-¡Hombre, delegado!

-Quieto, quieto que yo ahora soy Miguel, de Almeida.

La anécdota ocurría la pasada semana en una calle de Zamora. Aún hay algún despistado que sitúa a Miguel Alejo como el delegado del Gobierno en Castilla y León. Confusión que él mismo se apresura a aclarar. Hoy es un vecino más de su pueblo, Almeida, donde ya está empadronado y ha fijado su residencia con la firme aspiración de poder llegar a ser el próximo alcalde, «si lo quieren mis compañeros y si luego me votan».

El abandono de la primera línea política ha coincidido con el de su actividad laboral. A sus «casi 62 años» este profesor de Lengua y Literatura, luego inspector de Educación, candidato del PSOE a la Alcaldía de León, ocho años portavoz de la oposición durante el gobierno popular de Mario Amilivia y otros casi ocho como delegado del Gobierno durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, ha matado dos pájaros de un tiro y cese en el cargo, tras la llegada del PP al poder, coincide con la jubilación a la que la que tiene derecho tras 38 años de servicio.

Una condición de ciudadano de a pie que Alejo asume «feliz». «No cuesta ningún trabajo dar este nuevo paso, es todo mucho más normal de lo que se puede pensar». Se le ve tranquilo, sin morriña. Pasó y pasó, viene a decir. Hoy el nuevo vecino de Almeida ya puede ocuparse a tiempo completo de su pequeña explotación agropecuaria: una veintena de ovejas churras, dos burros de raza zamorano-leonesa («Feliciano» y «Blas»), el caballo, unas cuantas gallinas, capones, hasta un pavo y el huerto. Todo vigilado y protegido por «Leona», una noble mastina de 9 años ahora casi inseparable de su dueño. «Tengo los animales justos para poder atenderlos yo solo».

Desde luego no parece nuevo en el oficio, aunque en casa no lo mamó. Hijo de maestro y nieto de médico por parte de madre y carretero por vía paterna, debieron de ser las vivencias infantiles en el pueblo las que le inculcaron el gusto por lo rural. «Borrega, borrega» y las ovejas obedecen la orden del pastor. Exhibe, ufano, un perfecto dominio sobre el rebaño, ahora encerrado en el corral al lado de casa, pero lo sacará a pastorear esta primavera. Si llueve.

Además de atender al ganado, Miguel Alejo puede ya entregarse plenamente al añorado deseo de ser alcalde de su pueblo. Anhelo que no es nuevo. Ya en el año 80, siendo director de un Instituto de León se lo confesó a los alumnos en la revista del colegio. «Entiendo la política como una actitud de servicio y qué mejor lugar que donde has nacido, con tus vecinos, los amigos, la gente con la que has convivido», se sincera frente a un café en uno de los bares del pueblo. De experiencia llega sobrado. Municipal, se entiende, porque Miguel Alejo ha sido candidato a la Alcaldía de León y durante ocho años portavoz de la oposición.

Y si hay que hablar de la implicación con su pueblo, en el haber cuenta que allá por donde fuera siempre ejerció de sayagués de Almeida y el vínculo con su tierra ha sido sagrado por encima de sus obligaciones laborales y políticas, en León y Valladolid. Ha sido mayordomo en las fiestas de San Roque, ha subastado los bollos, pertenece a la Cofradía de los 40 (la de la Semana Santa) y fundó un grupo de teatro con el que no le importaría colaborar de nuevo. Se le ve con ganas de hacer cosas y parece tener ideas. «Era difícil intentar ser alcalde y no estar aquí. Pues bien, ya estoy empadronado, vivo en mi pueblo y me apetece mucho practicar esa política de proximidad que te permite lo municipal».

Otra cuestión será trascender lo local y meterse en la jaula de grillos que ahora parece el PSOE zamorano. No dice ni sí ni no. «Vamos por partes. Me gusta regirme por la norma de discurso, método y orden. Ahora toca elegir secretario regional. Necesitamos escuchar el mensaje de Julio Villarrubia (el candidato a suceder a Oscar López), que es un municipalista comprometido con lo más próximo, e intentar dar respuesta a los militantes y simpatizantes». Sostiene Alejo que hay que «trascender lo personal» cuando se está en política, practicar lo que llama el «socialismo afectivo». Mirando a su partido en Zamora se antoja que el mensaje no es banal, tiene destino; sutil, pero con bala. «Hay que ser capaces de olvidar las diferencias y sumar. Ahí me van a encontrar todos».

¿Aspira a algo más que alcalde de su pueblo en la política zamorana?, insistimos. Se escurre como una anguila con el manido «estoy a disposición de todo el mundo, soy un militante de base, no es momento de personalismos sino de trabajo conjunto, de dar respuestas». Después de tantos años se las sabe todas con la prensa, también con el fotógrafo; intuye el mejor plano y esquiva con maestría la pregunta incómoda. ¿Se ve detrás de una pancarta contra la reforma laboral?. «Todo el mundo tiene derecho a manifestarse pero yo creo que las manifestaciones han de ser pacíficas y la respuesta, proporcionada». Ahí se queda.

Lo dice el ciudadano Miguel Alejo, el mismo que hace poco más de un mes recibía el parte diario de incidencias de las fuerzas de seguridad, el máximo responsable del orden en Castilla y León. El que hubo de consolar a las víctimas en los últimos coletazos terroristas de ETA o a los familiares de forestales o guardias civiles fallecidos en acto de servicio. Fueron los tragos más duros. También hubo buenos ratos y «la oportunidad de conocer a personas muy interesantes». A Zapatero no lo ha vuelto a ver desde que dejó la presidencia del Gobierno y con su sucesor, el popular Ruiz Medrano, mantiene una buena relación.

En el anecdotario de cuando era delegado del Gobierno recuerda singularmente a aquel matrimonio que viajaba hacia Miranda do Douro y al atravesar la carretera de Almeida se encontró a un hombre, con pantalón de pana y gorro, portando un carretillo. «Vi que miraron, frena el coche y le dice el marido a ella con cierta energía: "lo ves, ya te dije que éste era Alejo"».

Y el hombre no erró. Siendo delegado del Gobierno y cuando las obligaciones lo permitían, se escapaba a su pueblo, colgaba la corbata y se convertía en el pastor que ahora se propone ser.