Dicen los entendidos que el herradero anual de becerros en cualquier ganadería de bravo tiene el carácter de «bautizo» singular y nunca roñoso por parte de los padrinos, propietarios de la explotación agropecuaria quienes, además de acogida, hospitalidad y trabajo, reciben con una sonrisa al variopinto grupo de aficionados de toda condición, sexo y edad que se acerca a la ganadería a contemplar la faena.

No es un bautizo roñoso, que se rasque la madrina el bolso, sino espléndido, regado todo con vino y licores para las buenas viandas, carnes y dulces de la tierra, de tal forma que más de uno al acabar la reunión le sucede como al protagonista de «La Cena», de Baltasar del Alcázar: «¿No pusiste allí un candil, cómo me parecen dos», por trasegar con demasiada gula y ansia de lo trasañejo, en este caso de lo tinto y clarete, afrutado y gustoso.

El bautizo ganadero es un día inolvidable, alegre, gratificante para quienes tienen puesta su ilusión en las reses bravas que deben pasar por el tamiz de la marca a fuego, echando un olor acre a pelos y torreznos fritos, característico de la función, antes de enfrentarse a la lidia futura, dentro de unos años.

Amaneció Dios con un tiempo espléndido por los prados de la Guareña zamorana en el día de San Andrés, sábado, uno de los santos combativos más importantes del santoral cristiano, cuyo símbolo de aspa fue elegido como enseña por algunas órdenes de caballería, y cuando el sol ya comenzaba a calentar la mañana cerca de un centenar de almas se dio cita en el enclave ganadero de Santa María de los Caballeros. En las corraletas, perfectamente aseadas y con ausencia de barros, una treintena de animales espera el momento en el que, uno a uno, pasarán por el trance del marcado a hierro candente.

Dirigiendo la acción Luis Ma García Fernández, uno de los propietarios de la ganadería junto a Carlos Verdugo y Juan Carlos Encinas, padre e hijo, la mano experta de la veterinaria Rosanna Galán, prima del rejoneador Sergio Galán, la madrina Ana Belén Sánchez a cargo de las anotaciones y nombres de las reses, dando fe en la partida oficial del nombre, pelo, número y demás registros de los becerros. María Jesús Rodríguez y Almudena Esteban, esposas de Carlos y Juan Carlos respectivamente atendiendo a la concurrencia. Ginos, Longinos Encinas, a la parrilla y las brasas asando carne y viandas para tenerlo todo preparado una vez acabada la función; Luis Miguel Ballesteros con Leal al apartado de las corraletas, abriendo y cerrando puertas y encauzando las reses al pasillo del mueco. Y dos niños de la casa, Marcos e Iker, encargados de errar la última del lote, inculcándoles ya desde bien pequeñitos esta actividad tan singular y participativa. De manera que la orquesta sonó perfectamente esta mañana en la tierra singular y acogedora de Fuentelapeña, la cuna de Claudio Moyano Samaniego.

Entre el grupo de seguidores y curiosos, Pepe el de Fuentesaúco, caballista viejo y animoso encerrador de toros; Luis Cebrián el ganadero de la Mudarra y Carlos del Val, el bodeguero de Cigales, varios jóvenes de Medina del Campo que querían conocer en directo esta actividad, gentes de Zamora, León y Fuentesaúco, conformando un grupo de gazpacheros inquietos en una rebujiña que anualmente se ofrece en la ganadería para ayudar unos, fisgar los más y entretenerse todos con el herradero de los becerros.

Se han herrado treinta becerros, quince machos y quince hembras, siendo el primero en entrar el de nombre «temeroso», un ejemplar castaño bragado a quien marcan con el número 1 del año 2013, mientras que la última ha sido una becerra de nombre «borreguita», negra que cerró plaza hasta el año próximo.

Los animales de Santa María de los Caballeros, que llevan la oreja derecha rajada y orejisana la izquierda, fueron además desparasitados y vacunados contra el carbunclo con «miloxan», además de echarle el cicatrizante en spray para aliviar las marcas del fuego en su piel. Tras el trance, unos salieron con más fuelle que otros del mueco, especialmente dos de ellos que hicieron mella en el garigolo de la ganadería, al arremeter contra las mesas y tirar panes y peces, vinos y bebidas al suelo con estrépito entre la algarabía y risas del personal y embestir al grupo de curiosos cercano a los hierros candentes de la marca. Se ve que eso de repartir estopa va en la bravura de unos animales encastados, fuertes y duros que hicieron tomar el olivo de tablas y talanqueras en un par de ocasiones.

La anécdota estuvo protagonizada al comienzo de la labor, al abrir la puerta de la manga sin cerrar la abertura debidamente con lo que tres de los becerros, uno de ellos albahío, precioso de hechuras salieron de estampida e hicieron un espontáneo encierro entre el susto de los de abajo, las risas y carcajadas de los de arriba y las zozobras de cuantos allí estábamos, entre los que me incluyo, embistiendo a todos como lumbres, y que gracias al quite de la veterinaria solo caí al suelo como un sapo campanero para evitar el golpe del animal. LuisMa, el ganadero, recibió un golpe en la pierna, agarrando al becerro hasta que lo pudimos reintegrar al corral. ¡Qué cosas pasan cuando hay toros sueltos por medio!

En fin, Fuentelapeña, uno de los pueblos de la Guareña más toreros y de raigambre, cumplió una año más con la tradición inveterada del ayer, dando sensación de amistad, camaradería, unión y trabajo dedicado y con esfuerzo por el toro bravo. El deseo de todos es que Santa María de los Caballeros tenga la suerte que se merece.