Se lo he oído a algún ganadero hablando de sus ovejas de raza assaf: dan leche hasta por los cuernos. Una exageración, claro, porque las protuberancias propias de las reses (y de otras especies, que aquí nadie se salva, al menos de la metáfora) son multiusos: defensivas, de adorno y hasta sirven de percheros, pero nunca, nunca, ubres. Bueno, pues en estos tiempos de recortes, se pierden hasta los cuernos. La raza bovina de moda en Europa es la Angus-Aberdeen, un tronco genético escocés que empieza a pitar en España porque ofrece un gran rendimiento en carne. Su principal característica es, tachín, tachín, que no tiene cuernos. Lo nunca visto: terneros desmochados que ya se crían en las vegas zamoranas y que dentro de nada van a "cornear" -o eso dicen los que tienen interés en la cosa- a los autóctonos sayagués y alistano-sanabrés, sacándolos a empujones de los prados.

Dicen, porque uno nunca los ha visto, que los novillitos de marras tienen capa zaína, son musculados como los futbolistas de moda y dan unas chuletas que se salen de la romana, el plato y la cartera, ¡a 30 euros kilo en el supermercado! Tienen más ventajas, que pesan poco al nacer (40 kilos), lo que evita complicaciones a sus madres vacas, y, eso sí, ponen una media de 1,3 kilos diarios.

Ahora, un grupo de ganaderos castellanoleoneses andan en danza de cruzar los (toros) escoceses con las locales morucha o avileña. El resultado puede ser una bomba de sabores gracias, dicen, a su alto grado de infiltración de grasa en músculo, una delicia para el consumidor.

O sea, todo muy bien y muy bonito. Pero uno, tan tradicional y conservador en lo básico, sigue pensando que lo nuestro, el bovino autóctono con todo en su sitio, incluidos los cuernos, es lo más apropiado para estas tierras bravías de interior. Y también, claro, para la mesa.