A burro regalado, no le mires el diente. Cambiando un poco el dicho original de caballo por burro, esta sentencia muestra el punto de partida de la relación que tiene Campeche con la familia Pascua Hernández, que vive en Moraleja del Vino "de paso. Todavía no sabemos cuál será nuestro destino". "Platero es pequeño, peludo, suave..." escribía el poeta Juan Ramón Jiménez describiendo así las cualidades de un animal que a decir de los propietarios del ejemplar zamorano leonés que llegó a su casa procedente de San Miguel de la Ribera, "es además testarudo y burro, burro", enfatiza Carlos Pascua, quien le dedica su ración de tiempo diaria para mantener como huésped de primera a esta animal de compañía del que disfruta toda la familia, especialmente los hijos, Judith y Víctor.

La historia se remonta al regalo que les hicieron unos amigos "teniendo consideración con nuestra hija más pequeña", a quien le gusta especialmente Campeche y de hecho es "a quien obedece a la primera" y aprovechando el espacioso jardín del que dispone una vivienda de labradores de 1.600 metros cuadrados de terreno primorosamente cuidada y en la que la familia mantiene un huerto ecológico con un ingenioso invernadero, realizado con botellas de agua vacías y recicladas.

El pequeño establo de Campeche, levantado todo él en madera, comunica directamente con la cuadra donde nocturna y de la que se levanta bien temprano para emitir los primeros rebuznos del día, cuando marcha el dueño a trabajar a las siete y media de la mañana, y cuando vuelve. Y es que esta familia todavía se sorprende del reconocimiento preciso que tiene sobre los pasos de Carlos. "Es curioso, cuando llega de trabajar reconoce ya el coche al entrar en la plaza del pueblo. Vivimos a menos de 200 metros. Pero si a la misma hora llego yo con el coche no hay rebuzno", explica Belén Hernández destacando así las recompensas que recibe del asno quien le da de comer, limpia, cepilla y saca de paseo "con mucho cuidado, porque al llegar a casa con dos años y medio ya es muy difícil el adiestramiento y la doma de los burros".

Una vez al año el veterinario se acerca hasta la calle Bamba para comprobar el estado sanitario del burro que habita en la residencia de esta peculiar familia, que se ha tomado la molestia de dejar en medio del jardín un círculo de serrín y arena donde el asno se revuelca a sus anchas "a falta de una era que sería el lugar ideal".

Y si Campeche es el mayor reclamo de los animales domésticos de la casa, el equino comparte espacio con gallinas, gatos y perros. "Tiene complicaciones, porque el burro ve que los perros se te suben encima con la patas y él trata de hacer lo mismo". Un entretenimiento que tiene sus ventajas terapéuticas, pero también su parte más negativa: "Lo muerde todo, nos destroza el mobiliario, las plantas, siempre tenemos que estar reciclando para recuperar envases de flores, mesas en el cenador y mucho cuidado". La familiaridad y el roce hace el cariño y los miembros del clan han aprendido también a interpretar las actitudes del equino. "Cuando estamos comiendo en el jardín y ve que no le damos comida, se autocastiga y se da la vuelta". Aun así siempre hay que estar alerta porque la fuerza del burro es real y como dice Carlos con sorna "a mí a inteligente puede que me gane, pero a burro no. Ya me ha mordido unas cuantas veces. Nunca te puedes fiar y bajar la guardia".