Paquita Gordo Díez, nacida el 6 de marzo de 1964, en Gijón, ha pasado a la historia como «La Celestina de Plan». El cine llevó en 1951 a Robert Taylor a iniciar su mítica aventura en el oeste americano con su «Caravana de Mujeres». En invierno de 1984 los mozos de un pequeño pueblo del Valle de Chistau en Los Pirineos de Huesca, mientras veían la película de Willian Wellman en un bar, decidieron probar fortuna para poner freno a la despoblación de su árida tierra: así nacía la Caravana de Plan, en la cual Paquita fue la primera mujer que allí tomó tierra. Ayer Paqui seguía desde Asturias la evolución de la caravana de Riofrío: su deseo es organizar una entre alistanos y asturianas para cultivar el amor más puro. De momento ya ha iniciado los contactos con los mozos de Aliste.

-Todo tiene un principio. ¿Cómo recuerda el comienzo?

-Era un día de invierno de 1984 y fui con mi madre a una panadería en Gijón y allí oímos hablar de la Caravana de Mujeres de Plan. Yo había salido de una relación de cinco años y lo estaba pasando mal, estaba muy triste y mi propia madre me animo a ir. Les mande una carta, me pidieron que les hablara de mi y al final me invitaron a ir.

- ¿Fue duro salir a la incierta aventura en busca de amor?

- Sí. Vivía en Asturias y tuve que irme a Madrid, desde donde salían los autocares el 7 de marzo de 1985. Tenía 21 años y salí en busca de amor, a encontrar un hombre, quedarme allí, crear una familia y montar un taller de costura en las montañas. Yo y una maleta con un vestido azul, otro negro con pedrería, una chaqueta torera de raso rojo y un abrigo para el frío, sola en busca de marido en un pueblo de 180 habitantes. Llegamos tres autocares cargados de mujeres de toda España y había más de cien solteros, algunos ya jubilados.

-¿Cómo les trataron los anfitriones aragoneses?

-Muy bien, fueron tres días muy intensos. Yo fui la primera en bajar del autobús, muy nerviosa: por eso me llaman «La Celestina de Plan». Estaban con nosotros las veinticuatro horas. Nos llevaban a comer, a conocer el monte y el valle, al baile tras la cena, con todos los gastos pagados. Eran muy buena gente. Se les veía muy felices. Eran hombres duros nacidos y criados en una tierra donde las mujeres se iban a estudiar o trabajar y no volvían, como al parecer pasa en Aliste. Eran un poco tímidos y siempre teníamos que tomar la iniciativa nosotras.

-A usted en concreto le gustó alguno de los hombres de Plan.

-La verdad es que si, dos, pero no cuajó. Uno no me hizo ni caso. Otro sí, pero al final no me gustó porque entonces eran otros tiempos, no había tanta libertad sexual como ahora y el quería ponerme a prueba una semana para ver como cocinaba, limpiaba la casa y lo demás. Yo estaba aún muy verde y no acepte. Creía y creo que si dos personas se quieren no hacen falta pruebas para funcionar bien en la cama.

-En los corazones de todas las mujeres quedaron grabas las palabras de un ilustre aragonés, cantante y luego Diputado.

-Cuando José Antonio Labordeta se subió al escenario se hizo un silencio entre las cinco mil personas que allí habíamos y nos dedicó una canción que jamas olvidaré: «Si yo tuviera una moza, con la que me pudiera casar, me quedaría en el valle y me pondría a labrar». Era un gran hombre. Nos hizo llorar.

-La realidad es que surgieron varias parejas.

-La gallega, Mari Ángeles hizo el viaje conmigo desde Madrid y vive con Mariano, tienen un hijo y son muy felices: somos amigos. Allí hubo muchas parejas y mucho amor verdadero.