Fue un relámpago forrado de pelo entre barcino y pardo. Brincó invisible y cuando lo vimos enfiló, tenso y corajudo, hacia el camino de la Presa. Los galgos, como locos, rebrincaron para soltarse de la collera. Solo dos se liberaron y salieron como flechas en busca del matacán que apencó como un bólido acelerado y sin frenos. Vimos al instante que se iba a criar, por la distancia que sacó a los perros en los primeros cincuenta metros.

Mientras el trío se revolvía como un bastardo entre las pajas gastadas de la rastrojera, dispuestas ya para ser barbechadas, Yayo Sánchez se fijó en la cama: «Mira, es macho y cojonudo, ahí está el canto donde seguro ha reposado sus testículos, en todos los dormideros aparece». «Pero éste canto es muy grande, demasiado», dijo alguien. Y el listo sentenció: «Seguro que lo hacen porque los testículos tienen que estar a menos temperatura que el resto del cuerpo, por eso colocan una pequeña piedra en la cama...».

La directiva del coto de caza de Sanzoles organizó ayer, como ya hiciera hace un año, el «peinado» de la reserva, situada en mitad del espacio cinegético, con el fin de que las liebres no se acomoden ni se familiaricen en demasía hasta el punto de pecar de consanguinidad, lo que debilita la especie y la hace más vulnerable.

Una jornada al año se «manea» la zona que no se toca durante el cazadero. Ayer fue el día. Una decena larga de socios con sus galgos se apostaron pasadas las nueve y media de la mañana en el lugar elegido, al lado del pago del Judío. La mañana, pastueña y descolocada del calendario propio de diciembre, llegó templada y con ganas de llover, aunque sin fuelle. Los espectadores, pocos a esas horas, «empiricutados» en los testeros que emergen de la Regata, saludaron a grandes voces. En un instante se dispuso la operación de envolvimiento. Cazadores y perros unidos por el cordón umbilical que saliva la afición se hicieron a sembrados y eriales. Se abrió la veda.

La jornada, como casi siempre sucede cuando hay ansiedad, se inició cruda y, poco a poco, fue entrando en sazón. «No hay nada que hacer, este año no las hay ni aquí, ya ves, en la reserva. El año pasado corrimos 25, éste, a ver si las vemos...». Las primeras «rabonas» se hicieron esperar. Varias manos quedaron vacías, pero pronto cambiaron las cosas y afloró la primavera.

Una veintena de liebres fueron avistadas a lo largo de la mañana y los galgos, al final, quedaron exhaustos y corridos. Ni una se llevaron a la boca. Liebres grandes, encamadas, sobre todo en los bajos de un quiñón de menos de cincuenta hectáreas. Sorprendió la rapidez de los animales, poco acostumbrados a las carreras porque viven en una zona donde apenas son molestados. Solo cuando, indebidamente, algún perro que pasea junto a su dueño por los caminos que asaetean las parcelas, se mete en terreno prohibido y asusta a las «rabonas».

La caza con galgo volvió a demostrar su carácter selectivo y -no es un pecado decirlo- también ecológico. La cuadrilla se divirtió sin necesidad de colgar ninguna pieza. Ver correr a los perros, probar su rapidez, respetando los terrenos de las «rabonas» es suficiente para el buen aficionado. Los chascarrillos salpicaron las manos, sobre todo cuando galgueros o acompañantes no fueron capaces de ver a los animales en la cama, algo que le sucedió al que esto suscribe, que estuvo a punto de pisar uno y solo lo detectó cuando ya estaba a la carrera. Cuando menos lo esperas, salta la liebre, no hay verdad más verdadera.

El coto de Sanzoles volvió ayer a cumplir uno de sus objetivos fundacionales, aunque parezca paradójico: cuidar la caza y llevar a cabo acciones para fortalecer las especies cinegéticas.