). Las tradiciones peninsulares muestran que para solemnizar las nuevas fiestas, la Iglesia Martirial acogió elementos festivos populares, es decir: de la tradición romana. Que resultan ser de dos tipos. Los tomados de la única fiesta que mantuvieron los emperadores ya cristianos: la de inicio de año (las "kalendas de enero"), y los tomados de acciones festivas con prestigio (las "venias" a los municipes locales, al visitante patricio, al legado militar?). Un ejemplo zamorano que recoge los dos tipos festivos es la celebración de Montamarta, cuyo enmascarado Zangarrón realiza por dos veces la venia ante las autoridades: cuando acuden a la Ermita, y a su vuelta a la población. Con su fiesta, Montamarta testifica el enlace de la vieja y la nueva cultura festiva: el día del Año (kalendas) y el día de Reyes (Epifanía). Y de aquella vieja cultura, Montamarta testifica dos contextos: el romano ancestral y el postrero de fines del Imperio, puestos respectivamente de manifiesto por la venia (de antigua impronta cívico-militar) y por el personaje enmascarado (una moda tardoimperial que los soldados del confín oriental del Imperio incorporaron a su celebración castrense de las kalendas de enero).

De los personajes enmascarados dan noticia los escritos de condena por parte de la jerarquía cristiana. La Iglesia no pudo contrarrestar el respaldo que la Casa Imperial ejercía sobre unas acciones que eran evidentes secuelas del paganismo. De las venias, como práctica honorífica, no hay testimonios contemporáneos. Pero la presencia de esta coreografía por distintas zonas y festividades hispano-lusas, y el valioso prototipo festivo de Montamarta, impulsan a buscar otros testimonios que lo refrenden. Es el momento de tomar en consideración la noticia de que en el siglo XVII los danzantes de Venialbo acompañaban a la Virgen del Viso. Esta advocación mariana estuvo secularmente asociada al hallazgo en Zamora de los restos de San Ildefonso (arzobispo de Toledo entre 657-667). Quien primero estableció el enlace fue Egidio de Zamora, elegido por Alfonso X El Sabio como preceptor de su Infante (Sancho IV) entre 1284-1295. Sin duda, Egidio de Zamora estaba imbuido de la labor cultural alfonsina, por lo que cabe entender que buscó el respaldo de una advocación mariana de abolengo para potenciar los milagros asociados al hallazgo contemporáneo de los restos de San Ildefonso. Los milagros, efectivamente, repiten los atribuidos a la Virgen del Viso. Y es precisamente por sus explicaciones que Egidio de Zamora proyecta al historiador del presente la verdadera antigüedad de la advocación mariana del Viso. La toponimia (monte del Visu, Virgen del Aviso) señala un ascendente latino: "ad visum". Su asentamiento en un cerro testigo que domina el valle del Duero y que tiene a sus pies el asentamiento romano de El Alba, y los visigodos de Bamba, Bambón y Villalazán (tres ejemplos de la distinción, en lengua goda, de los casos sujeto y relativo), ya apuntan a una presencia religiosa desde la Tardoantigüedad. Egidio de Zamora testifica perfectamente el tipo de curaciones: enfermedades de la vista ("ad visum"). Y también el proceso milagroso: aparición en sueños ("ex viso"), por donde se justifican tanto los procesos de sanación ofrecidos como el vínculo de la Virgen con el milagroso descubrimiento de las reliquias de S. Ildefonso. Son, precisamente, las mencionadas características de la advocación las que apuntan, sin discusión, hacia una divinidad indígena romanizada, y prontamente cristianizada.

Volvamos al Baile del Niño y a su valor como contraparte de los personajes mascarados: los datos combinados de una milenaria advocación sanadora y de un baile de venias con arcaismos musicales indican conjuntamente una antigüedad extraordinaria. Mayor incluso que la aportada por los personajes mascarados sólo puestos de moda en el Imperio ya cristianizado. La pervivencia de ambos componentes festivos de ascendencia romana en las celebraciones invernales zamoranas es una herencia cultural a respetar, disfrutar, y hacer valer.