Los padres del lobezno rescatado el pasado domingo por los agentes forestales en el incendio de Latedo, en la Raya viven. Anteanoche llamaban con fuerza a su prole. Lo hacían amagados en los bosques que son su hábitat en un intento de reunir a la manada y restablecer la familia.

El grupo lupino fue roto por la irrupción en la escena de un incendio que, en unas horas de voraces bocanadas, apalambró su patria chica y transformó por completo el paisaje y el medio de vida. Los progenitores lanzaban los aullidos al aire, en medio de la noche, con el sentimiento propio de la especie. Hay quien dice que los lobos ponen el mismo fervor que los cantaores de jondo. Los agentes forestales y el personal que pisaba el escenario, y que oían las inconfundibles llamadas de gran predador, quedaban petrificados. Eran conscientes de que los padres querían recuperar a los hijos, todavía desvalidos, y reiniciar una vida truncada y sin horizonte alguno sin el apoyo de los progenitores.

La experiencia vivida por esta familia de cánidos en su paraíso de paz no podía ser más impensable y cruel. Llamas impresionantes que abrasaban a distancia, un ruido ensordecedor de motores en el cielo y sobre sus cabezas, maquinaria tosca y pesada rugiendo en todas partes, vehículos circulando a marchas apresuradas por los caminos, y decenas de personas armadas de instrumentos dando voces y golpeando el suelo para cortar y frenar las llamas. Todo en medio de una atmósfera irrespirable de humos cargados de pavesas, hojas y piñas repletas de calor. Una conmoción.

El lobezno rescatado por los agentes medioambientales, por su parte, está a buen recaudo en el Centro Temático del Lobo, de Robledo, "en observación", según la Junta. Las quemaduras sufridas en las almohadillas de sus patas requieren un cuidado permanente. "Van bien", expresaron ayer fuentes conocedoras del caso. Pero las quemaduras en las zonas sensibles exigen tiempo para curarse. La prueba está en la lobezna recogida en el incendio que calcinó 8.000 hectáreas en los pinares de Castrocontrigo, y que hoy día reside en el mismo centro de Robledo. Fue bautizada como "Brasas" porque fue rescatada de entre las brasas del fuego que asoló los límites leoneses con Zamora. Hoy todavía "cojea". Pero afirman que llegó "en peores condiciones" que la cría recogida poco después del alba del domingo en el monte alistano de El Bostal.

Esta pareja de rescatados será la flor y la nata del centro sanabrés por la tragedia sufrida y por su impronta salvaje. Latedo, o como bauticen al nuevo allegado, mantuvo su raspe resistiéndose a mordiscos a la captura. Pero es más que presumible que solo el hombre podía garantizar su vida. Los agentes medioambientales lo recogieron y trataron como a un niño. Hicieron de una jaula para ratoneros una mullida cuna, y en Robledo lo recibieron como quisieran se tratadas muchas personas recogidas de un escenario de guerra. El incendio desatado en los pinares alistanos fue lo más parecido a una guerra.

El rescate del lobezno ha despertado el interés de medio mundo. Una cadena alemana de televisión ha pedido información porque sabe que romperá audiencias con un episodio tan humano con un animal tan salvaje y denostado. Alemania lo exterminó y pasó siglo y medio sin aullidos ni huellas de un predador que, por su carácter, es un ejemplo puro de convivencia y que solo ofrecen las sociedades que respetan a los adversarios. Y el lobo es un manantial de conflictos, de problemas y de daños. Basta con seguir de cerca y escuchar a ganaderos, cazadores, ecologistas, técnicos y legos. Basta con decir que el lobo es un ser legendario, que convirtió al hombre en un constructor de trampas y a los pastores en criadores de mastines hechos exclusivamente para medirse al cánido salvaje. Pero al tiempo el predador es un patrimonio invalorable y una catedral viva del turismo. Los agentes medioambientales han recibido llamadas de aquí y de allá. La sociedad aprecia su gesto. Dejarlo a la muerte hubiera sido el gesto inhumano. El lobezno está vivo y es una criatura con un futuro y un papel estelar por delante.

Los padres llaman al lobezno porque es una especie que cuida la familia con una entrega absoluta. Tal vez lo tengan más difícil que el hijo. Con su territorio calcinado, sin presa alguna porque las llamas obligan al exilio forzado a todo lo viviente, la familia superviviente deberá buscarse un suelo con carme en tierra extraña. Y a buen seguro ocupado por otra familia que defenderá su hábitat como defiende cualquier pueblo su enclave de una invasión. Y ha de sobreponerse con los ánimos destrozados y la saga desgraciada. Es la vida salvaje. Pero el lobo es una especie superviviente y una de las cabezas más privilegiadas del reino animal.