Pascual Riesco Chueca es profesor de la Universidad de Sevilla (Ingeniería Aeroespacial y Mecánica de Fluidos) y también un reconocido especialista en materia de paisaje, toponimia, léxico y patrimonio documental e inmaterial. Entre sus últimos trabajos destaca la "Guía de buenas prácticas para la observación del paisaje agrario como espacio patrimonial en el oeste peninsular" en colaboración con la arquitecta sayaguesa Esther Prada. Riesco ha impartido una conferencia en Bermillo con motivo del centenario del Puente de Requejo.

-¿Por qué le genera tanta atracción el Puente de Requejo?

-Es un punto muy cargado de intensidades de todo tipo, un lugar cargado de memoria con la barca vieja, las penalidades de los que cruzaban, de los que se ahogaban, el aislamiento, la memoria de los caminos. Y sobre ese lugar se instala el artefacto, la pieza tensada que parece ir más allá de todas las leyes tradicionales. El puente es radical en su ingeniería porque apura, va a los límites y eso transmitía inseguridad, a la gente le daba miedo.

-Hay que imaginarse ese territorio a finales del XIX, cuando se plantea su construcción.

-La precariedad... Y de pronto un puente liviano, articulado, depuradísimo, instalado ahí como anticipando lo minimal, la obra mínima que se coloca sin crispación.

-¿Cómo fue recibida una obra tan modernista en aquel momento, en ese contexto social?

-Me ha dado bastante luz el estudio de las personas. Está el personaje de Robustiano Fernández, capataz montador que se dedica a formar a labriegos que no habían hecho otra cosa que arar. Este hombre, con una paciencia infinita, les enseñó a montar piezas, estaba haciendo una pedagogía tecnológica desde abajo, en gente que eran campesinos profundos de lo más arcaico.

-¿Y...?

-No es Bermillo de Sayago, Villadepera era infinitamente arcaica. Y pienso que hay una especie de sencillez en la actitud del ingeniero (José Eugenio Ribera) y su equipo que le hace ver que de alguna manera no hay incompatibilidad entre lo antiguo y lo moderno. Porque puede repescar los recursos, las pericias, la fuerza, el tesón de una serie de gente profundamente rural para hacer una obra que tecnológicamente se estaba situando en una vanguardia internacional.

-Una obra que surge de una necesidad social y económica, era vital terminar con ese aislamiento casi secular.

-Era la carretera, el eje que iba a ligar Ledesma con Alcañices. La carretera es lo que tiraba de todo y posiblemente la modernidad que tuvo la obra venía de la preocupación por el ahorro, porque es una obra ejemplar; José Eugenio Ribera hace doce proyectos. Y en aquella época, algo inusual en un ingeniero, tuvo mucho tiempo. Era muy honrado, hizo doce proyectos, los ordenó por precios y eligió el penúltimo, no el más barato que era un puente colgante y lo descartó por estar fuera de lugar. La depuración de la obra le viene en parte de esa preocupación que tiene por el ahorro. Y luego buscar soluciones muy desnudas, muy desprejuiciadas está en su propio método; él está planteándose la imitación de Eiffel, pero en este caso hacer una obra al modo de Eiffel nos llevaría a algo muy decorativo pero muchísimo más caro. Entonces empieza a buscar y tiene la honradez también de viajar a Suiza e Italia a ver cosas comparables y aprender.

-¿Cómo una obra en un rincón tan perdido pudo generar tantos desvelos en este hombre?

-Le coge una época inmensamente receptiva porque había tenido una desgracia antes. Se le cayó una obra en la que murió mucha gente y estaba como buscando redención. Actuaba con una enorme entrega, en plan monje.

-¿Qué ocurrió?

-Se le cayeron en Madrid unos grandes depósitos del canal de Isabel II. Ribera, que era pionero del hormigón armado, hizo unas bóvedas y en las pruebas de carga se desplomaron y mataron a 30 obreros. Entonces venía muy tocado. Pienso que era un hombre muy humano, creó un espíritu de honradez intelectual que no es normal. Ribera está preocupado y crea una cadena de deferencia y de elegancia intelectual que se transmite hasta abajo.

