"Estamos unidos por la vida". Alejandro Miranda siente como propio el nuevo camino que hace cuatro años emprendió su mujer, Ana Purificación Guerrero, cuando le trasplantaron un riñón. Es tal la transformación que esta experiencia genera en los enfermos que sus seres más queridos la viven como suya. "Hemos sufrido la enfermedad con ellos y también todo lo bueno que ha venido después" se sincera Alejandro. Y lo cuenta entre el calor de personas que han pasado por lo mismo, al final "hermanos" porque los lazos que les unen trascienden la pura amistad.

"Somos más que hermanos -intercede José Antonio González emocionado-, porque hemos estados todos muy fastidiados, hemos vuelto a nacer y nos hemos encontrado". Este benaventano se topó con la enfermedad casi "de un día para otro", gracias al reconocimiento médico de la empresa. "Yo no había notado nada, nos fuimos de vacaciones a Tenerife y a la vuelta tenía la revisión anual. Fui a hacérmela y a los tres días llaman a casa y le dicen a mi mujer que han visto algo, me dejó comer, después nos fuimos a Urgencias y allí me quedé; me estuvieron haciendo pruebas y de ahí pasé directamente a diálisis. Me pegó un bajón terrible. De encontrarme bien a decirme que tengo que estar pegado a una máquina de por vida si no me llega un riñón".

José Antonio esperó catorce meses hasta que llegó; "mi salvación", expresa sin pensarlo. "No sabes lo que es no poder comer lo que uno quiera, beber nada más que medio litro al día, la máquina? Ahora todo ha cambiado, puedo hacer una vida normal".

Todo por la generosidad de otra persona, de una familia que consintió la donación del órgano para implantarlo en su cuerpo. "Gracias a ese donante estoy aquí, nos tenemos que concienciar todos. Mira, yo a raíz de lo que me pasó he conseguido que veintitantos miembros de mi familia se hayan hecho donantes, es que es volver a la vida. Aunque tengas una medicación, los controles, el riesgo de rechazo porque llevas un órgano que no es tuyo? Aunque tengas que pasar por todo eso, es mucho mejor que lo de antes" cuenta José Antonio.

Él es uno de estos pacientes zamoranos que hace cuatro años se sometió a la intervención y hoy forman una sólida hermandad. El trance por el que pasaron ellos y los suyos ha conformado esta pequeña gran familia donde todos encuentran consuelo en los momentos bajos, comprensión, apoyo, una empatía para lo bueno y para lo malo, como quedó demostrado en el encuentro celebrado el pasado sábado en Fermoselle.

Al mismo tampoco faltaron Ana Purificación Guerrero, la esposa de Alejandro, y Antonina Riesco, "hermanas de riñón", puntualizan. ¿Hermanas de riñón? "Sí, llevamos cada una el órgano del mismo donante", un chico que sufrió un derrame cerebral. Ambas estaban en lista de espera cuando las llamaron y como tenían el mismo grupo sanguíneo "nos valían a las dos al cien por cien" cuentan. "Nacimos aquel día. Yo ya estaba en fase terminal, la diálisis en vez de mejorarme, al contrario, cada día iba a peor. Se me obstruía todo, las fístulas no me funcionaban, me pusieron un catéter y tampoco. Yo estaba fatal, si no me dan el riñón no hubiera aguantado".

Y aunque la situación de Ana Purificación no era tan crítica, su calidad de vida estaba muy mermada. "Es que te llaman y no te lo crees. Me dice el médico ¿te quieres trasplantar? Y yo, pero está de broma, a las siete de la mañana. Me dice, no, vístete y vente inmediatamente". Por fortuna la operación salió bien y hoy es una mujer vital y positiva, también solidaria. Tras la experiencia se hizo voluntaria de Cruz Roja en Morales del Vino, donde vive. "Hago teleasistencia, me llena, tú les das a esas personas pero ellas te dan mucho también". "Mi mujer ha cambiado en todo, se toma la vida con otra filosofía, ahora disfruta de la vida en todos sus aspectos" narra Alejandro Miranda.

La empatía con Antonina es evidente. "Nos llamamos mucho, vamos juntas a las revisiones a Salamanca, procuramos ir al Virgen de la Concha también el mismo día. Hay mucho cariño -confiesa Ana Purificación-. Y con los demás también eh?".

