Ni horarios ni domingos ni fiestas de guardar. El trabajo siempre ha sido la máxima de José y Florentino Alonso Rodríguez desde que en 1956 decidieran reconvertir la fragua que su padre creó en Villafáfila en los años 30, en uno de los talleres de reparación más longevos y reconocidos de la provincia. «Lo mismo abríamos una cerradura que arreglábamos un tractor», rememora Florentino, el menor de los dos hermanos que han llevado las riendas de Talleres USE, un espacio que tutela entre cientos de piezas y maquinaria los últimos 60 años de la historia del municipio terracampino. Con 83 y 76 años respectivamente, José y Florentino recuerdan los duros comienzos, aquellos años en los que no había más maquinaria que el yunque, el taladro de mano y la máquina de afilar. Más adelante, ya en los 60, los carros dejaron paso a los remolques y comenzó a desfilar por el taller maquinaria agrícola más «sofisticada» que los hermanos reparaban con muchas horas de trabajo y no menos ingenio. «Somos autodidactas. Lo reparábamos todo y si algo se resistía, pues seguíamos intentándolo hasta que lo lográbamos. A base de hacer y hacer, íbamos perfeccionando todas las piezas», confiesa José Alonso, que comenzó a trabajar en la fragua de su padre Felicísimo con apenas 12 años. No hubo más remedio, ya que «éramos siete hermanos y cuando murió mi madre, la pequeña tenía dos años».

Pero incluso en los malos tiempos, los dos hermanos tuvieron tiempo para ingeniar y lograron patentar unos comederos redondos para cerdos, de los que salía el alimento a medida que el animal comía. «Hicimos miles», recuerda José Alonso, cuyas manos también «moldearon» una barca para cazar en «Las Salinas», que hoy se exhibe en el Centro de Interpretación de las Lagunas de Villafáfila. «La hice con 20 años y me la querían comprar, pero no quería venderla y la regalé». Antes, con apenas 13 años de edad, sus recuerdos evocan el hambre que quitaron los patos y sus huevos a los vecinos del municipio en aquel fatídico 1944, la trágica fecha de la hambruna que recorrió la España que aún no se había recuperado de los estragos de una sangrienta Guerra Civil.

Años después, José Alonso, quitándole horas al día, emprendería otra lucha: la de lograr las obras de saneamiento para Villafáfila. Era una inversión que las autoridades políticas de entonces no parecían dispuestas a acometer hasta que la amistad del terracampino con Manuel Jiménez Espuelas, alto cargo de la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD) y entonces dueño de la dehesa de la Guadaña, donde se asienta el Monasterio de Granja de Moreruela, puso las cosas en su sitio. «Un día vino don Manuel al pueblo con su mujer y le dije: "mire qué cola de mujeres para coger agua de la fuente. Hay que hacer algo". Su esposa se dirigió a él y le pidió que lo solucionara». A los tres días, había un equipo de la CHD en el municipio para iniciar las obras. Como memoria viva del pueblo que le vio nacer, José Alonso recuerda otros episodios con nombres famosos, como su día de caza con el escritor Miguel Delibes, su amistad con el naturalista y columnista Joaquín Araújo y la ayuda que él y otros vecinos prestaron a Félix Rodríguez de la Fuente, al que espantaban las gansas con periódicos en llamas mientras el naturalista grababa uno de los episodios de «El hombre y la tierra». «Estuvo una temporada viviendo aquí, en una tienda de campaña», recuerda José Alonso, quien también evoca cómo el famoso divulgador ambientalista, fallecido en accidente de helicóptero en 1980, paró las obras de canalización de las Lagunas en Villarrín de Campos.

Y en su rincón de anécdotas hay otra reservada para el mismísimo expresidente del Gobierno José María Aznar, cuando era el máximo responsable de la Junta de Castilla y León. «Aznar venía a visitar las Lagunas y el alcalde de Villafáfila lo esperaba en San Esteban, pero la comitiva tomó otra carretera y llegó a Otero, y como yo estaba allí, pues les acompañé». Y cuenta cómo el jefe de Protocolo de Aznar dio or hecho que por la zona habría muchos cazadores furtivos. «Yo mismo, le respondí. Y me propusieron ser guarda de la Reserva, a lo que me negué». Y continuó a lo suyo.

Lo suyo, junto con su hermano, era sacar adelante Talleres Use, el nombre con el que la familia llamaba al tío Eusebio, un negocio que aún hoy es referente del trabajo bien hecho.

Con más maña e inteligencia que tecnología, los hermanos Alonso Rodríguez no solo han reparado maquinaria o vehículos cuyo arreglo parecía imposible, también han construido en su taller cabinas de tractores y hasta remolques. Incluso pasaron la noche sin dormir para reconstruir la cabina del camión del que era el carbonero de La Tabla, que fue arrollado por el tren cuando se disponía a repartir el mineral, un accidente en el que el vehículo se llevó, por fortuna, la peor parte.