Tábara vivió ayer el centenario del motín que lleva el nombre de la villa, uno de los acontecimientos históricos de la comarca donde los más humildes se vieron obligados, tras siglos de sometimiento y vejaciones, a utilizar la fuerza, ante los abusos de los señores más pudientes, primero los nobles y entonces los terratenientes, para recuperar sus propiedades (terrenos del pueblo), pero ante todo el derecho a la dignidad. La cuerda llevaba tensada 540 años y al final la razón y la irá la rompieron.

Corría el mes de septiembre de 1371 cuando el rey Enrique II de Trastamara donaba Tábara a Gómez Pérez de Valderrabano junto a Mombuey, Alcañices, Alba de Aliste y Ayoó. Así nacía el señorío de la «Tierra Vieja de Tábara» con ocho poblaciones: la propia villa, Ferreras de Arriba, Faramontanos, Moreruela, Litos, Riofrío, San Martín y Santa Eulalia. Sesnández y Escober y los hoy despoblados de El Casal y Moratones, se le unían en 1471. Por último en 1510 nacía Ferreruela y en 1541 Abejera poblada con gentes traídas de Santa Cruz de los Cuérragos en «La Culebra». Señores y vasallos casi nunca se entendieron bien.

Con la fundación del Mayorazgo por parte de Pedro Pimentel Vigil de Quiñones hijo de Bernardino Pimentel y Enríquez (Tercer Conde de Benavente) llegaron los problemas que ya nunca terminarían. En 1528 y 1551 los tabareses cansados de los abusos de sus señores presentaron sendas denuncias ante la Corona. La paz, sólo relativa, llegaba con la concordia y fuero perpetuo de 1561.

El Juzgado de Primera Instancia de Alcañices fallaba en 1844 a favor del Marqués de Tábara considerándole «Señor territorial y solariego de la villa de Tábara y pueblos que habían integrado ese marquesado». En 1867, el Tribunal Supremo daba de nuevo la razón al marqués contra las pretensiones de los vecinos de los pueblos de la tierra tabarense. Y al final pasó lo que tenía que pasar.

Era un jueves, 23 de febrero de 1911, invierno, época de poca faena en el campo. Hacia las tres de la tarde los niños y mujeres fueron los primeros en organizarse en grupos y salir a la calle para reivindicar sus derechos y su dignidad. «Muera don Agustín», una frase, tres palabras, que rompieron el silencio del entorno de la Sierra de la Culebra: malestar e ira reclamando justicia. A medida que iba avanzando la tarde se unían los hombres, jóvenes y mayores. Hacia las ocho de la tarde ya eran unas 200 personas las que fueron concentrándose en las inmediaciones del «Palacio de los Marqueses» en la Plaza Mayor.

Los ánimos se caldearon y las tabareses y tabareses lanzaron centenares de piedras hasta destrozar los miradores, ventanas, puertas y balcones. La Guardia Civil acudió de inmediato e intento frenar a la enfurecida masa que ya no se atendía a razones. Fue imposible. Una hora mas tarde el pueblo entero amotinado estaba frente a la Casa Palacio. Por aquel entonces Tábara contaba con alrededor de 1.500 habitantes.

La Benemérita logró evitar el asalto y el saqueo por la parte delantera, pero los amotinados entraron por la puerta de atrás y le prendieron fuego. La revuelta se cebó con la Panera, sus puertas fueron rotas, y se apoderaron, aprovechando la confusión, de unas 800 fanegas de trigo. Al final se pegó fuego a los inmuebles. La casa palacio y el convento fueron presa de un incendio que duro trece horas. Luego los amotinados talaron los árboles de los jardines y no quedo sano ni uno de los muebles del palacio. Hasta la Casa del Guarda de «El Encinar» fue apedreada.

El 7 de marzo de 1911 la Guardia Civil daba cuenta de la detención de cuatro vecinos culpados de estar implicados en el robo y en el incendio: Rafael Fresno Pernía, Leoncio Diez Fernández, Ramón Vega Ferrero y Pedro Casas Caballero. Poco se sabe de la declaración. Leoncio Díez argumentó que no quiso ver morir a las bestias y por eso se ocupó de ir a las cuadras soltándolas para que se fueran a campo abierto.

«La revuelta fue un hecho histórico para la villa, al parecer los tabareses ya estaban cansados de tantos abusos y tantas traiciones»

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Alcalde de Tábara