Alistanos, tabareses y albarinos renunciaron ayer al progreso de la luz eléctrica quince minutos, en un acto común y voluntario. Pueblos, autoridades y vecinos reivindicaron sus derechos y el mantenimiento de servicios: Brigada de Averías de Iberdrola. Que los deberes siempre los han cumplido, aunque hubiera que pasar hambre para cumplirlos.

La puesta en marcha del Salto de Ricobayo en 1934 fue un hito para el progreso de España, eso sí, inundando los valles de Aliste, Tábara y Alba, con aguas propias, para producir miles de kilovatios de energía que alumbraron los hogares y sembraron el desarrollo en tierras ajenas, el País Vasco. Se dieron casos curiosos como Cerezal, parte de su término fue sepultado por las aguas del embalse -pueblo a tiro de piedra de la central- pero la energía tardaría más de once años en llegar, inaugurándose el 1 de septiembre de 1945, llegó antes a Bilbao. Recuerda Fernando Carbajo Antón que "todas las bombillas tenían 15 vatios".

Diecinueve años hubieron de pasar hasta que la luz fue llegando a los pueblos. En Riofrío las bombillas comenzaron a alumbrar en 1953. La primera instalación y servicio corrieron a cargo de Jesús Rodríguez, un veterinario allí asentado y propietario de la afamada fábrica de harinas ubicada junto al río Frío, aguas abajo del pueblo, hacia Valer.

Tomás Castaño Fernández, camino de los noventa años, recuerda que cuando llegó la luz a Alcañices los de su pueblo, Alcorcillo, hubieron de poner por 1943 cada vecino un poste de roble para llevar la línea desde el Valle Palazuelo. En Figueruela de Arriba Pedro Barahona, un hombre adelantado a su tiempo, montó su propio motor y creó y dio energía a los pueblos del entorno. En Rabanales recordaba el ya fallecido misionero José Rivas Blanco que "el día que llegó la luz fue una fiesta". Llegados los años 50 el gobernador, Juan Murillo de Valdivia, fue el auténtico promotor y alma para llevar la energía a los pueblos en tiempos de racionamientos y estrecheces. La luz fue progreso allí donde los candiles, velas y hasta los palos de jamón pusieron la luz a la noche durante siglos. La luz fue y es vital, un derecho irrenunciable: la vida y la dignidad nos va en ello.