El número de cajas-nido para cernícalos y lechuzas ubicadas en la localidad de San Martín de Valderaduey para el proyecto científico de prevención de la plaga de topillos se ha ampliado, de tal forma que la zona terracampina cuenta ya con un centenar de ellas.

Miembros de Grefa (Grupo de Recuperación de Fauna Autóctona y su Hábitat) han colocado en las últimas semanas sesenta cajas más distribuidas de forma aleatoria. Cada caja-nido, se ha instalado sobre un poste vertical de madera que se ha colocado en regatos, zonas de alfalfa, linderas de parcelas y caminos agrícolas. De esta manera, estas especies cuentan con zonas óptimas para nidificar, ya que la ausencia generalizada de grandes superficies arbóreas limita su reproducción.

El biólogo Alfonso Paz Luna, redactor del proyecto, explicó a este diario que el fin primordial del proyecto «es buscar otros mecanismos para luchar contra el topillo que no sea el veneno, ya que éste, a parte de el topillo, también daña a otras especies».

En 2007, Castilla y León registró una explosión demográfica del topillo campesino, alcanzando densidades de hasta 1.000 individuos por hectárea. Según el informe del proyecto realizado por Grefa, esta situación, declarada como plaga, derivó en el uso de rodenticidas químicos en tres campañas. Tras la ejecución de estas tres actuaciones, los campos agrícolas de Castilla y León quedaron literalmente cubiertos de toneladas de veneno, utilizando cereal en grano como cebo.

Sin embargo, gran cantidad del cereal envenenado fue consumido por otras especies como palomas domesticas, liebres o perdices llegándose incluso a prohibir su consumo por riesgo de intoxicación y provocando grandes pérdidas en el sector cinegético.

Alfonso Paz Luna puntualiza que en nuestra región «el topillo es común y siempre hay, aunque a niveles a penas se detectan», es más según confirmó la densidad de estos roedores en la provincia de Zamora «es de las más bajas de la comunidad».

La plaga que afectó al campo zamorano durante los años 2006 y 2007 causó cuantiosos daños económicos y faunísticos. Según los expertos la campaña para erradicarla fue realizada por la Administración regional «deprisa y corriendo, bajo mucha influencia mediática».

Tratar las plagas con veneno en la fase de explosión no solo no soluciona el problema, sino que puede generar otros, como el envenenamiento de especies protegidas como los milanos reales, lechuzas comunes o garzas reales que consumen topillos envenenados. A su vez, investigadores del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) han demostrado como la primera campaña de envenenamiento basada en la liberación masiva en superficie de grano tratado con veneno ha podido haber favorecido la propagación de la tularemia, por la gran cantidad de cadáveres de topillo campesino expuestos en superficie que contenían el patógeno.

Por ello, Paz Luna se muestra totalmente convencido de que «la solución más sensata es la prevención y por ello se ha puesto en marcha este proyecto en San Martín de Valderaduey, Villalar de los Comuneros y Boada de Campos».

La elección de la localidad zamorana se llevo a cabo porque «su alcalde fue el único de la provincia que se negó a aceptar el veneno. Con buen criterio de cazador supuso lo que vendría después, pero a pesar de todo los daños en la zona fueron irremediables. Otro de los factores que se tuvo en cuenta fue su inclusión en la Reserva Natural de las Lagunas de Villafáfila». El alcalde del municipio, Julio Herrero, se muestra a favor del proyecto porque estoy convencido de que «la plaga va volver a venir y creo que hay que estar preparados».

Los resultados ya han comenzado a verse en los campos vallisoletanos con el asentamiento de ocho parejas, «en Zamora se retrasarán un poco más ya que las cajas nido la colocamos a mediados de abril del año pasado, fuera del periodo del cría, pero somos muy optimistas para este año».

La metodología que se esta llevando a cabo de manera experimental ya ha sido aplicada con éxito en otros países como Finlandia o Israel y entre los beneficios ambientales está el que cada pareja de cernícalos y lechuzas comunes durante la reproducción llegará a consumir hasta 20 kilos de topillo para alimentar a sus crías, tan solo en tres meses. Esta cantidad equivale a unos 700 topillos por pareja; se evitará el uso del veneno y se estabilizarán las poblaciones de topillo campesino, disminuyendo el riesgo de plagas agrícolas periódicas.