El ojo humano siempre, desde que emergió de la oscuridad, ha tenido un sueño: inmortalizar lo que capta, solidificar las imágenes, quedarse con ellas para jugar a ser Dios. Eso es la fotografía: robar un instante para hacerlo eterno. Los fotógrafos son sacerdotes del tiempo que se llevan en la mochila lo que se escapa por las costuras del pretérito.

Vas a cualquier festejo taurino que se celebra en la provincia de Zamora o alrededores, miras el callejón; te fijas en alguien vestido de camuflaje y allí está. Arturo Delgado Ballesteros es, desde hace años, un hombre pegado a una cámara fotográfica. Amante de los toros, de la naturaleza, de la vida que palpita y de la que se consume en dolores, lo que hace es parar ese momento que está ahí y llevarlo al ordenador, al papel, para darle la existencia que aportan los soportes, cambiar algo inmaterial por lo que se puede tocar, y hasta oler.

Después de unos años de pisar campo descarnado y alberos artificiales, ha reunido un rosario de instantáneas en su esportón y se ha dicho: «Ea, para que las quiero aquí prisioneras, vamos a abrir la puerta». Y algunas se han escapado y en formación casi militar, se han juntado para mostrarse desnudas, sin el secretismo de lo digital, a horizonte abierto.

La muestra de cuarenta fotografías de toros y naturaleza (que son dos conceptos unidos, por mucho que algunos no quieran verlos, en el mismo estante) se exponen en el Salón Multiusos (calle San Isidro número 8) de Villaralbo. La selección del salmantino-zamorano estará colgada hasta el próximo miércoles, y se puede ver todos los días, desde las siete de la tarde a las once de la noche.

Arturo Delgado Ballesteros ha mezclado toros y naturaleza «para llegar a más público». Pero también «porque vida solo hay una y nos abraza por todas partes; los toros representan la fuerza, la fiereza, la fijación de una idea, y la naturaleza es la nube que nos envuelve, también a los toros que están pegados desde que nacen a la tierra, a lo más puro».

Quizás le vino a la cabeza la idea de exponer parte de su obra, cuando Juan Pelegrín hizo lo propio en Zamora y Toro y sacó a relucir su trabajo, bajo el título «Las Ventas, un día de toros». Y ha hecho bien Arturo Delgado sacando a pasear algunos de sus retazos de colorines.

Así no quedará en el limbo su habilidad para retratar ese detalle que se pierde entre el tracatrá de anécdotas. Delgado es un fotógrafo de soledades, que recupera ese sentir de la mujer y el hombre solos cuando están rodeados de muchos. Su objetivo se abre al sentimiento. Los personajes que aparecen comprimidos en su cámara tienen un aire trascendente, pero a la vez son familiares, no se dan importancia, torean o buscan la umbría de un callejón sentados en lo natural, en lo que se debe hacer.

Priman los toros, claro, en las imágenes de Delgado Ballesteros. Es un aficionado cabal, militante (oficia de secretario del Foro Taurino de Zamora), y se nota. Ahí deja para el recuerdo al Andrés Vázquez de ochenta años lidiando para la historia un «albaserrada», en la plaza de toros de Zamora. No falta tampoco el mito, José Tomás, en la soledad cantarina de un inmenso albero, ni el día de la alternativa de Alberto Durán, luces alborotadas por un junio benigno; ni el duende de Morante o el centauro domesticado de Hermoso de Mendoza. Pero hay mucho más, como unos pies mojados al atardecer en un río sin nombre, que convocan, otra vez, a la soledad, al amor y la melancolía. O un grupo de ancianos sentados al frescor que mana un callejón de un pueblo perdido en la España sin nombre.

Arturo Delgado tiene una facultad que para sí quisieran todos los retratistas: siempre llega a tiempo de robar el detalle que define una hora, un día, una vida. Su objetivo barre la realidad, que pasa a su lado tamizada. A veces el engaño de la cámara lo ha puesto en un aprieto. En festejos taurinos de calle, por ejemplo, los toros se ven lejos cuando ya están cerca y, en un instante, el peligro se agranda y puede devenir en sangre. Es seguro que él lo tiene muy claro. Ante una foto exclusiva o ayudar a alguien en peligro, siempre optaría por la segunda opción. Naturaleza -e ideología- obliga.

El salmantino afincado en Zamora desde hace décadas no es la primera vez que airea sus fotografías. Ya ha montado exposiciones en Villalazán y San Miguel de la Ribera. Y lo hace habitualmente, sobre pantalla agrandada, cuando el Foro Taurino organiza actividades, sobre todo en el hotel AC. Charlas y conferencias son subrayadas con las imágenes de Arturo Delgado, el mejor colorín para resaltar lo importante, lo que hay que mullir en el magín para que esponje.