La Raya sobre territorio alistano y trasmontano fue durante la Guerra Civil y tras ella, tiempos de penurias y estrecheces, lugar de contrabando y extraperlo; a la vez paso del éxodo obligado hacia España de los lusos que huían de Salazar y a Portugal para quienes lo hacían de Franco. Aunque fugitivos y contrabandistas, obviamente, cruzaban campo a través, nacieron los Puestos Avanzados de Aduanas para controlar los caminos, entonces de rodera y herradura, dando lugar a historias de amor y odio, alegrías y sinsabores, donde la realidad muchas veces superaba a la leyenda.

Aún en ruinas, la estructura de la aduana de La Canda delata su importancia estratégica, pues contaba incluso con casa para un sargento residente. A parte de ello había cuadra para caballos y un gallinero donde las gallinas daban los huevos para las tortillas y pollos para los guisados e incluso había huerto con manzanos, bruños y cerezos.

Sin embargo, el plato principal para los carabineros era el conejo silvestre. Por aquella época se inició la repoblación forestal con pinos del monte «Majadal del Boquerón» de Arcillera. El Icona plantaba los árboles, pero el hombre propone y Dios dispone. Los conejos encontraron como su más sabroso manjar las coronas del pinaster y claro, dicen en Aliste que «gallo sin cabeza poco corre». Los pinos crecían deformados y para el Estado la solución llegó autorizando la colocación de trampas (cepos) para acabar con los conejos y que estos no acabaran con los pinos.

Así fue como los carabineros, guardianes de la Raya, se convirtieron en los mejores y más expertos tramperos, eso sí, dentro de la ley. De esta manera, aparte de salvar la nueva flora, hicieron del conejo su principal manjar. Era habitual también que los molineros de Sao Martinho y Cicouro, previo encargo, les trajeran café «palmeira» para hacer al pote. La aduanas y puestos de Bradilanes, Arcillera, Alcañices, San Martín, Figueruela y Riomanzanas también cultivaron el amor. Muchos de los guardias llegados de lejos allí encontraron novia y allí se casaron. Mil y un aconteceres para escribir la peculiar historia de La Raya.