La Sierra de la Culebra recibió ayer a los tabareses para celebrar la romería popular en honor a San Blas y San Mamés en plena naturaleza. Tras la Semana de Pasión y Muerte de Cristo el Lunes de Pascua de Resurrección marcó el punto de inflexión hacía los encuentros romeros de primavera.

La costumbre manda y hacia el mediodía la comitiva encabezada por el alcalde José Ramos San Primitivo, los miembros de la Corporación Municipal y la banda de música subía la empinada cuesta acompañando los ramos que momentos después presidían la eucaristía oficiada por José Manuel Ramos Gordón. El antiguo y rústico santuario de piedra se quedaba pequeño para poder acoger a los numerosos devotos que acudieron a la colina para participar, rezar y pedir protección.

Finalizada la Santa Misa uno tras otro fueron pasando por el Altar Mayor a verse cara a cara con sus dos protectores. La fe y la devoción mandan y mucho, más cuando se trata de la salud. Allí la protección divina, según la tradición, se consigue pasando un pañuelo por el cuello de San Blas en cual protegerá así contra los males de garganta y por la rodilla de San Mamés como protector contra los reúmas.

Cumplida con la tradición religiosa los romeros regresaron a la pradera donde el verde de la hierba y de los robledales de una primavera adelantada con tanta agua y calores invitaban al disfrute a corazón abierto entre los mil y un valores de un ecosistema de fauna y flora.

A nadie le amarga un dulce, eso se dice por el oeste zamorano y quizás por eso la subasta de los manjares volvió a concitar a niños, jóvenes y mayores. Primero se fueron subastando los bollos y luego llegaron los ramos elaborados con sus lazos y rosquillas a base de harina y huevo, sabrosos por su sabor, a los que en tan señalada fecha se le unen, como no, las propiedades divinas, que no todos los días se puede disfrutar y degustar de las delicias propias de dos de los santos más queridos y venerados y además con lo recaudado ayudar a restaurar y mantener en pie el santuario..

La comida campestre situó los comensales por grupos de familiares o amigos para degustar las sabrosas viandas de la tierra regadas con un buen vino y el agua serreña.

La sobremesa fue el lugar ideal para los juegos y los bailes, los recuerdos y las nostalgias de tiempos pasados cuando la juventud permitía los excesos que ahora la edad va recortando a la hora de la diversión sin límites gastronómicos y de danzas. Fue una jornada para la despedida antes de que muchos de los participantes, emigrantes, partieran a tierras lejanas para continuar con sus estudios y trabajos hasta que allá por mediados del mes de agosto vuelva el reencuentro con los festejos patronales en honor a Nuestra Señora la Virgen de la Asunción.