Aquellos hombres aprendieron el oficio al transmitírselode padres a hijos o al pasarde veteranos a principiantes, en la misma ciudad o en el mismo pueblo. Muchos de ellos se ganaron el sustento con aquella humilde labor de zapatero, trabajandode forma constante durante toda su vida. Eso fue así hasta finales de los años sesenta, cuando la emigración decidió llamar a muchas puertas del mundo rural. Pero antes, en el taller de la zapatería se podía ver toda clase de aparejos y materiales como los cueros de pieles de vaca y becerro, suelas, gomas, hormas, herrajes, cáñamo, pegamentos, leznas, clavazón y un sinfín de material menudo para la compostura y recuperación del calzadode todo tipo. También se confeccionaba calzado a medida, si ese era el deseo del cliente. Raro era el pueblo de esta provincia que no tuviese un zapatero que llegaba a simultanear el oficio con el de comerciante u otra cosa y acudir a las distintas ferias mensuales para ofrecer al público su mercancía artesanal a base de sólidos materiales como eran el becerro, la vaqueta y el piso de suela empalmillado.Esta era una técnica muy valorada,porque se cosía el cabo de cáñamo hecho con doce hebras por todo el interior delos zapatos, botas o borceguíes, asegurandoeficazmente su vida útil en el tiempo y facilitabauna apropiada y cómoda andadura a través de los campos de labranza,en donde tenían lugar las faenas agrarias.

En el verano, los agricultores gastaban aquellas precarias abarcas para las faenas de la recolección en sus dos modalidades: de tiras de cuero abiertas o cerradas, con hebillas de coscojo. Se componían de materiales de goma de llanta, a fin de evitar la introducción de pajas y rastrojos en los pies en las tierras de labor. En cambio, con el invierno, y especialmente en las comarcas de Aliste, Sayago y Sanabria, los hombres y mujeres solían gastar las rústicas y estridentes cholas para evitar el barro y la humedad. Su confección era simple: corte abotinado de material de becerro y piso de madera de negrillo o de aliso. Ambos elementos quedan unidos al madero por una tira o ribete claveteado por la parte exterior, de igual color que el del cuerode la parte superior del pie. Un amplio sector de la provincia de Zamora siempre se distinguió por el uso de estas clásicas cholas en los inviernos, lo que perduró en el tiempo dada sugran utilidad. Otra cosa eran los zapatos de vestir, que se adquirían en acreditadas tiendasde la capital o se realizabana medida, encargados al zapatero del lugar para ceremonias cierto relieve.

Las ferias venían a ser una especie de ágora comercial del artesanado de todos los gremios, donde los vendedores y compradores cruzaban noticias mutuassobre precios, proveedores de materiales, novedades de artículos, posibleclientela… Se cambiaban así impresiones sobre cualquier aspecto que permitiese mejorar los intereses propios. Existía por entonces untipo de calzado de diario destinado a las mujeres del mundo rural. Su diseño se realizaba sobre materiales de ‘boxcalf’ negro, aparadosydiseñados conciertos dibujos y filigranas. Eran de tipo abotinado y dabanun aspecto de austeridad y solidez, prevaleciendo la comodidad del pie y la posibilidad de limpiarlos con betún para lucirlos. Los modelos más populares eran los conocidos por angelito e inglés,según denominación de los fabricantes. Otra variable de modelos para las señoras eran los zapatos de pulsera y hebilla, conocidos también por “mercedes”, en honor de la esposa de Alfonso XII. Era muy frecuente ver este tipo de calzado femenino hacia la mitad del pasado siglo en los pies de aquellas mujeres de tez morena y curtida, que usaban además de la discreta falda plisada, la chaqueta negra de lana, tejida a mano,y anudado en la cabeza un pañuelo del mismo color, rematado en pico hacia la espalda. Aún pueden verse a algunas ataviadas así en las calles de la ciudad.

Los zapateros de entonces solían hacer el aprovisionamiento de susmateriales en las tiendas de curtidos de la capital zamorana, que eran tres o cuatro solamente. Una de ellas estuvo regentada precisamente por mi abuelo Francisco y luego por mi padre José, en plena calle de la Feria. Era una saga de comerciantes muy conocidos en toda la provincia por el apodo de «Los Secos». Andando el tiempo, se impuso la manufactura de nuevo cuño y las técnicas modernas de producción masiva del calzado a costes más reducidos, a la vez que aparecían en el mercado diseños más atractivos para un público que progresivamente iba abandonando las labores ancestrales del campo para entrar en el sector de servicios oen cualquier otra ocupación más afín con los nuevos horizontes comerciales.

Vinculados al mismo gremio de la piel estaban también los guarnicioneros, los boteros y los populares limpiabotas, ejerciendo cada cual su especialidad respecto a las pieles y cueros que trabajaban. Y así teníamos por entonces a aquellos guarnicioneros que fabricaban mantillos, cabezadas, trallas y collerones para el ganado que se complementaban con los llamados sobeos y cornales, curtidos en pieles de toro y de vacas grandes. Todo ello ha ido desapareciendo en el transcurso del tiempo con las sucesivas innovaciones tecnológicas. Ahora los nuevos conceptosde la oferta por parte de los comerciantes y las preferencias de los clientes marcan el devenir de esta artesanal actividad de los curtidos sobre pieles de animales, tan antigua como la que más. Por ello, vaya desde aquí un querido y emocionado recuerdo a aquellos zapateros rurales y de actividades similares que, al no poder aspirar a otro oficio de mayor enjundia en su vida, vinieron a prestar con su habilidad y voluntad personal un servicio eficaz a la sociedad en que les tocó vivir, mediante aquel trabajo laborioso y hecho a conciencia.