-Entonces, más allá de la proeza técnica, el Puente Requejo fue un modelo de actitud humana, ¿tuvo continuidad?

-Creo que después, y él mismo lo dice, empieza el ingeniero atropellado. Esta obra fue un oasis en su vida profesional y en general rara en la carrera por haber podido dedicar mucho tiempo y haber madurado el proyecto muy bien.

-¿Se ha entendido la integración de una obra tan innovadora en un paisaje tan arcaico, cómo armonizarlo?

-Ha causado una especie de tensión porque el lugar, quizá paisajísticamente salvo el mismo paso del Duero, no ha sido demasiado apreciado. Sayago, hasta que llegan gentes como Luis Cortés y otros, no era muy apreciado. Era muy interesante el Salto del Duero, el río siempre es un espectáculo. Creo que ahí le quitó un poco de carga estética porque la gente está acostumbrada a ir a los ríos para ver grandes despliegues tecnológicos, un embalse, un puente. Incluso puede que parte de la gente sintiera una ligera decepción porque esperaba un puente mas adornado, tipo parisino, más robusto, más de aquí estoy yo.

-Pero no deja de considerarse un símbolo de la modernidad.

-Esta construcción colocaba sobre el mundo una forma inaudita, la parábola gigantesca saltando de un extremo al otro. Era una forma antes nunca vista, solo por eso causaría una especie de reverencia de lo gigantesco del progreso, del futuro, imágenes míticas.

-Nada que ver con este paisaje primitivo donde se enclavó.

-Es como cuando alguien lleva unas gafas ligeras, mínimas, de alambre, que dejan ver la cara. Hay unas fotos del puente donde se ve que apenas toca el paisaje, simplemente como colocar en una cara muy delicada unas gafas finas y está ahí puesto en un equilibrio, sin crispación.

-Pero es totalmente rompedor, más bien desequilibrante ...

-Quizás se puede pensar en que quedan pendientes tareas para mejorar el entorno; por ejemplo restaurar la ermita, aclarar el camino de la barca, mejorar un poco el entorno, restaurar unas cercas de piedra. Hacer que esa transición entre el mundo arcaizante sayagués y lo tecnológico se haga de un modo limpio, sin confusiones, que sea bonita la transición.

-¿A usted que le transmite?

-Así como el puente era una mirada hacia el futuro, a nosotros nos puede servir como una mirada hacia el pasado. Porque aprovechando la inauguración vino mucha gente, la infanta y se hicieron las fotos más sensacionales del paisanaje sayagués.

-Estamos en plena transformación de la ordenación del territorio en una comarca aquejada por el despoblamiento que no quiere perder su identidad. ¿Qué futuro adivina?

-Para mí lo importante es que en el nerviosismo de sentirse sin futuro se tire por la borda el pasado. Es decir que si se quiere innovar se haga un poco a la manera de este puente que no tocaba; que se instale lo moderno tirando lo menos posible de lo antiguo, por si nos sirve alguna vez. Y que la modernidad o los futuros se vayan abriendo a base de mucha reflexión, de mucha paciencia. Una subida general del nivel cultural es lo que puede levantar, que haya mucha gente culta viviendo en el territorio o cercana.

-Mucha gente dice, ¿pero cómo cambiar esa tendencia que nos lleva a un envejecimiento preocupante?

-El paisaje es la clave, extremar el paisaje. Esto de la concentración parcelaria en un pueblo con los bulldozer derribando miles de cercas de piedra pues no creo que vaya a atraer a nadie.

-Lo piden quienes viven de la actividad agraria, que también está en declive, ¿dónde ve usted el futuro de esta tierra?

-Sayago no va a ser un foco industrial, lo único que se me ocurre es la vía sutil. La vía de las pequeñas ideas es la que puede cuajar, no el intento de arreglarlo a zapatazos. Por un lado cuidar muchísimo el hábitat, atraer gente que pueda vivir por gusto. Hay zonas de lo más creativas en el mundo que han abandonado totalmente la agricultura. Desde el punto de vista del labrador puedes decir qué desastre y sin embargo se ha creado esa emulsión entre sociedad recreativa, residencial pero al mismo tiempo con ideas.