Raquel Fernández acompaña en este encuentro de hermandad a su madre, Antonia Martín, trasplantada por las mismas fechas que sus compañeros. Vecina de Ceadea de Aliste, para Antonia las sesiones de diálisis tres veces por semana eran un auténtico suplicio. "A veces llegaba mareada y muy cansada" recuerda su hija evocando aquellos tortuosos viajes en la ambulancia desde que la cogía a las seis y media de la mañana hasta que llegaba a casa, pasadas las tres de la tarde.

Viuda y madre de cuatro hijos a esta mujer alistana el trasplante le cambió la vida "al cien por cien". Tenía 59 años cuando por fin lo consiguió. Tras dos avisos frustrados a la tercera llegó la vencida. "Fue muy emocionante porque la primera vez que nos llamaron ya nos habíamos hecho a la idea, pensábamos que automáticamente todo salía para adelante".

Pero con toda la ilusión y "después de haber movido a toda la familia, cuando ya estábamos en Salamanca no pudo ser porque no era compatible. La desilusión fue tremenda, veías a las demás familias que lo habían conseguido y tú te quedas ahí" se sincera Raquel. Una sensación agridulce por la que tuvieron que pasar una segunda vez. Antonia estaba como suplente por delante de otros dos enfermos que resultaron compatibles y de nuevo se quedó a las puertas.

Así que el día definitivo casi no se lo creían. "Fue un día larguísimo pero lo recuerdo como uno de los más bonitos de mi vida" expresa su hija sin ocultar la emoción. "A pesar de los nervios, de la incertidumbre, del temor al rechazo, fue impresionante". Cuatro años después aquel torrente de sensaciones emerge con toda la fuerza, aunque ya desde la tranquilidad de una mujer que prácticamente hace "la misma vida que antes".

Su hija Raquel valora también la fuerza que transmiten los encuentros con los otros trasplantados y sus familias. "Ha sido muy bonito conocer a estas personas y verlas tan bien. Luego cada uno cuenta su experiencia, lo que han vivido, los malos ratos, los buenos, las cosas de las que pueden disfrutar ahora, irse tranquilamente de vacaciones, que antes era impensable porque estaban enganchados a la máquina. Ahora, salvo que llevan una medicación muy estricta, pueden hacer una vida completamente normal".

Como la que disfrutan Manuel Pérez y Edurne Blanco, matrimonio desde el 4 de septiembre de 2010, justo un mes después de que él se sometiera a un trasplante de riñón, con 34 años. "Qué mejor manera de celebrarlo que casándome" cuenta este hijo de Villaseco del Pan, a quien el exceso de dosis en una vitamina para enderezar su endeble existencia de sietemesino le provocó serios daños en un riñón "y me dejaron tocado el otro. Uno no funcionaba y el otro duró hasta los 24 años, cuando empecé con la diálisis".

Para Manuel, si alguien tiene la "culpa" de que siga en este mundo es su madre. "Gracias a su valentía estoy hoy aquí; cuando nací con tantos problemas le decían que no anduviera mirando en más sitios, que me iba a quedar ciego, paralítico, que no duraría mucho. Pero mi madre, en las circunstancias del año 75, se atrevió a decir que asumía el riesgo y que por mirar no iba a quedar". Así que se fue con su hijo al hospital de La Paz en Madrid, donde descartaron el temeroso porvenir del bebé y le dijeron que su problema eran los riñones. "Si mi madre no tiene esa valentía en uno o dos meses me hubieran dejado morir" cuenta Manuel con su esposa al lado.

Después de superar aquel trance con apenas unos meses de vida y de once años de diálisis, el trasplante fue como un desembarco de esperanza. Manuel ha podido conocer una vida "normal", tiene un trabajo que con la diálisis sería imposible y una calidad de vida de la que estuvo privado durante buena parte de su existencia. "El último año de diálisis ya me encontraba muy mal, si no llega el riñón no se si lo hubiera soportado, después de once años ya no podía tirar más" se sincera mientras su mujer, Edurne, hace lo propio; "yo sinceramente pensé que me quedaba sola, que ya se me iba".

Pero para él como para todos sus "hermanos" llegó la luz en forma de un órgano sano, de unos pacientes valientes y un equipo sanitario muy competente.