Pocos y mayores. Dos palabras pueden resumir el perfil de los curas en el medio rural. La escasez de vocaciones sacerdotales ha generado un auténtico problema a la Iglesia Católica, y Zamora no es ajena a un «reto serio al que tenemos que dar respuesta» admite el vicario general de la Diócesis, José Francisco Matías. Los datos hablan por sí solos. La edad media de los sacerdotes es de 69 años -65 en la diócesis de Astorga que abarca el noroeste de la provincia-, pero el desglose es más sangrante; de los 158 actualmente incardinados a la diócesis de Zamora (aunque son 85 los que están en activo), 47 tienen entre 70 y 79 años y otros 47 están en la franja entre los 80 y 89. Si a ellos se suman los cuatro que superan los 90 años, la conclusión es que un alto porcentaje de curas deberían estar ya retirados o está a las puertas porque la jubilación canónica de los sacerdotes se establece en los 75 años.

Sin embargo, son tales las dificultades para atender a todas las parroquias del ámbito provincial que «el obispo no acepta ninguna jubilación, a no ser en casos de extrema necesidad» confirma José Francisco Matías. Tampoco se atisba una primavera de savia nueva. Actualmente solo hay tres alumnos en el Seminario Mayor de Zamora, de los cuales uno está en 4º de teología y dos en 2º, lo que significa que «al menos en el periodo de cuatro o cinco años no habrá nuevas incorporaciones».

Hay que tener en cuenta que la última ordenación se produjo en mayo del año pasado, es decir, que la diócesis de Zamora se pasará seis años en blanco, sin nuevos pastores de la iglesia. Y de seguir la misma proporción, «a la vuelta de quince años nos podemos encontrar con 80 sacerdotes en esta provincia».

Porque también para los ministros de la iglesia se impone la ley de vida. Los sacerdotes mayores van falleciendo sin relevo posible. Un dato: solo durante el periodo de Gregorio Martínez Sacristán al frente del Obispado de Zamora (2007-2014) se han producido unas cincuenta defunciones. «Estableciendo la misma proporción podemos decir que hace dos décadas había un sacerdote por pueblo» indica el vicario general. Hoy las 303 parroquias de la diócesis de Zamora son atendidas por 85 curas en activo.

Sin embargo la regla de división que sale a una media de 3,5 parroquias por cura no es proporcional. La situación es especialmente grave en el oeste de la provincia, el menos habitado, con población más mayor y una dispersión que complica mucho más las tareas pastorales. El caso del arciprestazgo de Aliste-Alba es sintomático de la realidad del medio rural. Cuenta con 84 parroquias que deben repartirse entre 8 sacerdotes, lo que explica que algunos tengan que hacerse cargo de hasta quince pueblos, muy lejos de zonas como Benavente, Tierra de Campos o Tierra del Vino, con una media de cuatro o cinco, y también alejados de Pan o Toro-Guareña, ésta última con ocho sacerdotes activos para 32 parroquias.

Ante tal panorama se explica que la falta de vocaciones, con las consiguientes dificultades para atender las tareas pastorales, constituya todo un quebradero para los representantes eclesiásticos. «Es algo de lo que venimos hablando ya desde hace tiempo» confiesa el vicario general de la diócesis de Zamora. Especialmente desde hace una década, cuando se aceleró el vacío vocacional, los curas tuvieron que multiplicar su trabajo y los feligreses acusaron las consecuencias.

La misa dejó de ser diaria para tener que conformarse con un día a la semana, dos en el caso de los más afortunados, y el Obispado empezó a «fichar» a voluntariosos feligreses para mantener los actos religiosos. Son los llamados celebrantes de palabra.

En la actualidad la diócesis de Zamora cuenta con unos 120 laicos que asumen la llamada «celebración de la palabra», además de otras tareas pastorales como catequesis, visitas a enfermos o atención a situaciones de necesidad. El proyecto empezó por Aliste, Alba y Sayago, las comarcas con menos curas, pero se irá ampliando al resto del medio rural y de hecho ya hay algunos en pueblos de Tierra del Pan. «En ausencia de los sacerdotes que no se pueden desplazar a todos los pueblos para la misa de los domingos, los celebrantes son animadores en la fe y presiden la celebración, aunque sin consagración», precisa José Francisco Matías.

Una alternativa que, si bien a juicio del obispado «cumple una función muy importante porque dignifica la celebración de los domingos, no se pueden equiparar a una eucaristía presidida por el sacerdote. Lo ideal es que haya un movimiento de los feligreses hacia los lugares donde se celebra la eucaristía, por eso tenemos que motivar a los jóvenes, a las personas de mediana edad para que, al igual que se desplazan para otros servicios, también lo hagan para acudir a misa los domingos» argumenta el vicario general, para quien «la secularización de la sociedad» ha influido en la asistencia a misa. «Estamos ante un tema muy serio -admite sin remilgos el segundo de abordo del obispado zamorano-, por eso estamos obligados a dar respuesta».

Y en ello ya se está trabajando desde el obispado, a través de una pastoral conjunta «para ver cómo abordamos estas dificultades derivadas de la escasez de sacerdotes» precisa José Francisco Matías. El reto no es fácil; el vicario habla abiertamente de «una nueva evangelización en la que impliquemos a los padres, a los jóvenes, los niños. No podemos atrincherarnos en pocos pueblos con poca gente, quizás hay que pensar en centros eucarísticos en el medio rural donde la gente se pueda desplazar». ¿Y los mayores? «Pues habrá que habilitar medios para que también participen».

Un compromiso acorde con los nuevos tiempos que el vicario general observa con optimismo. «La situación nos preocupa pero ni nos desmoraliza ni tiene por qué ser desesperanzadora» proclama.