Aliste, Tábara y Alba constituimos una comarca natural que desde la noche de los tiempos atesora su mayor valor en unas gentes que con su tesón y trabajo, sabiduría e ilusión, han hecho de cada uno de sus pueblos un corazón que late, sin prisa pero sin pausa, marcando el ritmo de los aconteceres de unos hombres y mujeres, nuestros ancestros, que, aún siendo conscientes de la dificultad para sobrevivir, supieron sacarle a la entrañas de la tierra lo necesario para seguir adelante. ¿Qué tal estáis? preguntan al alistano: «Vamos tirando, que no es poco», responde él.

Aquellos pueblos y civilizaciones que por ignorancia, desidia o vergüenza olvidan sus orígenes, entierran su pasado y nunca encontrarán el camino acertado que acoja sus pasos, seguros, hacia el futuro, ese donde anida la esperanza de quienes irradian felicidad y de quienes tienen a la soledad como compañera de viaje.

La hermandad y la convivencia fueron el caldo de cultivo de una tierra que nos ayudó a alistanos, tabareses y albarinos a recoger la cosecha de la solidaridad, cuyo fruto más preciado es el de tener siempre a un paisano, vecino y amigo dispuesto a arrimar su hombro cuando la tormenta de la necesidad amenaza con los truenos de la impotencia y los rayos del cansancio corporal. El bien común no es sino la parva donde confluyen las bondades individuales formando un conjunto, que como el trigo y la paja podrán separase para saciar el hambre y la sed, del cuerpo, del alma y del corazón, que no solo de pan vive el hombre.Nuestros abuelos y abuelas, padres y madres son enciclopedias donde hemos de aprender los valores y bondades de esta tierra para salvaguardar sus grandezas sociales, culturales, folclóricas, humanas y materiales. La felicidad radica en asumir lo que somos y tenemos y sentirnos orgullosos de ello: Nada para saber a donde vamos como saber de donde venimos. La solidaridad es pura sabiduría.