¿De qué mueren los ciervos? Es la pregunta que flota en el ambiente desde que hace más de dos semanas no cesan de morir ejemplares en la reserva de Caza de la Sierra de la Culebra, en una treintena de cotos del entorno -de Sanabria-Carballeda principalmente-, y últimamente también en la vertiente leonesa de La Cabrera, donde el interrogante y la preocupación lleva los pasos de la zamorana.

Y también está en cuestión la tardanza en descifrar un contagio que arrastra a la muerte y que, por ello, reclama las máximas urgencias para frenar la mortandad, salvo que la enfermedad carezca de gravedad y todo quede en algo parecido a una regulación natural de la especie, que es algo que también circula en el ambiente social.

Desechadas la Lengua Azul y la Enfermedad Hemorrágica Epizoótica, ahora suena con fuerza en medios veterinarios «el carbunco sintomático».

«Todos años hay brotes de enfermedad, y este año ha coincidido mucho que la hierba se está agostando, es de poca la nutrición y hay una baja de defensa de los ciervos» afirman fuentes veterinarias.

Aseguran que el episodio que inquieta al medio rural que responde al carbunco sintomático, «provocado por una bacteria telúrica, que está en el suelo». Dichas fuentes señala «que ha sido un año propicio para su impacto porque como ha llovido mucho, el suelo se ha lavado y las esporas quedan al descubierto, pillando a los animales débiles». Abundando en el asunto, destaca que «aunque es una bacteria diferente, es de la misma familia que la basquilla de las ovejas».

La enfermedad que diezma la población de ciervos, de ser la citada, es calificada de «esporádica y no contagiosa», que viene a causar una mortalidad «casi natural» de una especie que registra «una elevada densidad». Estas fuentes consideran que el episodio de descaste de ungulados irá remitiendo, dejando tras de sí bajo índice de bajas.

La desaparición de toda una especie no es una novedad en la provincia de Zamora. Ya ocurrió con la población de gamos introducidos por los gestores de la Administración como una fórmula de enriquecer la vida silvestre con miras a beneficiar los aprovechamientos cinegéticos y el disfrute de la caza. Esta escabechina, sin embargo, no vino originada por enfermedad alguna y todo fue achacable a la depredación de los lobos y a la seria climatología encontrada en la zona.

El desastre ocurrió a principios de la década de 1960 cuando se procedió, con todas las ilusiones del mundo, a la introducción de gamos en la comarca de Sanabria-Carballeda, soltándose un total de 119 ejemplares. Para mejor y mayor consolidación, 50 ejemplares fueron soltados en los parajes de Ribadelago, otros 48 animales en los pagos de San Martín de Castañeda, y otros 21 en terrenos de Villardeciervos, donde corrían más lobos que ciervos, gamos y jabalíes juntos por ser especies inexistentes o desaparecidas. Es una operación recogida por Octavio Orenzana, Francisco García y José Luis Fraile en su Libro de Repoblaciones de Caza.

La cifra es elevada hasta los 150 ejemplares por el biólogo y gestor cinegético José Ignacio Regueras, que data la operación en el 1962, y apunta que todos los individuos «procedían de Segovia». Sobre su lamentable final, manifiesta que «sucumbieron debido a las condiciones físicas de los ejemplares, que no eran precisamente óptimas, y a la adversa climatología». Francisco Ortuño y Jorge de la Peña, en su libro Reservas y Cotos Nacionales de Caza señalan, al respecto, que «el Servicio Nacional de Pesca Fluvial y Caza efectuó a finales del año 1972 una repoblación de 147 gamos, procedentes de Riofrío (Segovia), en Villardeciervos, San Martín de Castañeda y Ribadelago, seguida de una veda para esta especie promulgada por Orden Ministerial de 1963. La especie se vino completamente abajo, además de por la climatología, por las grandes nevada y la fuerte predación a que fueron sometidos por los lobos. El resultado fue la total desaparición».