Los carteros rurales fueron durante años parte imprescindible de la vida de los pueblos alistanos, muchas veces aislados del mundo, encajonados entre España y Portugal. Despoblación y recortes del Estado convierten a los carteros hoy en un oficio en peligro de extinción. La puesta en marcha del ferrocarril entre Zamora y Galicia trajo consigo un nuevo adelanto para la correspondencia que los trenes dejaban por la mañana y recogían por la tarde en las estaciones de las sierras de Cantadores y La Culebra. En los años posteriores a la Guerra Civil, casi había un cartero por pueblo. Trabajaban media jornada y era un complemento a su trabajos de agricultores y ganaderos. El desplazamiento siempre era a pie, pues los pueblos en los que repartían estaban cercanos a su localidad. Algunos afortunados disponían de caballos o burras para el reparto y otros de unas enormes bicicletas de color negro, de cuya barra colgaba un cartel en el que se podía leer la palabra correos y telégrafos, escrito sobre los colores rojo y amarillo de la bandera de España.

Tomás Castaño Fernández, de Alcorcillo, tomó posesión como cartero el día 20 de febrero de 1964 con 2.000 pesetas de jornal. Recogía las cartas en la estación de San Pedro de las Herrerías, donde fijó su residencia, primero en una pensión y luego con la familia, y la llevaba a Alcañices, haciendo paradas en Mahíde, Figueruela de Arriba, El Poyo, San Vitero y San Juan del Rebollar para dejar la correspondencia a los carteros locales.

Ya en su oficina de la villa trabajaba seis horas y a las 7 de la tarde, tras reinvertir el recorrido de la mañana, tenía que estar de nuevo en la estación de San Pedro para hacer la entrega. En aquel entonces los trenes no eran nada puntuales y lo mismo llegaban las 8 que a las 9 o las 10 de la noche y para poder entregar la correspondencia tenían que esperar para que llegara. Tampoco había días libres, ni vacaciones, por lo que se trabajaba los 365 días del año de lunes a domingo. Luego amplió el negocio, como taxista, y compró una furgoneta Mercedes DKV donde transportaba juntos a viajeros y correspondencia. Tras cinco años de intenso trabajo, en 1969 su mujer, María Fernández Alonso se presentó, con 20 años, a las oposiciones para funcionaria de correos y ganó la plaza que ocupaba su marido Tomás, ejerciéndola desde entonces hasta su jubilación en los primeros años del siglo XXI. Él ingreso luego en el Icona.