Por las mismas fechas que Alfonso Ortega salvaba su piel por las sierras, otro sanabrés, Cándido Losada, nacido en Castromil de Sanabria, hacía lo propio. Losada pasó 16 años de su vida perseguido por los montes y pueblos del cuadrante hispanoluso. Dejó mayor impronta por ser municionero de maquis de la talla de El Girón, Parra, Tameirón, Inca y otros echados a las sierras y a los bosques tras el inicio de la Guerra Civil y los años de la postguerra.

Apodado «el Malvavisco», abasteció de balas y campogiros a fugados que trataban de eludir el acoso de la Guardia Civil; un cuerpo que, al paso de los años, acabó con la mayoría del colectivo en la implacable acción contraguerrillera desatada desde los comienzos del fraticidio. No deja de sorprender que parte de la munición que manejó fue puesta en sus manos por un efectivo de los cuerpos y fuerzas de seguridad, amigo de la infancia.

El «Malvavisco», que participó en el asalto de los carrilanos al acuartelamiento de la Nueva Puebla, en Requejo, nada más conocerse el alzamiento, se adentró en Francia en el año 1944, en una primera salida del país. Integrado en la incursión pirenáica efectuada por los republicanos, en octubre del mismo año, fue hecho prisionero al coger unas manzanas de un huerto. Consiguió escapar y regresar de nuevo a los vientos del monte y a vivir escondido por los pueblos hispanolusos. Contó con el apoyo de su compañera, Josefa Pérez, natural de Vilavella (Orense), y de otros familiares y avenidos que apostaron por su supervivencia. Su conocimiento de los pueblos del noreste lusitano, donde había ejercido la carpintería, le permitieron resguardarse de la mano de conocidos, pero fue su no pertenencia fija a grupo alguno, y su desconfianza de todo y de todos, lo que le sirvió para aguantar hasta el año 1952, cuando, agotada toda esperanza de vida para los maquis supervivientes, cruzó, por segunda vez, a Francia.