Se ve ahí, en el albero, vestido de catafalco y oro, junto a José Tomás y Enrique Ponce, en un paseíllo de campanillas; los tendidos, claro, a reventar. Sueña y sueña cada noche faenas de ensueño, de las que se pintan de rojo en el calendario. Naturales eternos, que un instante de toreo bueno dura una vida. Jaime Casas sufre estos días la desazón de la alegría. Torea mañana en Villaralbo, se presenta en Zamora, su tierra, y espera no olvidarlo nunca. La memoria es el cofre del silencio, donde se guarda lo que los demás no han visto.

Nació en las alturas inconsistentes de Collado Villalba y allí reside, sobre los riscos profundos del Guadarrama. Por allí lleva 16 años, bajando y subiendo, ir y venir natural, propio de una especie que abandono la cuna de piedra y nunca ha encontrado la cama de plumas. Quiere ser torero. ¿Cómo? Sí, sí, quiere ser torero, que le vamos a hacer. Un joven, casi un niño de 16 años y dice, así, a la ligera, que su sueño en la vida es ser matador de toros. Tiene bemoles el asunto.

Vio la nieve por primera vez en Guadarrama, pero sueña con las planicies aburridas de Pinilla, donde viven sus abuelos. La Zamora profunda que se inclina hacia el Toro imperial le tiene cautivado. "Paso los veranos en Pinilla, donde disfruto mucho. Mi niñez se ha ido entre los campos agostados de cereales, las tierras zamoranas tienen algo de especial en estío". Pues claro.

Hace mañana el paseíllo junto al Duero. A su lado, Jesús Álvarez, de Camas (Sevilla), Iván González (Salamanca) y José Andrés Marcilla (Ecuador). Los novillos para el lucimiento son de "El Carmen", de Argujillo. Es el día para demostrar lo que ha aprendido. Empezó a los once años toreando de salón. Después uno a uno, hasta 25 novillos han pasado por su taleguilla y le han servido para convencerse de que quiere vestirse de luces, ejercer la profesión de los locos modernos, aquellos que viven en las ciudades y respiran en el campo.

¿El triunfo? Ya llegará, que en esta vida toda acaba frenado por el tiempo. Ya sabe lo que es navegar entre algodones, a golpe de marejadas de ilusión. Le ocurrió en Moralzarzal, un 26 de septiembre, día de San Miguel. "Fue muy bonito. La faena me sirvió para conocer lo que es torear, disfrutar haciendo lo que han hecho otros, pero con sello propio". Lo ha intentado después muchas veces en el campo, pero no ha sido lo mismo. La felicidad es tan efímera como absurda.

Su abuelo y mentor en estas lides lo vio torear una vez y no volvió. Difícil aguantar la presión de la sangre sobre la sangre. "A Villaralbo sí, me ha dicho que va a ir a verme; me hace mucha ilusión". De su tío David, mejor no hablar. Ve los toros desde la barrera, pero los ve muy bien, y lo cuenta mejor en Canal Plus y la SER. "Me apoya, pero no quiere que siga, sabe lo difícil que es este mundo". Desde luego.

Quiere llevar la familia a lo más alto del escalafón. Que los Casas han sido taurinos, aunque no hayan salido a hombros por la puerta grande de Las Ventas. "Mi tío abuelo, el padre de David, fue novillero sin caballos...". Fue el creador de la saga. Jaime apunta alto: "Me gustan Enrique Ponce, Morenito de Aranda y Sebastián Ritter, entre otros". ¿José Tomás? "Está a años luz de los demás, es un monstruo". Asume los tiempos y la moda: "Parece que todo el mundo es antitaurino, es increíble, es casi como un movimiento político de tanto estar en las televisiones".

Para un joven urbanita, vestido por arriba y por abajo con nuevas tecnologías y apéndices móviles, no es fácil caminar al revés. Ir contra la historia y salir de la ciudad con destino al pueblo, dejar el sillón para sentarse en el poyo, soplar el humo prendido en las esquinas de los rascacielos e ir a pisar hierba o cardos, que en los eriales nace todo al tuntún. Hay que tener las cosas muy claras y valores de otro tiempo para dejar aparcada la comodidad y bucear entre un bosque de encinas, con lo que engancha la hojarasca.

Él lo llama vocación. Otros cabezonería. Querer ser torero ahora. Cuando hasta los que mandan prohíben las clases de tauromaquia para niños para no herir sensibilidades. Tiene bemoles. Jaime Casas quiere ser torero, aunque algunos de sus amigos lo llamen maltratador de animales, aunque los políticos se metan en la concha y silben, aunque esta sociedad tan blandita, uf, huya de la sangre como de un nublado, y sueñe con que la carne que está en el menú diario nazca como peras de las ramas de los árboles. Quien quiera saber las razones del madrileño-zamorano para ser torero, que vaya mañana a verlo a Villaralbo. Tiene bemoles.